“Cuidate Mauricio de los idus de diciembre”, le diría el oráculo al presidente; y éste le respondería con desgano y cierta soberbia: “Los idus de diciembre ya han llegado”, y continuaría caminando en dirección a su despacho en la Casa Rosada, por lo que no escucharía la última frase del oráculo: “Han llegado, pero todavía no se han ido”. Advertencia que yo completaría acotando que los días más dramáticos de este prolongado diciembre es posible que aún no los hayamos atravesado.
No invento la pólvora si digo que el mes de diciembre es decisivo para la política argentina, pero sobre todo es decisivo para las estrategias de poder del populismo. Razones tiene para sostener esas simpatías. Fue en diferentes “diciembres” que liquidaron con operativos callejeros a los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa. “Y si lo hicimos con ellos, ¿por qué no hacerlo con Macri?”. No es una especulación abstracta. A esto lo han escrito y lo han dicho.
Nadie debería sorprenderse después de todo. Desde diciembre de 2015 la corriente mayoritaria del populismo criollo ha jurado terminar con “el gobierno de los ricos”. Como para empezar, en 2015 decidieron no entregar los atributos del poder, una formalidad si se quiere, pero de esas formalidades también está hecha la encarnadura de la política. Los “diciembre” de 2016 y 2017 fueron particularmente calientes. El año pasado, sin ir más lejos, ensayaron la toma del Congreso y en el camino no se privaron de nada.
Ahora el tema adquiere singular urgencia porque este idus de diciembre de 2018 es el último de un gobierno no peronista manejado por millonarios insensibles y represores. Demasiado han durado los oligarcas en el poder. Como se dice en estos casos: ahora o nunca. Sobre todo cuando se sospecha que por las urnas puede llegar a ser muy difícil ganarle y, sobre todo, cuando se cree que la política no se decide en el marco de las instituciones sino en la calle, con las puebladas armadas en esa rara coalición de poder integrada por barras bravas, lúmpenes famélicos, policías diligentes y rápidos para liberar zonas, punteros ávidos de planes sociales, es decir, todos aquellos a los que Carlos Marx no vacilaba en calificar como la canalla de la sociedad.
Al corso en contramano se suma la izquierda troskista, ruidoso e impotente furgón de cola de las aventuras populistas, cuyos voceros no vacilan en calificar de “Argentinazo” al golpe de Estado perpetrado contra De la Rúa, es decir, la movilización de hordas orientadas a vaciar mercaditos, kioskos y almacenes de barrios o asaltar supermercados en nombre del hambre, cuando en realidad lo que roban son heladeras, televisores, bebidas alcohólicas, computadoras, mientras a pocos metros aguardan las camionetas que trasladarán el botín a buen puerto.
A esos operativos infames, a esas asonadas dedicadas al saqueo, el populismo los denomina movilización nacional y popular, mientras la izquierda troskista no vacila en calificar a los barras bravas como signos incipientes y espontáneos de la violencia revolucionaria. ¿Qué tal? Di Zeo devenido en una suerte de Espartaco y los facinerosos de All Boys en aguerridos partisanos de la resistencia nacional.
Digamos entonces que en este mes de diciembre el populismo se juega una carta brava. También hay que decir que el gobierno nacional también se la juega. Diciembre caliente. Puede ser. O diciembre decisivo. Habrá que verlo. Pero en principio muy bien podría postularse que el primer tiempo de los comicios previstos para octubre del año que viene se juega en los idus de diciembre. El populismo lo sabe y el gobierno también lo sabe.
Convengamos que esta situación es una originalidad nacional. La certeza de amplios contingentes sociales de que el poder se gana o se pierde en la calle, parece ser un aporte criollo y singular a la teoría política. Mal no les ha ido a los populistas pensando de ese modo. Así lo derrocaron a Frondizi e Illía; así lo derrocaron a Alfonsín y De la Rúa. En el caso de Frondizi e Illía, ¿no fueron los militares? Sí, los militares, pero con el apoyo a veces discreto, a veces escandaloso del populismo.
La clave de todo este enigma reside en lo que denominaría la inflación del conflicto político y social. En todo país hay problemas, tensiones, protestas, movilizaciones y gobiernos que se equivocan, pero en la Argentina, sobre todo en la Argentina cuando no es gobernada por el peronismo, cada conflicto se multiplica por diez o por cien.
De pronto, estamos al borde del fin del mundo o de la revolución social o “nazional”. Un embotellamiento de autos puede ser la antesala de la explosión social; cada reclamo salarial debe apuntar a la toma del poder. Todos los días, todas las semanas, todos los años se insiste en lo mismo.
De pronto, el gobierno nacional calificado como enemigo del pueblo, es responsable de lo que está haciendo, de lo que piensa hacer y seguramente también es responsable por lo que no hizo o por lo que sucedió en el pasado. La inflación, la pobreza, los desajustes cambiarios, la caída de la productividad son problemas que vienen de lejos y en algunos casos el gobierno K fue el principal responsable, sin embargo en el orden interno todas esas pestes las fabricó el gobierno de los ricos.
Es verdad. La lucha política tiende a simplificar las diferencias o la complejidad de lo social, pero la diferencia con las cruzadas populistas es que la lucha democrática siempre deja abierta la posibilidad de la diferencia, mientras que a esa posibilidad el populismo la clausura brutalmente.
De todos modos, la diferencia de fondo entre ambas concepciones residen fundamentalmente en la concepción de la democracia representativa y el Estado de derecho. Más allá de retóricas, de fintas verbales, de acomodos circunstanciales a los imperativos de la realidad, el populismo kirchnerista no cree en las reglas de juego del Estado de derecho, no cree en las instituciones democráticas y supone que la verdad está en la calle y en el líder, o la líder en este caso. Todo lo demás es circunstancial, sometido a las conciencias o las imposiciones de la coyuntura. Y porque esto es así es que postulo que será en los idus de diciembre donde se librará la contienda acerca del país en que queremos vivir los argentinos.