Lázaro Fonzalida y la viveza de ser peronista

“Los peronistas somos vivos, no pelotudos”, expresó con marcado gracejo riojano el diputado provincial peronista Lázaro Fonzalida, dos veces intendente de Chilecito -la segunda ciudad de la provincia-, ministro de gobierno de Beder Herrera y alguna vez con pretensiones a gobernador.

Tal vez sin proponérselo de manera consciente, el señor Fonzalida expresó la verdad 21 del ideario peronista, aunque muy bien podría decirse que en el escabroso y resbaladizo territorio de la denominada “conciencia nacional” (que todo populista ama incondicionalmente), el aforismo de Fonzalida es el punto de partida o la condición inexcusable que “ilumina” su práctica social.

Fonzalida no es un novato, tampoco un personaje menor o marginal del peronismo riojano. En 1983 fue elegido intendente de Chilecito por primera vez.

De allí en más nunca abandonó la política y siempre dispuso de un cargo público donde ejercerla. Fue menemista de la primera hora, lo que no le impidió en tiempos de Kirchner acusarlo de neoliberal, del mismo modo que cuando los Kirchner dejaron el poder no tuvo reparos -como buen vivo- de lamentar el giro a la izquierda que el kirchnerismo le imprimió al peronismo.

Las imputaciones de Fonzalida contra el neoliberalismo de Menem, daría la impresión que pasaron al olvido, sobre todo si se tiene en cuenta la galería de fotos en la que Fonzalida aparece al lado de un Carlos Saúl envejecido pero con ánimo de festejar sus cumpleaños en el Golf Club de La Rioja. O fotos en la que decide acompañar a Menem en un rally y calza casco y guantes deportivos mientras saluda como si estuviera en el balcón de la Casa de Gobierno.

En la reciente convocatoria electoral del gobernador Sergio Casas (con el que mantuvo riñas de hacha y tiza durante años, riñas en la que los protagonistas no se distinguieron por el refinamiento ideológico de sus argumentaciones), Fonzalida fue uno de los puntales de la estrategia reeleccionista, actividad que coronó con sus célebres declaraciones que no por escandalosas y obscenas dejan de expresar una de las verdades fuertes de la cultura populista riojana: ser vivos.

Me detengo en Fonzalida porque el personaje es pintoresco y representativo del populismo de tierra adentro, pero sobre todo me detengo porque la anécdota, o el episodio o como quieran llamarlo, es el testimonio de lo que es el peronismo riojano, un peronismo no muy diferente del peronismo de Insfrán, el peronismo de los Saá, el peronismo de los Sapag, el peronismo de los Manzur y Alperovich, el peronismo de los Juárez y su sucesor “el radical” Zamora, quien a la hora de perpetrar las habilidades más groseras y brutales del populismo lo ha hecho con tanta eficacia que ha dejado a los propios peronistas de Santiago del Estero con la boca abierta, probando, entre otras cosas, que a la hora del encanallamiento político siempre puede haber alguien más “vivo” que ellos.

Repasando el territorio donde este peronismo feudal se mantiene vigente, pueden apreciarse algunas constantes: provincias atrasadas que viven de la coparticipación; sociedades empobrecidas domesticadas durante generaciones en la dependencia al poder político del caudillo o de la familia del caudillo; gravitación decisiva del Estado en la actividad económica, actividad controlada por la “familia” y sus incondicionales, al punto que los principales empresarios vinculados en la mayoría de los casos a la obra pública -Formosa es un ejemplo- provienen de la política; oposiciones débiles, en más de un caso cooptadas por el caudillo; cultivo del “color local”, una suerte de folklore que efectivamente cumple las funciones de opio del pueblo; ejercicio absoluto del poder tomando como ejemplo a Alfredo Stroessner, el dictador paraguayo e ídolo latinoamericano de todo populista de tierra adentro, al punto que Menem, Saadi, Juárez, Insfrán o Romero nunca dejaron de ponderarlo.

Fonzalida adquirió notoriedad nacional en un hecho que a él lo pinta de cuerpo entero, pero también pinta de cuerpo entero al peronismo riojano y a la cultura peronista en general, porque en un asunto como la reelección todo peronista adhiere, con más o menos entusiasmo, pero adhiere. El tema como tal es caro a la tradición populista: la reelección, el afán, el deseo, la pulsión de quedarse en el poder para siempre. En este punto el peronismo no tiene fisuras. Y no lo tiene desde 1949, cuando el jefe mayor decidió fundar la avivada política mayor en materia de reformas constitucionales sin tener los votos exigidos. Hoy Casas contó con la adhesión de todo el peronismo nacional. Y cuando digo todo, es todo: desde Masa a Urtubey, desde Pichetto a Camaño, desde los gobernadores a los intendentes. Todos.

No olvidar que todos los gobernadores que plantearon la reforma constitucional desde 1983 a la fecha lo hicieron para hacerse reelegir. Lo demás, siempre fue jarabe de pico, “fulbito pa la gilada”. En la mayoría de los casos la iniciativa correspondió a gobernadores peronistas, pero Angeloz por ejemplo, tropezó con la misma piedra y así le fue.

Hace doce años creíamos que a esta pulsión se la había derrotado cuando en Misiones el obispo Piña le paró el carro a Rovira en una consulta popular en la que todo el peronismo, empezando por Kirchner, fue vencido, porque si Rovira hubiera ganado se venían las reelecciones en todos lados. Felipe Solá, por ejemplo, ya se estaba poniendo los botines para salir a la cancha.

Misiones fue un “parate”, pero doce años después los populistas vuelven a las andadas en un tema que -hay que reconocerlo- es decisivo para su imaginario, porque no hay populismo sin caudillo y tampoco hay populismo sin caudillo que pretenda quedarse en el poder para siempre.

Con los matices y las diferencias del caso, lo que se está discutiendo en Venezuela es más o menos lo mismo. Y en ese sentido no es casualidad que un sector importante y, por qué no decirlo, mayoritario del peronismo, apoye al régimen de Venezuela, no solo por sus supuestos logros sino por ese modelo de poder fundado en el líder eterno por la gracia de Dios o la gracia del pueblo. Y si, además, ese poder es respaldado por lo militares y su fundador fue un militar, mucho mejor.

En La Rioja, lo más grave de todo es que la pretensión reeleccionista va acompañada de la pretensión de forzarla sin tener la representación exigida por la Constitución. Cualquiera sabe que para reformar la Constitución se exige una mayoría especial. Cualquiera lo sabe, menos los peronistas riojanos. Ya la Constitución provincial riojana deja abierta una brecha enorme para que un gobernador “vivo” se aproveche. ¿Qué es eso del 35 por ciento cuando lo que se debería exigir es más de la mitad, cuando no las dos terceras partes, para impedir precisamente que cualquier aventurero ávido de poder avance sobre la Constitución?

Pero en el caso que nos ocupa, ni siquiera la exigencia del 35 por ciento se cumplió, agregando a ello la “picardía” de llamar a elecciones en enero especulado que con los calores riojanos ni las lagartijas iban a salir a la calle. Alguien dirá: “Todo está bien pero te olvidás que no todos los peronistas lo apoyaron a Casas”. Es verdad, no todos lo apoyaron; es más, Beder Herrera y el vicegobernador se opusieron públicamente a Casas. ¿Y entonces? Entonces, que yo tampoco me chupo el dedo en estos temas, sobre todo porque conociendo el pedigree de algunos de los opositores a Casas, tengo derecho a sospechar que su oposición no obedece a escrúpulos constitucionales sino al simple y elocuente hecho de que Casas les ganó de mano. Pelea entre tahúres, que le dicen, peleas donde nadie hace juego limpio, pero el que pierde inmediatamente se rasga las vestiduras invocando el juego limpio que nunca practicó.

Para conversarlo, por supuesto. Pero volvamos a Fonzalida, abrevemos en las fuentes de su sabiduría riojana. Precisamente en una entrevista que le hicieron, el periodista le pregunta: ¿Qué prefiere, la familia o la política? Y nuestro “Vivo” diplomado contesta muy suelto de cuerpo: “La política es la familia”. Don Corleone no lo hubiera expresado mejor.

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