Jorge Luis Borges y el Quijote de la mancha

 
 
Jorge Luis Borges nunca creyó en la novela; pronunció sobre el género palabras duras e irónicas. Sin embargo, la única novela que aceptó fue el Quijote. Y Cervantes es el autor que encabeza sus preferencias en España, unos cuantos cuerpos por delante de Quevedo y Fray Luis de León. Se dice que Borges leyó al Quijote de niño, pero lo hizo en inglés. Lo sedujo de entrada al punto que soportó luego la lectura en español. Al Quijote, Borges lo menciona en diferentes ensayos y relatos y le dedicó cuatro poemas, además de ese sorprendente texto titulado «Pierre Menard autor del Quijote».
«Sueña Alonso Quijano», fue publicado en 1975 en «La rosa profunda». Insiste en su juego con los sueños: Cervantes soñó a Alonso Quijano y éste soñó al Quijote.  
   
        SUEÑA ALONSO QUIJANO
 
El hombre se despierta de un incierto
sueño de alfanjes y de campo llano
y se toca la barba con la mano
y se pregunta si está herido o muerto.
 
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrímeros.
 
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasando que pasó mucho antes.
 
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
los mares de Lepanto y la metralla.

Borges nunca consideró que Cervantes fuera un maestro técnico de la lengua o un diestro artífice de juegos verbales como Quevedo. Pero destacó la riqueza de su lenguaje coloquial, todo aquello que los viejos hispanistas intentan disimular, para Borges es lo más rico. Es un enamorado de algunos giros, empezando por el inicial: «En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme». ¿Por qué no quiere acordarse? ¿Por qué no quiere? se pregunta, por ejemplo Fernando Vallejo que recuerda, una vez más, que el Quijote esta escrito en primera persona.

«Lectores», fue escrito en 1964 en el libro «El otro, el mismo». El sueño está presente, pero también la biblioteca. La «locura» del Quijote proviene de los libros, como dos siglos después enloquecerán a su manera a Madame Bovary. Borges se identifica con la biblioteca de Cervantes y el Quijote.
 
 
 
LECTORES
De aquel hidalgo de cetrina y seca

tez y de heroico afán se conjetura
que, en víspera perpetua de aventura,
no salió nunca de su biblioteca.

La crónica puntual que sus empeños
narra y sus tragicómicos desplantes
fue soñada por él, no por Cervantes,
y no es más que una crónica de sueños.

Tal es también mi suerte. Sé que hay algo
inmortal y esencial que he sepultado
en esa biblioteca del pasado
en que leí la historia del hidalgo.
Las lentas hojas vuelve un niño y grave
sueña con vagas cosas que no sabe.

Sobre el Quijote se ha escrito mucho. Lo hizo Unamuno, Azorín, Pérez Galdós, Ortega y Gasset, entre otros. Faulkner dijo que lo leía una vez al año; Chesterton lo recomendaba con entusiasmo. Saer estima que funda la narrativa del perdedor y el fracaso. Calvino, Pitol, García Márquez, también lo ponderan.  Vladimir Nabokov le dedica una de sus clases magistrales. Critica la novela, observa errores de composición, cuestiona las descripciones del paisaje pero finalmente admite que es una novela extraordinaria y el talento artístico de Cervantes lo salva de cualquier desprolijidad. Los párrafos dedicados por Nabokov al momento en que el Quijote se queda solo mientras Sancho se dirige a administrar la ínsula, son conmovedores porque conmovedora es la melancolía del Quijote. Nabokov insiste mucho en la originalidad de la segunda parte y el contrapunto con el falso Quijote de Avellaneda. Nabokov insiste en que Cervantes debería haber propiciado que al Quijote no lo derrote el bachiller Sansón Carrasco, sino el otro Quijote.
«Ni siquiera soy polvo» fue escrito en 1978 y se lo encuentra en «Historia de la noche»
 
 
 
NI SIQUIERA SOY POLVO
 
No quiero ser quien soy. La avara suerte 

me ha deparado el siglo diecisiete,
el polvo y la rutina de Castilla,
las cosas repetidas, la mañana
que, prometiendo el hoy, nos da la víspera,
la plática del cura y del barbero,
la soledad que va dejando el tiempo
y una vaga sobrina analfabeta.
Soy hombre entrado en años. Una página
casual me reveló no usadas voces
que me buscaban, Amadís y Urganda.
Vendí mis tierras y compré los libros
que historian cabalmente las empresas:
el Grial, que recogió la sangre humana
que el Hijo derramó para salvarnos,
el ídolo de oro de Mahoma,
los hierros, las almenas, las banderas
y las operaciones de la magia.
Cristianos caballeros recorrían
los reinos de la tierra, vindicando
el honor ultrajado o imponiendo
justicia con los filos de la espada.

Quiera Dios que un enviado restituya 
a nuestro tiempo ese ejercicio noble. 
Mis sueños lo divisan. Lo he sentido  
a veces en mi triste carne célibe. 
No sé aún su nombre. Yo, Quijano, 
seré ese paladín. Seré mi sueño. 
En esta vieja casa hay una adarga 
antigua y una hoja de Toledo 
y una lanza y los libros verdaderos 
que a mi brazo prometen la victoria. 
¿A mi brazo? Mi cara (que no he visto) 

no proyecta una cara en el espejo.
Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño 
que entreteje en el sueño y la vigilia 
mi hermano y padre, el capitán Cervantes, 
que militó en los mares de Lepanto 
y supo unos latines y algo de árabe… 
Para que yo pueda soñar al otro 
cuya verde memoria será parte 
de los días del hombre, te suplico: 
mi Dios, mi soñador, sigue soñándome.
 
 
Tres salidas tiene el Quijote desde ese lugar de cuyo nombre no quiere acordarse. La primera salida es solitaria y dura poco. Regresa para buscar ropa, algo de dinero, pero sobre todo regresa para buscarlo a Sancho. Borges dice que Cervantes se dio cuenta de que se equivocó con la primera salida y por eso lo hizo volver, como si fuera una salida fallida. Si se equivocó, no corrigió su error, para muchos críticos esa es una prueba del singular talento de Cervantes, porque a partir de ese momento la novela girará en lo fundamental alrededor de la relación y la sorprendente amistad entre el Quijote y Sancho. El ochenta o el noventa por ciento de la novela depende de esa relación, de esos diálogos, de los cambios de esa relación hasta el momento en que al decir de Salvador de Madariaga, el Quijote se «sanchifica» y Sancho se «quijotiza». Sancho y el Quijote expresan  la historia de una de las grandes amistades de la literatura. 
Hasta el Quijote la literatura era la narración de los héroes terrenales o sagrados: valientes, heroicos, inmortales, perfectos. Con el Quijote desaparece el héroe clásico y aparece el hombre de carne y hueso que no reclama admiración sino comprensión.  
 
 
«Un soldado de Urbina» fue publicado en 1964 también en «El otro y el mismo». Urbina fue un jefe militar de Cervantes y el oficial que lo llevó 
hasta Lepanto donde perdió el brazo izquierdo para orgullo de su diestra. Cervantes después va a estar cinco años preso en Africa desde donde intentará fugarse en cinco ocasiones y siempre se hará cargo de su «delito» sin temer castigos que serán severísimos. Alguna vez quiso venir a América y no se lo permitieron.   
 
 
UN SOLDADO DE URBINA
Sospechándose indigno de otra hazaña
como aquella en el mar, este soldado,
a sórdidos oficios resignado,
erraba oscuro por su dura España.
Para borrar o mitigar la saña
de lo real, buscaba lo soñado
y le dieron un mágico pasado
los ciclos de Rolando y de Bretaña.
Contemplaría, hundido el sol, el ancho
campo en que dura un resplandor de cobre;
se creía acabado, solo y pobre,
sin saber de qué música era dueño;
atravesando el fondo de algún sueño,
por él ya andaban don Quijote y Sancho.

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