«Sinceramente» sugiere que el momento de la verdad ha llegado

Sinceramente es un libro destinado a un público que confirmará, a través de la lectura de sus páginas, certezas ya adquiridas. Quienes simpatizan con la señoraCristina o la detestan hallarán en el texto los mismos argumentos que en su momento los llevaron a adherir a ella o a rechazarla. Desde ese punto de vista, el libro no aporta nada nuevo a la actual contienda política salvo la presunción de ser el punto de partida de su candidatura presidencial.

Si así fuera, no deja de ser algo alentador que sea un libro el símbolo de una candidatura presidencial en un país en el que pareciera que esa metas pueden conseguirse enarbolando banderines, globos y pañuelos, o trajinando por las redes sociales. A decir verdad, el libro escrito por un candidato hace rato que se emplea como estrategia electoral, tal vez porque se sospecha que es portador de un añejo prestigio social con el que siempre conviene identificarse.

El título Sinceramente sugiere que el momento de la verdad ha llegado. Que la exmandataria más procesada y con más pedidos de prisión de nuestra historia se ha decidido no solo a decir lo que piensa y lo que realmente ocurrió durante los años que ejerció el poder, sino que se propone trazar las líneas del posible y deseable futuro político de la nación, futuro que sin decirlo expresamente la incluiría a ella como protagonista decisiva de la cruzada a librar contra un Macri a quien, sin eufemismos, califica como la encarnación del caos.

Una primera persona coloquial, intimista, algo desenfadada en ciertos momentos, estricta y hasta severa en otros, inicia un recorrido de alrededor de 600 páginas en las que el lector puede hallar algunas explicaciones acerca de la carrera política de la autora y su marido, cuando no ciertas intimidades respecto del amor que la única pareja presidencial de nuestra historia se profesó sin pausas durante más de treinta años.

Si se pudiera prescindir de ciertas confidencias familiares que orillan el más edulcorado sentimentalismo, algunos de los momentos más logrados del libro están expresados en ese tono melancólico que emplea para referirse a la ausencia de su marido, tono inmediatamente contrastado con ponderaciones efusivas respecto de sus excepcionales condiciones de político y hombre.

Esfuerzo inútil, si lo hay, es pretender hallar en este libro alguna respuesta satisfactoria sobre los escándalos de corrupción que azotaron con rigurosa continuidad sus mandatos presidenciales. Algunas páginas se esfuerzan por dar cierta explicación sobre lo sucedido, pero el esfuerzo es apenas un balbuceo ahogado por una retórica aluvional destinada a descalificar jueces, fiscales y operadores mediáticos, todos conjurados para una persecución inédita y despiadada que no respeta ni siquiera a sus hijos.

Con sus límites, el libro se ha constituido en estos días en un destacado protagonista de la vida pública, rol que comparte con los actuales desasosiegos financieros y las incertidumbres políticas, incluida la incógnita acerca de lo que sucederá el 21 de mayo, cuando la expresidenta deba sentarse en el banquillo de los acusados, un ámbito que suele ser indiferente a la publicidad de un libro y sus notables éxitos de venta.Sinceramente instala a Cristina en el centro del escenario político y al borde de la aceptación de su candidatura. Si este fue el objetivo, los logros son más que visibles, aunque soy un tanto escéptico de que esa centralidad a través del libro se prolongue más allá de un par de semanas, sobre todo en este país en el que en términos de novedades resulta muy difícil aburrirse.

Si mi experiencia de lector no me traiciona, diría que en poco tiempo Sinceramenteocupará un lugar muy discreto en la biblioteca de cada uno de nosotros, y hasta es muy probable que su destino sea descansar hasta el fin de los tiempos en las mesas de saldos o ser una fuente más para que los futuros historiadores indaguen acerca de un período cuyas turbulencias y extravagancias probablemente los asombren o los diviertan. Hay que remontarse al siglo XIX para registrar el momento en el que un libro o algunos libros contribuyeron de manera notable a promover una candidatura presidencial. Los lectores habrán advertido que me estoy refiriendo a Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento.

Si de Sarmiento se dice que fue nuestro mejor escritor, debería señalarse luego que a sus condiciones literarias les sumó su eficacia política. El irascible sanjuanino, desde su primera juventud, se impuso ser presidente, como lo testimonian sus propios escritos, en los que no vacila en afirmar que diez años es el plazo que se ha dado para ocupar la primera magistratura. Sarmiento apostó a la única arma disponible para alguien que carecía de fortuna, linaje o prestigio militar: su inteligencia. Como Oscar Wilde, al ingresar a Chile Sarmiento podría haber respondido al hipotético funcionario de la aduana que le preguntase qué tiene para declarar con un lacónico: mi talento.

Facundo confirma que Sarmiento no hablaba por hablar. Adolfo Saldías menciona el momento en que un Juan Manuel de Rosas sentencioso dice, caminando por las galerías de su residencia de Palermo con un ejemplar de Facundo en las manos: «El libro del loco Sarmiento es de lo mejor que se ha escrito contra mí; así se ataca señor, así se ataca?». Juan Manuel no ignora que el libro lo ha escrito un enemigo, pero a su refinado olfato no se le escapa que ese libro lo habilitará a ingresar en las páginas grandes de la historia como protagonista del libro fundador de nuestra literatura nacional.

Sinceramente está muy lejos de compartir ese lugar con Facundo. Como Facundo,Sinceramente está escrito en primera persona, pero allí concluyen las semejanzas. La coloquialidad podría ser otra semejanza, pero para escribir el Facundo hace falta algo más que la primera persona. Lo coloquial, para ser literatura o pensamiento político trascendente, exige rigores que Sinceramente esta muy lejos de practicar. Jorge Luis Borges, por ejemplo, ponderó siempre las virtudes del lenguaje coloquial. Pero advirtió que para que ello no degradara en pintoresco o se extraviase en lugares comunes, exige esa elaboración estética que permite a través de ciertos ritmos crear algo nuevo, trazar en la línea del horizonte un tono diferente, un resplandor imprevisto.

Sinceramente posee estos límites visibles y es muy probable que la autora no los desconozca. El libro no ingresará en la galería de los clásicos de una nación, pero en la coyuntura puede que cumpla con sus modestos pero decisivos objetivos. Si Cristina será o no presidente de los argentinos dependerá de azarosos factores, la mayoría de los cuales tendrán poco o nada que ver con este libro. De todas maneras, a ella, como a cualquier aspirante a candidato al mullido sillón de Rivadavia, no estará de más recordarle -en homenaje al humor que en situaciones dramáticas siempre es aconsejable practicar- que alguna vez, en sus habituales coloquios nocturnos en un bar de Plaza Once, Macedonio Fernández le aseguró a su devota audiencia que es mucho más difícil consagrar a un farmacéutico que a un presidente de la nación. Nadie lo tomó en serio, pero algunos se quedaron pensando.

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