Las encrucijadas del poder

I

Todo parece indicar que las próximas elecciones se polarizarán entre la candidatura de Macri y la de Cristina. Esta contradicción a muchos políticos y analistas no les gusta o consideran que es el producto de una manipulación. A los troskistas, por ejemplo, les interesaría que la contradicción sea capitalismo o comunismo. Y a Alejandro Biondini, le gustaría que sea fascismo o liberalismo. Sin ir a ejemplos tan extremos, digamos que para candidatos como Espert y Lavagna esta antinomia tampoco es de su gusto por la sencilla razón de que los excluye de la competencia electoral o los reduce a una minoría, respetable, pero minoría al fin. ¿Es producto de una manipulación la contradicción Macri-Cristina u obedece a tendencias históricas, diferencias que se han ido consolidando a lo largo de estos años? Yo compartiría este segundo punto de vista: Macri o Cristina expresan con las desprolijidades de lo real, con sus límites pero también con sus alcances, las preferencias mayoritarias de los argentinos, aquello que los argentinos están dispuestos a defender o repudiar en las condiciones históricas de 2019. Quienes afirman que se trata de una manipulación desde el poder, deberían tener presente que en toda competencia política, electoral o no, los candidatos hacen lo posible o lo imposible para instalar la contradicción que consideran más favorable a sus objetivos y en ese “posible o imposible” siempre está presente una cuota de manipulación, si por manipulación entendemos actos como maniobrar, operar, controlar, simular, orientar, todas categorías que están presentes en la política y la diferencia reside en la mayor o menor eficacia de quienes la ensayan. De todos modos, y para salir al cruce de exclamaciones reprobatorias, diría que ninguna manipulación es posible si no existen en las sociedades tendencias fuertes en una dirección o en otra. Dicho con otras palabras, en política no se inventa nada, se crean o se aprovechan situaciones o se decide, pero en todos los casos nadie saca conejos de la galera. “Macri o Cristina”, en ese sentido es una contradicción representativa de lo que los argentinos quieren o aceptan debatir en la actual coyuntura. ¿Siempre será así? No tiene por qué serlo, pero a la contradicción le alcanza y le sobra con tener vigencia de acá a octubre.

II

Habría que ser un cavernícola al estilo Pino Solanas, para oponerse al acuerdo que se acaba de firmar entre el Mercosur y la Unión Europea, pero habría que ser algo así como un marciano, para suponer que los beneficios de este acuerdo van a llegar mañana como una bendición del cielo. Como decía mi tía Cata: “Ni tan tan, ni muy muy”. El acuerdo es un logro diplomático, coloca a la Argentina en una senda promisoria en términos de inserción internacional, pero es mucho más lo que falta hacer que lo que se ha hecho. Digamos, en principio, que lo que se acaba de firmar es un logro nacional no solo por la amplitud de intereses que beneficia y la respuesta que brinda a los desafíos de la globalización, sino porque se viene gestionando desde hace veinte años y de una manera u otra, con más o menos entusiasmo y en mejores o peores coyunturas, todos los presidentes lo han impulsado aunque, nobleza obliga, fue el actual presidente el que desplegó más energías para que esto ocurra. ¿Y de aquí en más? Y de aquí en más falta no sé si lo más importante, pero sí lo decisivo. Por lo pronto, el acuerdo debe ser convalidado por todos los parlamentos de un lado y del otro del Atlántico. Dos años por lo menos demorará este trámite, aseguran los entendidos. Pero después hay que “acomodar” la economía de los argentinos a las nuevas exigencias. En el camino, como dijera Gustavo Grobocopatel se harán presentes nuevos actores económicos y otros deberán prepararse para desaparecer. Las palabras de Grobo sonaron duras, pero, exclamaciones más, exclamaciones menos, aluden a la lógica interna del capitalismo acerca de la destrucción y construcción de recursos, tal como la planteó alguna vez un señor llamado Schumpeter. Conclusión: moderar los festejos porque lo más importante aún no ocurrió, pero al mismo tiempo sería aconsejable que la oposición antes de oponerse averigüe de qué se trata y cualquier duda la consulte con sus amigos Evo Morales y Pepe Mujica, quienes desde su tercermundismo latinoamericano parecen estar muy satisfechos con el acuerdo, sin que ese entusiasmo se modifique por la cercanía de una campaña electoral.

III

Un nacionalista diría que un argentino no debe usar de señuelo la camiseta de su país en el extranjero para ofender al presidente votado por los argentinos. Sin el mismo entusiasmo nacionalista pienso lo mismo, pero dicho esto agrego que no es aconsejable dar por el pito más de lo que el pito vale. A la suerte de emboscada que los militantes kirchneristas con residencia en Suiza le tendieron al presidente se la puede calificar como irrespetuosa, infantil, tonta, pero nada más. No hubo violencia y hasta es muy probable que desde el punto de vista de la eficacia política el episodio favorezca más a Macri que a Cristina. Palabras más, palabras menos, muy bien podría decirse que se trató de un episodio desagradable y punto, episodio que yo diría que ni siquiera alcanza a la condición de escrache, en tanto que en todo escrache lo que se impone son los insultos y en más de un caso las agresiones físicas. Tal vez la actitud más prudente fue la que tuvo el presidente Mauricio Macri, a quien en ningún momento los emboscados lograron borrarle la sonrisa. Habría que agregar, además, que los comentarios que luego hiciera el presidente también apuntaron a restarle importancia al acontecimiento. Respecto de las declaraciones de la madre de los muchachos, hay que tomarlas como lo que fueron: palabras de una mamá que defiende a sus hijos, un derecho que nadie puede desconocer y nadie está obligado a tomar en serio. ¿Y lo que dijo Aníbal Fernández? Creo que hace rato que al Morsa le caben las generales de la ley de la madre: no tomarlo en serio.

IV

Elisa Carrió se pregunta en qué momento Cristina traicionará al Alberto o el Alberto traicionará a Cristina. La pregunta por supuesto no es inocente pero tampoco es producto de la fantasía de Lilita. La candidatura Fernández-Fernández incluye una contradicción y una farsa. La pregunta acerca del momento en que los candidatos se van a asestar la puñalada por la espalda no es impertinente. En la misma situación intendentes y presidentes de comunas de modestas aldeas se han traicionado sin asco por mucho menos. Al respecto, ya es un clásico el funcionario que deja en el gobierno a un supuesto incondicional y antes del mes el incondicional se transforma en el traidor, en el principal enemigo de su reciente beneficiario. Si esto pasa en una ciudad pequeña, ¿por qué no va a ocurrir cuando lo que esta en juego es la presidencia de la nación? Es verdad que el Alberto no es Cámpora, en tanto no parece considerar que la obsecuencia y el servilismo sean una virtud, pero el hecho de que no lo sea es más un factor de intranquilidad que otra cosa. Sus palabras acerca de que no será un títere puede ser interpretada más como una advertencia a Cristina que una señal tranquilizadora a los votantes. En todos los casos, la contradicción es evidente y es tan evidente que muy bien podría decirse que condiciona el origen de esta “jugada” política. Concretamente el Alberto va de presidente porque el kirchnerismo de paladar negro suponen que dará una imagen más moderada. O sea que desde el vamos plantean que son distintos, diferencia asentada sobre una base que nadie discute: la dueña de los votos y la dueña del poder es Cristina. ¿Si el Albero gana las elecciones, quién gobernará? El Alberto asegura que él. ¿Cristina aceptará su declive, su ocaso, sin decir agua va? Y si lo acepta, ¿qué condiciones impondrá? Y esas condiciones, ¿hasta dónde el Alberto estará dispuesto a concederlas? Y si eso no ocurre, ¿qué hará Cristina y sus seguidores? Cada uno podrá responder a estas preguntas como mejor le parezca, pero más allá de preferencias lo que resulta evidente es que esta fórmula suma varias anomalías, anomalías que a la hora de disputar o ejercer el poder pueden llegar a ser explosivas. El peronismo algo sabe de estas cuestiones.

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