Franz Kafka, cartero de muñecas

FRANZ KAFKA, CARTERO DE MUÑECAS

 

I

La historia ocurrió en agosto o setiembre de 1923. Lugar: Berlín. Una pareja pasea por el parque de Steglitz. Ella se llama Nora y él Franz. Como oyeron: Nora Diament y Franz Kafka. Son novios y se alojan en una pensión cerca del parque. Él está muy enfermo y nosotros sabemos que faltan algunos meses para su muerte porque la tuberculosis no perdona.

Por prescripción médica, Franz debe cuidarse, tomar todas las pastillas que le han recetado y, sobre todo, pasear, caminar diariamente. Es lo que Nora y él están haciendo esa siesta en esa ciudad de Berlín acosada por los desmanes políticos y las furias de la hiperinflación.

De pronto, cerca de un árbol y al lado de un banco pintado de rojo, ve a una niña llorando desconsoladamente. Debe tener seis o siete años. Kafka se detiene a preguntarle qué le pasa y la nena le dice, entre hipos y pucheros, que ha perdido la muñeca, su muñeca. En el acto Kafka inventa una historia, porque no acepta que la nena siga llorando. Le dice que está muy equivocada, que no es así, que la muñeca no se ha perdido sino que se ha ido de viaje. La niña le pregunta -con ese prosaico sentido de realidad de los chicos- de dónde sacó esa noticia, y él le responde que la muñeca le dejó una carta para ella. La niña –siempre desde su realismo- pide que le muestre la carta y Kafka le contesta que la dejó en su casa, pero que mañana sin falta se la va a traer porque su trabajo es el de cartero de muñecas.

Esa misma tarde, según cuenta Nora, Kafka se puso a escribir en el escritorio de la pensión la primera carta para la nena. Nora observa muchos años después : “Entró en el mismo estado de tensión nerviosa que lo poseía cada vez que se sentaba a su escritorio, así fuera para escribir una carta o una postal». Dicen que Nora estaba molesta y no era para menos: se alojaban en una pensión muy modesta porque no tenían plata para algo mejor; la salud de Franz era fragilísima; además, se había enredado con un par de relatos que lo extenuaban y, como si eso fuera poco, ahora se dedicaba a escribir cartas de muñeca a una niña que había conocido hacía apenas un par de horas y que seguramente nunca más vería.

Esta labor de escritura, la realizará durante casi tres semanas. Todas las tardes, Kafka se encuentra en el parque con la niña y le entrega una carta en la que la muñeca le cuenta que esta paseando por París, después por Londres, luego por Nueva York. La última carta, la muñeca le informa a la nena que ha conseguido novio y se va a casar. A esta altura, la nena ya no extraña a su muñeca y disfruta de las cartas que le entrega ese hombre extremadamente delgado, de ojos claros y ojeras violetas, de orejas apantalladas y dueño de una extraña dulzura, propia, como se sabe, de todo cartero de muñecas.

 

II

Esta historia se conoció treinta años después y la comenta en 1952 la gran crítica literaria Marthe Robert, tomando como referencia informaciones brindadas por Nora Diament, la ultima novia de Kafka. Klaus Wagenbach, biógrafo del escritor, se tomó el trabajo de recorrer las casas del parque Steglitz buscando a la nena que supuestamente ya sería una mujer de más de cincuenta años. No hubo caso. Incluso sacó avisos en el diario reclamando su presencia, pero nadie se presentó.

Paul Auster, en su novela “Brooklyn Follies”, comenta el episodio y cuando en algún momento el escritor argentino, Tomas Eloy Martínez le pregunte -con el típico tono escéptico de un argentino-  si la historia es cierta o es un fábula, Auster le jurará y le rejurará que es cierta.

Lo mismo opina Jordi Sierra I Fabra, que además escribe una novela titulada “Kafka y la muñeca rusa”. Por su parte, Cesar Aira no solo va a creer en esta historia, sino que escribirá lo siguiente: “El contrato de una niña con su muñeca es un contrato semiótico, una creación de sentido…con esta historia Kafka confirma que fue el más grande descubridor de signos de la era moderna”.

Esas cartas desaparecidas, por la que críticos y coleccionistas ofrecieron el oro y el moro, son uno de los grandes enigmas de la literatura contemporánea, el testimonia de una ausencia palpitante en el mejor estilo kafkiano

 

III

A mí la historia me encantó, porque me dio otra pista sobre esa desconcertante personalidad de Kafka. Sabemos de un Kafka angustiado, sombrío, taciturno, humillado, encerrado en su soledad…y de pronto esta anécdota formidable. El más grande escritor del siglo veinte, el hombre que sabía que estaba viviendo los últimos meses de su vida, deja todo lo que está haciendo, incluso lo que está escribiendo, para durante veinte días consolar con palabras escritas a una niña que llora y a la que no conoce ni conocerá.

¿Qué fue de esas cartas? Nadie lo sabe. Dichosa y privilegiada niña de Berlín de 1923, que con absoluta inocencia y felicidad recibió los manuscritos de ese hombre desconocido que decía ser cartero de muñecas y cuya exclusiva preocupación era impedir que una nena llore sin consuelo por la pérdida de lo que más quiere en el mundo.

 

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