«Y los chorros se dan cita en el campo del honor»

I

Supongo que el gobierno que asumirá el 10 de diciembre dispondrá de los emblemáticos 100 días de espera, el tiempo que la oposición le suele dar a los gobiernos para que se acomoden y ensayen sus primeras iniciativas. Es lo que corresponde y es lo que seguramente va a pasar. Alberto Fernández dispondrá de un handicap justo, pero en homenaje a la memoria hay que decir que Mauricio Macri no lo dispuso porque la oposición lo consideró un enemigo del pueblo antes de que asumiera y lo combatió como muchos de ellos en su momento no se animaron a combatir a la dictadura militar. Fernández por lo tanto dispondrá de este “privilegio”, incluido el gesto simbólico de un presidente saliente entregándole los atributos de poder, gesto que como todos sabrán la Señora no se dignó a practicar como punto de partida de la estrategia de expulsar al intruso de la Casa Rosada.

II

Es probable que a los inconvenientes más serios tío Alberto los tenga, más que con la oposición, con algunos dirigentes de sus propias filas. Entre los que quedaron insatisfechos porque en el reparto de cargos no les dieron lo que ellos consideran que se merecen, y todos aquellos cuyo negocio es el conflicto en la calle a cambio de subsidios no para los pobres sino para ellos, puede crearse un escenario complicado, una situación que al peronismo no le resulta del todo extraña porque ellos son los primeros en saber que la unidad electoral alcanzada en estas semanas no disolvió las diferencias sino que las internalizó en las estructuras del poder. ¿Cómo en 1973? Yo no sería tan pesimista. En aquellos años existía un clima de violencia y muerte que hoy no existe. La violencia social de hoy en día no tiene nada que ver con la de 1973.Y sería de desear que el peronismo limite su homenaje a aquellos tiempos desgraciados a bautizar a una agrupación con el nombre de un dentista conservador y alcahuete, oriundo de San Andrés de Giles si no me equivoco.

III

Analistas políticos observan que tío Alberto no se define políticamente, dice generalidades, cuando no se dedica a hacer una declaración en un lado y en el otro declarar exactamente lo contrario. Sinceramente yo lo entiendo. Como presidente representa una coalición social muy amplia y por lo tanto los discursos inevitablemente tienen que ser contradictorios. El problema se presenta a la hora de ejercer el poder, cuando los discursos pasan a un relativo plano secundario y son los hechos los que hablan, según lo enseñara el Jefe mayor cuando pronunció una de sus frases clásicas: “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”. De todos modos, la realidad bien se sabe que está más teñida de colores grises que de absolutos blancos y negros. En lo personal, sospecho que tío Alberto intentará practicar en su gobierno lo que aconsejaba Jacobo Timerman para su diario: izquierdista en la cultura, centrista en política y derechista en economía. No es una mala fórmula. Siempre y cuando los gobernados lo acepten y este país lo aguante.

IV

Hay que disponer de santa paciencia o de un singular sentido del humor para escuchar las declaraciones de Lázaro Báez y no descomponerse de indignación o de asco. Seguramente en las investigaciones realizadas para desenmascarar a la cleptocracia kirchnerista hubo decisiones por lo menos controvertidas o que merecen una ampliación de pruebas, pero en lo que no hay dudas es del lugar de honor ganado por Lázaro Báez como el emblema clásico de la corrupción kirchnerista. Las pruebas en su contra son abrumadoras, tan abrumadoras como las que hay contra Cristina, con la diferencia que Báez no dispone del poder de Cristina y por lo tanto fue a la cárcel ratificando el principio de que los poderosos no pagan. El tema de Lázaro Báez no incluye solamente las peripecias de un empresario ladrón, en tanto a nadie se le escapa que si Báez pudo hacer lo que hizo fue porque contaba con el visto bueno de los Kirchner de quien fue testaferro pero, además, como él mismo se ocupó en destacar, fue compañero de militancia y de creencias políticas. Lázaro Báez más que un malentendido en el peronismo es casi una consecuencia lógica. Como dijera Dante Gullo en un programa político: “Ojalá el peronismo y la Argentina tuvieran diez, cien empresarios nacionales como Lázaro Báez”. No sé si al peronismo le vendría bien tantos Lázaro Báez, pero sí estoy seguro de que a los argentinos nos resultaría muy difícil sobrevivir si nos cayeran del cielo diez, cien Lázaro Báez. Anécdotas al margen, Lázaro Báez importa entre otras cosas porque si él es culpable, Cristina también lo es y sin atenuantes. Están íntimamente comprometidos. Báez jamás habría podido hacer lo que hizo si no hubiera contado con la luz verde de Néstor y Cristina. Separar a Lázaro de Cristina es una operación imposible, algo así como pretender que Clyde Barrow era el malo y Bonnie Parker la buena.

V

No estoy del todo convencido de que los seguidores de Mauricio Macri lo despidan con un acto en Plaza de Mayo. Mi primera objeción es de sentido común: nunca es conveniente imitar el juego del adversario. Que Cristina haya dejado el poder con un acto en Plaza de Mayo, no obliga a Cambiemos a hacer exactamente lo mismo. La novedad de Cambiemos fueron las formidables movilizaciones durante el segundo tramo de la campaña electoral. Su alcance fue tan notable que no solo le permitió sumar casi dos millones de votos, sino que simbólicamente le ganó la calle al peronismo, una victoria significativa ya que uno de los mitos fundacionales del peronismo es que “el pueblo” es el que está en la calle y ese pueblo es peronista. El pueblo en la plaza y el líder en el balcón. Pues bien, en esta campaña electoral “el pueblo” en la calle lo votaba a Macri. Faltó el líder en el balcón, lo cual me satisface porque no hay nada más manipulador, tramposo e idolátrico que esa imagen que seducía a Hitler, Mussolini, Somoza, Castro, Trujillo (omito nombrar a algunos más conocidos pero que ustedes seguramente conocen): el líder en el balcón arengando “a las masas”. Pues bien: sospecho que la convocatoria de Cambiemos en la Plaza para despedir a Macri no tendrá ni la masividad ni el entusiasmo de los mejores tiempos. Lo sospecho, no lo afirmo. Sí discuto una cuestión más de fondo. Cambiemos se propone cambiar las prácticas populistas en la Argentina, una de cuyas manifestaciones es el mito de la gente en la calle todos los días, a quienes le atribuyen la condición de “pueblo”. Una cultura republicana no renuncia a la calle, pero a ese ejercicio lo practica en situaciones excepcionales, cuando no queda otro camino. Un país normal no es con multitudes aullando en una Plaza o cortando avenidas todos los días. Un país normal y democrático desconfía de esos hábitos propios de regímenes demagógicos cuando no dictatoriales o totalitarios. Un país normal privilegia la amistad, el amor de una pareja, la vida en familia, amigos compartiendo una película, un asado, un concierto o un partido de fútbol. Un país normal se conforma con estudiantes que estudian y piensan, trabajadores que trabajan, vecinos que conviven pacíficamente celebrando las maravillas de la vida cotidiana. Un país normal se parece mucho al que Jorge Luis Borges describe en su poema “Los justos”.

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