I
Ningún tribunal de justicia en el mundo le hubiera admitido a la Señora los desplantes y las amenazas que profirió en la indagatoria celebrada en Comodoro Py a principios de esta semana. Jueces miedosos, jueces cómplices o sometidos como lacayos a la voluntad de una mujer que montó una escena de indignada y colérica para eludir las respuestas que efectivamente debía dar acerca de los negocios y trapisondas, practicadas con Lázaro Báez en materia de obras públicas y que la tuvo a ella y a su marido como exclusivos beneficiarios. Cristina sin duda que nos subestima mucho a los argentinos cuando pretende hacernos creer que ella y su marido no tienen nada que ver con el señor que formó y forma parte de la mesa chica del poder K santacruceño, del señor que actuó como un testaferro descarado de la familia presidencial y del señor que, para manifestar su agradecimiento y afecto a Néstor, levantó mausoleos y monumentos en su honor. Pero contra viento y marea Cristina nos quiere hacer creer que ella no tiene nada que ver con el señor que se benefició con la obra pública de una provincia que en esos años gerenció más obras que Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba, al señor que Él y Ella favorecieron con decretos de necesidad y urgencia y a quien Él y Ella le facilitaron con métodos mafiosos que acumule en su condición de testaferro una de las fortunas más altas del país.
II
Si el destino me otorgara el privilegio de dialogar con los dioses, les preguntaría por qué y a título de qué, cierto sentido común público de estos tiempos le otorga la condición de izquierda o progresista a un régimen de poder que sesiona en la Recoleta o Puerto Madero, que sus líderes se han hecho multimillonarios ejerciendo el poder, que sus aliados estratégicos se llaman Gildo Insfrán y Gerardo Zamora, cuando no Carlos Menem y Rodríguez Saá. Con los matices del caso, les reconozco méritos a políticos como José Mujica y respeto la trayectoria de Lula como luchador y titular de la esperanza de millones de brasileños más allá de sus peripecias. Algo parecido pensaría de Evo Morales, con quien sostengo muchas disidencias pero no puedo menos que admitir que a su manera cree en lo que dice y algunos importantes logros sociales conquistó para el pueblo boliviano.
III
Pregunto: ¿qué tiene que ver Cristina con todo esto? ¿Qué tiene que ver con la trayectoria de Mujica y su austeridad? ¿O con las luchas libradas por Lula a favor de los trabajadores del campo y la ciudad en Brasil? ¿O la militancia indigenista de Evo Morales? ¿Qué hay de común entre estos líderes populares, equivocados o no, pero líderes populares al fin, con esta señora dominada por su vanidad, cuyo exclusivo aporte en los foros internacionales fue el de haber llegado siempre deliberadamente tarde porque suponía que con esa “estrategia” llamaba la atención? ¿Qué hay de común entre Mujica y Lula con esta señora cuya definición más emblemática fue la de considerarse “abogada exitosa” y que hasta que alguien me demuestre lo contrario su principal expectativa del poder fue la de enriquecerse sin límites?
IV
La identidad de los políticos y sobre todo de los líderes populares se construye con su pasado. En ese “lugar” están sus esperanzas y también sus frustraciones. Todo líder popular sabe que el futuro se traza con las líneas consistentes que dibujaron su pasado. El pasado como espejo, aunque muchas veces ese espejo esté empañado o cruzado por líneas que amenazaron romperlo. Lula, Mujica o Morales pueden ser imputados desde diferentes lugares, pero esa identidad que supieron forjar no se la niegan ni sus adversarios más enconados. Esa identidad es precisamente la que está ausente en Cristina. Ni luchadora, ni militante, ni comprometida con nada que no fuera su vanidad, su pulsión de poder y su pasión nunca disimulada por el lujo, las chafalonías y sus caprichos.
V
Mauricio Macri no perdió las elecciones porque polarizó con el peronismo, o porque no denunció la catástrofe económica que dejaron los K en 2015, o porque Marquitos Peña hizo las cosas mal. Macri perdió las elecciones porque no dio respuestas a las expectativas cotidianas de la gente en materia económica. Nadie en esta Argentina pide un país perfecto y un jardín en el que todos nademos en la abundancia, pero sí se reclamó aquello que el presidente prometió en su campaña: baja de la inflación, pobreza cero, crecimiento económico. Las respuestas a esos desafíos son las que todos conocemos y en ese contexto los resultados electorales son lo que también conocemos. La realidad es compleja, pero los desenlaces no lo son tanto. Dicho con otras palabras y a modo de síntesis: con estos números económicos, con estos índices de pobreza e indigencia, ni Mandrake el Mago gana elecciones.
VI
El gobierno que se va cometió los errores que conocemos, pero cometeríamos un error mayor si a esta realidad económica deplorable no la matizáramos con logros institucionales, avances notables en materia energética, una mejor infraestructura y un sistema financiero más organizado. La Argentina de 2019 es más segura y posee instituciones más fuertes. El país que deja Macri es complicado, los problemas están a la vista, pero está bastante lejos de la catástrofe que pregona el populismo, catástrofe que, dicho sea de paso, la pregonó con las mismas palabras y los mismos énfasis antes de que Macri asumiera el poder. Al respecto, no nos llamemos a engaño. El kirchnerismo como brazo hegemónico del peronismo fue destituyente y su principal estrategia opositora se expresó a través de la imagen del helicóptero.
VII
En cuatro años de gobierno Macri hizo uso de la “Cadena nacional” una sola vez. Y lo hizo a menos de una semana de dejar el poder, por lo que no se le pueden atribuir objetivos electoralistas o publicitarios. Sin embargo, ciertos analistas políticos “constructivos” ponen en el mismo nivel una sola “cadena nacional” con las decenas de cadenas nacionales practicadas por Cristina Kirchner. Esa actitud de poner en un mismo nivel situaciones muy diferentes, suele seducir a ciertos analistas políticos. Algunos, por picardía política; otros, por miedo, y no faltan los que lo hacen de buena fe en nombre de una pretendida objetividad que termina favoreciendo a lo peor. No me sorprendería, por ejemplo, que en la gestión de Macri salga a la luz algún episodio de corrupción porque, como se dice habitualmente, de esos males ningún gobierno está liberado. Pero esos hipotéticos episodios en la gestión de Macri no forman parte del sistema de acumulación practicado por el kirchnerismo, que muy bien merece ser calificado de cleptocracia, es decir, de un régimen cuya cúpula de poder se dedicó al saqueo de los recursos nacionales. El cinismo del populismo en esta materia es emblemático: Puede que nosotros robemos -admiten- pero ustedes también roban. Y a través de ese recurso -todos somos ladrones- suponen que brindan una respuesta “inteligente” y pícara . No me sorprende que el populismo criollo haga lo que hace y se defienda como se defiende; lo que me sorprende es que algunos incautos, ingenuos o algo más grave, compren alegremente esta coartada con la excusa de que no se debe profundizar la grieta.
VIII
La frase “superar la grieta” luce el controvertido prestigio de ser correcta y prudente. ¿Quién puede estar a favor de la “grieta”? Pero en política es necesario ponerse de acuerdo en los términos y entre otras cosas desconfiar de algunos de esos comportamientos correctos que tranquilizan las buenas conciencias. Por lo pronto, importa decir que hoy la consigna “superar la grieta” suele ser en términos prácticos el recurso favorito de quienes militan a favor de la impunidad del régimen cleptocrático, de quienes suponen que el régimen más corrupto de la historia argentina debe quedar liberado de culpas en nombre de superar la grieta. Al respeto no nos llamemos a engaño: la grieta de la que tanto se habla la creó el peronismo desde el poder, se benefició el peronismo desde la oposición salvaje y pretende favorecerse en términos de impunidad a partir de ahora.