«El hecho maldito del país burgués»

I

¿Hay diferencias políticas entre Alberto y Cristina? Seguramente las hay, como las había entre Néstor y Cristina, entre otras cosas porque en el ejercicio de la política esas diferencias son inevitables, incluso entre los aliados más íntimos. La pregunta correcta por lo tanto no es esa, sino la siguiente: ¿Alberto y Cristina encarnan proyectos políticos diferentes? Y allí yo diría rotundamente que no. Es más, agregaría que las diferencias que se observan acerca de, por ejemplo, un Alberto moderado y una Cristina radicalizada, son funcionales a una estrategia de poder, algo así como el policía bueno y el policía malo. Las diferencias en este contexto oxigenan a la alianza, la flexibilizan.

II

Se dice que el gobierno de Alberto Fernández es una coalición. Chocolate por la noticia. Todos los gobiernos en los tiempos modernos son coaliciones, es decir articulaciones de intereses diversos, algunos políticos, otros regionales, pero articulaciones al fin alrededor de una estrategia de poder. Las coaliciones no son eternas, pueden romperse, pero no son estos los riesgos que acechan hoy al peronismo en el poder. Por lo tanto, las diferencias que podrían registrarse entre Cristina y Alberto no solo que son menores, contradicciones secundarias, como se decía antes, sino que además en la actualidad (sobre el futuro ni los dioses se atreven a hacer conjeturas) es una garantía de estabilidad del flamante poder peronista.

III

La advertencia es innecesaria a los peronistas que conocen muy bien las reglas de juego. Apunta más bien a despejar ilusiones y fantasías de antiperonistas cargados de culpas “gorilas” y siempre dispuestos a justificar al peronismo, no tanto por escrúpulos ideológicos sino porque la tentación de pasarse con armas y bagajes a su campamento es muy fuerte. Alguna vez debería escribirse un libro acerca de la recurrente tentación de los antiperonistas para sumarse a esas filas. Semejante pecado ningún actor político nacional se privó de cometer. Radicales, socialistas, desarrollistas, liberales, democristianos, conservadores, izquierdistas, todos alguna vez sintieron la tentación de “infiltrarse” en el peronismo o “ponerle cerebro al elefante”. Demás está decir que todas esas estrategias fracasaron vergonzosamente. No solo les fue mal, sino que en el camino sus fuerzas políticas desaparecieron del mapa. El único margen que quedó abierto para los “gorilas buenos” fue el de la aventura personal, peripecias sobre las cuales también podría escribirse un libro alrededor de la moral del colaboracionista. Un libro menor, claro está, el libro de los tránsfugas que descubren al peronismo para obtener un puesto bien rentado o una generosa licencia.

IV

La primera intervención de la señora Cristina en su cargo de presidente del senado, fue la de recordarle a su compañero el senador, peronista y formoseño, José Mayans (un caballero que la sociedad ya ha tenido oportunidad de disfrutar de sus distinguidos refinamientos culturales y espirituales) que no se dice “presidente” sino “presidenta”. Típico de Ella. Porque son precisamente esas “batallas” reñidas con la gramática las que habilitan al comodoro Horacio Verbitsky o al ex ministro del “Pensamiento nacional”, Ricardo Forster a compararla con Juana de Arco o Rosa Luxemburgo. Dicho esto, preguntaría a continuación a la señora Cristina: ¿Si presidente se dice presidenta… farsante, se debería decir farsanta; y delincuente, se debería decir, delincuenta; y prepotente, se debería decir prepotenta; y comediante, se debería decir comedianta e ignorante se debería decir, ignoranta? Pregunto para saber cómo puedo expresarme con propiedad para ir definiendo algunos de los atributos distintivos de su personalidad.

V

El compañero Papa recibió al señor Diosdado Cabello Rondón, la bestia negra del chavismo, una mezcla armoniosa entre Rasputín y Pablo Escobar. El Vaticano con sus dos mil años de experiencia política no recibe a quien no quiere recibir. Y si no le queda otra alternativa que hacerlo, se encarga a través de gestos o palabras de demostrar su desagrado. Mauricio Macri algo sabe de eso. Por lo tanto, recibir al compañero Diosdado Cabello fue todo un gesto político. Pero ese sería un detalle menor. Lo más destacado, lo que toca a fondo en el corazón, es la cara de alegría del compañero Papa, la luminosidad de su sonrisa, la estética juguetona de sus gestos. Miren las fotos. He aquí un hombre feliz rodeado de visitas felices. Ora pronobis.

VI

Los populistas oponen solidaridad a meritocracia. Y suponen que así son más buenos y justos. Invocan la solidaridad, cuando lo que quieren son votos sumisos y serviles. Con semejante “solidaridad” discrepo en toda la línea. Una sociedad justa es una sociedad que reconoce la inteligencia, la creatividad, el esfuerzo. Lo otro es igualar hacia abajo y estimular la resignación y la sumisión al amo. En las sociedades tradicionales el mérito era negado porque la herencia de sangre o la palabra divina eran lo importante. Una sociedad libre, por el contrario, es aquella donde los méritos no de la sangre sino los de la inteligencia, la creatividad y la lucidez son reconocidos. ¿Y la solidaridad? Tan importante para un orden social como el “mérito”. Pero la solidaridad debería ser la práctica social de hombres libres dirigida respetuosamente a hombres que merecen ser libres. La solidaridad y la fraternidad no pueden, no deben confundirse con la limosna humillante, con la maniobra infame del puntero político. Como alguna vez dijera Atahualpa Yupanqui: “Desprecio la caridad por la vergüenza que encierra”. La solidaridad bien entendida no proviene de la “culpa” o el temor de cocinarse para toda la eternidad en el infierno; mucho menos de la manipulación. Como todo acto generoso, la solidaridad proviene de la lucidez y la sensibilidad, del reconocimiento del otro en su dignidad como persona, es decir el reconocimiento de su libertad individual, esas dos palabras: libertad e individualismo, que suelen espantar a los populistas.

VII

¿En qué momento el flamante gobierno peronista iniciará su estrategia de crear un “ejército nacional”? El entrecomillado es necesario, porque para el peronismo el ejército o las fuerzas armadas, integra uno de los componentes claves de su “Proyecto nacional”. Desde 1943 a la fecha la alianza entre sindicatos, iglesia y militares es algo así como la Santísima Trinidad del peronismo. Los tiempos cambian, los actores también cambian, pero hay ciertas exigencias ideológicas o doctrinarias que persisten. El último esfuerzo por resucitar ese engendro lo hicieron en tiempos de Cristina y con el general César Milani como “conductor”. Por primera vez desde 1983, los militares se incorporaban al quehacer político bajo el amparo de la consigna “Ejército nacional”. La pulsión ideológica debe de haber sido muy grande para que no vacilaran en convocar a un militar comprometido con la represión ilegal, según denuncias de familiares de las víctimas, para no mencionar su sospechosa y sugestiva acumulación de riquezas, pecado que, dicho sea de paso, en el peronismo apenas llega al estado de venial.

VIII

Sinceramente no entiendo por qué más de un antiperonista se esfuerza en diferenciar al kirchnerismo del peronismo, cuando hasta para los peronistas resulta evidente que el kirchnerismo no solo es peronista, sino que desde hace casi veinte años es su máxima expresión, su corriente interna más poderosa. Es verdad que se puede ser peronista desde diferentes puntos de vista, pero convengamos que el kirchnerismo es una variante legítima del peronismo y desde 2002 su expresión hegemónica. Cualquier duda consultar a todos los peronistas que en algún momento tomaron distancia de Cristina y ahora fueron al pie, de rodillas y pidiendo perdón.

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