«¡Qué sucede mama mía!»

I

La situación es la siguiente: no podemos salir de la cuarentena y tampoco podemos seguir en cuarentena. Parece un juego caprichoso o una broma. Pero no lo es. Más que una paradoja es una situación trágica. No hay salida. Por lo menos no se avizora salida inmediata. Y sin embargo, de esta situación debemos salir. ¿Cómo? Si lo supiera, ya lo habría registrado en algún Guinness. Pero no lo sé. Por ahora alcanza con saber que estamos acechados por la “peste” y por la quiebra económica y social que puede llegar a ser peor que la peste. Si no fuera así no estaríamos ante una tragedia. Supongo que vamos salir. Supongo. Despacio y tropezando. El costo ya sabemos que será alto. Tratemos que no sea más alto de lo que ya pronostican las cifras.

 

II

Del coronavirus sabemos que hay que tomarlo en serio. Que a los políticos y jefes de Estado que lo subestimaron no les fue bien. No es la peste negra de la edad media, pero tampoco es una gripecita inofensiva. Su capacidad de contagio es alta y, además, mata. ¿El porcentaje de muertes es bajo? Es probable, pero a continuación hago la siguiente pregunta: ¿Es bajo el porcentaje de muertos (si es que 50.000 es una cifra “baja”) porque la pandemia es “inofensiva” o porque el mundo se movilizó para combatirla? ¿Qué habría pasado si nos hubiéramos quedado de brazos cruzados, como recomendaban Trump, Bolsonaro o López Obrador? De la cuarentena sabemos que hay que tomarla en serio. También sabemos que esa seriedad incluye empezar a pensar, ya, cómo salimos de ella. La economía del país y la economía del mundo no pueden estar paralizadas o semiparalizadas por tiempo indeterminado.

 

III

A los argentinos la pandemia nos agarró, como diría tío Colacho, con el paso cambiado. Pobreza estructural, desocupación, caída económica, endeudamiento, corrupción impune. Sabemos en qué condiciones hemos ingresado a la desgracia. No sabemos en qué condiciones vamos a salir. Algunos dicen que lo peor ya pasó. Otros, dicen exactamente lo contrario. A diez mil kilómetros de distancia sé que el lujo del optimismo o la manía del pesimismo no me los puedo permitir. Mirar y esperar. Si fuera creyente prendería velas a San Antonio. Tía Cata creo que lo está haciendo. Y sin embargo, si de algo estoy seguro, (y que tía Cata me perdone) es que de este pantano no salimos con oraciones sino con inteligencia, decisiones y, tal vez, un toque de suerte.

 

IV

En nombre de la objetividad, debo decir que el presidente de la nación arrancó bien plantado. Palabras claras, consignas precisas, imagen sólida. Lo que habitualmente se reclama de un piloto de tormentas. Arrancó bien, pero -en jerga futbolera- el partido dura noventa minutos y recién vamos por la mitad del primer tiempo. Repito, bien plantado en la cancha, pero vaya uno a saber por qué motivos ya hizo méritos para un par de tarjetas amarillas y, según los analistas, a la tarjeta roja el referí ya la tiene en la mano. El problema no son los errores, sino la gratuidad de ellos. Tío Alberto venía jugando bien: pelota al piso, juego ofensivo, tribuna a favor. Y de pronto… Un presidente se puede equivocar. Y en emergencias como esta, los errores a veces son inevitables. Lo más difícil de disculpar son los errores gratuitos. ¿Eran necesarios los agravios a los empresarios? ¿Eran necesarias esas frases insultantes? ¿Eran necesarios los elogios a Moyano? El sentido común diría que no. Pero para un presidente peronista el sentido común posee una lógica propia. Una lógica peronista para ser más preciso.

 

V

Me gusta que el presidente de la nación transmita serenidad. Pero no me gusta que protagonice con Moyano escenas más cercanas a la pornografía que al elogio. Moyano es un mal bicho. El arquetipo del sindicalista corporativo y corrupto. Mientras el presidente de la nación lo pondera hasta la obscenidad, Moyano no puede justificar su fortuna. En realidad, no puede justificar su propia historia, historia que en algún punto más que a una biografía se parece a un prontuario. En un país con un mínimo de normalidad jurídica, Moyano no podría justificar su libertad. ¿Por qué los elogios del presidente? Nunca lo sabremos. ¿Lo presionaron? ¿Qué precio está pagando que el común de los mortales ignoramos? ¿O sencillamente el presidente hace lo que sabe hacer? Tío Colacho al respecto es terminante: “Nada que reprocharle a Alberto Fernández por hacer lo que mejor sabe hacer. A los que en todo caso debo hacerles una observación es a quienes sin haberlo votado esperaban o esperan de él virtudes republicanas y democráticas solo presentes en su imaginación”. “Pregunto, agrega a continuación tío Colacho, ¿por qué se sorprenden de que Alberto Fernández califique a Hugo Moyano de dirigente sindical ejemplar? A mí me parece muy coherente. Absolutamente coherente. Es como si mañana me sorprendiera que ponderara a Cristina Kirchner o a Hebe Bonafini o a Amado Boudou o a Gildo Insfrán? ¿Qué esperaban?”.

 

VI

¿Se ha consolidado tío Alberto? ¿Es el que manda? ¿Desapareció la Señora? ¿Se refugió en el Calafate y solo espera que no la citen los jueces? Ojalá. Pero dudo. Primero, porque se trataría de una conclusión apresurada. Segundo, porque mientras tío Alberto habla para una tribuna más o menos complaciente, los kirchneristas se dedican a ocupar las estructuras del estado. Tercero, la dependencia emocional de tío Alberto con Cristina. La cuarentena impone sus propios rigores, pero las contradicciones sociales y políticas no desaparecen. Es más, no solo no desaparecen, sino que a veces se hacen más intensas. Vivimos en condiciones excepcionales y, por lo tanto, ciertas decisiones excepcionales son necesarias y en algún punto indispensables. Pero la excepción no tiene por qué borrar el estado de derecho, paralizar el parlamento, conculcar libertades. La excepción no puede ni debe ser el tránsito, la coartada, a un régimen autoritario.

 

VII

El Partido Justicialista podrá conmoverse hasta las lágrimas por las presuntas virtudes de los camaradas chinos, pero nuestro destino político no puede ni debe ser esa dictadura responsable, dicho sea de paso, de la tragedia que asola a la humanidad. La diferencia entre un demócrata y un populista reside precisamente en que para un demócrata la excepción es breve, pero sobre todo esa brevedad más que confirmarse en el tiempo se confirma en la cultura de quienes la declaran. Todo lo contrario de la cultura populista y autoritaria, cuyo estado ideal, permanente es la excepción, la emergencia. No conozco en la historia moderna un solo dictador que no haya invocado la “excepción” para el ejercicio desenfrenado del poder. ¿Alberto Fernández está comprendido en estas consideraciones? Quisiera creer que no. No lo votaron para que se comporte como un déspota; no es el despotismo lo que prometió en sus discursos. Pero en la Argentina que vivimos nunca está de más estar atento. Defender la salud de los argentinos, incluye también defender la salud de sus libertades. Porque es también la experiencia histórica la que nos dice que las dictaduras se consolidaron cuando la sociedad renunció, por un motivo o por otro, a defender sus libertades.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/233297-que-sucede-mama-mia-cronica-politica-opinion.html]

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