«Qué tiempos aquellos»

 

I

Soy partidario de que el desafío político y social que se nos presenta es salir de la cuarentena, porque el precio de la recesión puede llegar a ser más alto que el precio que cobra el coronavirus. No se me escapa que el desafío es dramático, pero quienes decidieron hacer de la política una profesión tienen la obligación de saber que esos desafíos se presentan y que la historia suele ser impiadosa con los que no saben estar a la altura de las circunstancias. Si la recesión es un fantasma que nos acecha y que día a día se va corporizando, importa saber que el coronavirus existe, no es una fantasía, una conspiración china o un pretexto del gobierno para eludir sus verdaderas responsabilidades. El coronavirus existe y mata. Y los gobernantes que no le hicieron caso, pretendieron ningunearlo, no les fue bien. Boris Johnson en ese sentido es el ejemplo más patético, porque el coronavirus que pretendió desconocer se lo llevó puesto a él, una verdadera ironía de la historia contra un gobernante que escribió una biografía de Winston Churchill ponderando el rol decisivo del estadista en la historia.

 

II

Quienes estiman que con el coronavirus los políticos oficialistas sobreactúan sus decisiones, toman como referencia las cifras: menos de 300 muertos en términos estadísticos es una cifra baja, no solo si la compara con los países de Europa o EE.UU., sino si la comparan con los efectos letales del dengue, el sarampión e incluso la propia gripe. Dos argumentos dispone el actual gobierno para refutar, o por lo menos poner en tela de juicio estas imputaciones: el primero refiere a su eficacia en declarar la cuarentena a tiempo, a diferencia de otros gobiernos que la declararon cuando el aluvión de contagios parecía indetenible; el otro argumento tendría que ver con una pregunta contrafáctica y que se podría expresar con el siguiente razonamiento: perfecto, hay muy pocos muertos, una cifra mínima, pero, ¿qué habría pasado si no hubiéramos hecho lo que hicimos y si no seguimos haciendo lo que estamos haciendo?

 

III

La peste, la pandemia, la epidemia o como queramos llamarla, puede que modifique algunas de nuestras conductas, pero en lo fundamental lo que la experiencia enseña es que seguimos siendo los mismos, con nuestra defectos y nuestras virtudes. El principio vale en primer lugar para los políticos, para quienes la pandemia, que en términos políticos se podría traducir con la palabra “crisis”, puede poner en un primer plano lo mejor y lo peor de cada uno, pero no bien se presta atención al devenir de los acontecimientos vamos advertir que en lo que en lo que importa no hay grandes cambios. Puede que la imagen de Alberto Fernández haya adquirido un relieve particular al momento de declarar la cuarentena, puede que una sociedad razonablemente atemorizada haya sentido la necesidad de sentirse protegida, pero apenas se apagaron los reflectores, o cuando la borrasca atenuó sus rigores el presidente volvió a ser el de siempre, el mismo a quienes muchos argentinos decidieron votarlo y muchos argentinos decidieron no hacerlo. Lo que vale para el presidente vale para la vicepresidente alguien cuya identidad respecto a su relación con el poder y sus propios intereses es siempre la misma. Dicho en un término menos personal, los políticos afectos a la gestión decisionista, los políticos que suponen que gobernar es concentrar poder y rechazar controles institucionales, seguirán creyendo en estos principios e incluso aprovecharán la crisis para desarrollarlos.

 

IV

Hechas estas consideraciones, me importa insistir en la necesidad de salir de la cuarentena aunque esa consigna lo moleste al señor presidente. Yo no sé, ni me consta, si el presidente está enamorado de ella, pero sí sospecho que si lo está, esa pasión puede llegar a ser fatal para los argentinos, pero si no lo está lo que debe hacer es comenzar a dar propuestas para salir de este lugar. No me dispongo de conocimientos para saber si la continuidad de la cuarentena hasta el 25 de mayo corresponde o no, pero sí sé que los científicos no todos opinan lo mismo y también sé que nuestra economía no da para más y que el colapso económico puede provocar daños humanos más altos que el coronavirus. A favor de la prudencia del gobierno debe decirse que hay indicios de que lo peor aún no ha llegado en términos de contagios, a lo que le debería agregar que si bien el sistema de salud está en condiciones de hacerse cargo de un recrudecimiento de los contagios, no deja de ser cierto que comparado con los países europeos, por ejemplo, nuestros recursos estatales y la calidad de sus servicios son muy deficientes.

 

V

Si en este escenario de incertidumbres algo parece quedar en claro es que las opciones de hierro, las contradicciones absolutas son las menos aconsejables. Antagonismos como “vida o economía” o “cuarentena o normalidad”, merecen relativizarse porque son los hechos los que parecen sugerir alternativas intermedias que den lugar a la continuidad de la cuarentena en algunos lugares y la “normalidad” en otros. Para bien o para mal no queda otra posibilidad que arriesgarse a experimentar, porque la cuarentena tal como la venimos practicando es cada vez más inviable y la apertura como si nada hubiera pasado es demasiado riesgosa. ¿Complicado? Por supuesto. Y esas complicaciones los gobiernos le temen como al diablo porque saben que su propia condición de gobernantes se pone en juego.

 

VI

En este escenario de riesgos, importa señalar algunas concepciones del gobierno que no son nuevas pero que en este contexto suman preocupaciones para todos. En primer lugar, la idea de que la economía es una actividad destinada a beneficiar a personas o a grupos ávidos de acumular fortunas a expensas de los pobres o de toda la sociedad. La economía, importa tenerlo presente, es una relación social que en lo decisivo constituye el centro de nuestra vida cotidiana. Incluye la acumulación y el egoísmo, por supuesto, pero también la distribución, la iniciativa, la generación de riqueza, el consumo y el confort. ¿Es necesario decir que nuestra calidad de vida de todos los días depende del funcionamiento de la economía y que si ella no funciona todo lo que constituye nuestras relaciones sociales se cae, se destruye o se corrompe?
Seguramente habrá que hacer correcciones, pero está claro que la sociedad va a defender una calidad de vida aceptable y razonable.

 

VII

Nos ha tocado vivir tiempos difíciles, tiempos de dolor, de miedos y de muerte. Como al derecho a la esperanza no estoy dispuesto a renunciar, vivo con la convicción razonable de que a esta crisis la vamos superar como hemos superado a otras mucho más duras. No me avergüenza decir que mi esperanza incluye el “modesto” deseo de volver a vivir como vivíamos antes de la pandemia porque con el aislamiento y el encierro hemos aprendido que aquella vida no era perfecta pero disponía de virtudes y brindaba recompensas cotidianas dignas de vivir. Importa saber que las gripes nos amenazan desde el fondo de la historia y se han cobrado una cuota importante de vidas. Al respecto, la más alta, la conocida como “gripe española”, ocurrió hace apenas un siglo, con una cifra de muertos que, para los más moderados, supera los de la Segunda Guerra Mundial y, para los más exigentes, los de las dos guerras. Comparada con aquella, (¿consuelan las comparaciones?) esta es mucho menor porque se disponen de más recursos y conocimientos, pero sobre todo, porque debido a estas consideraciones el número de víctimas llegaría a ser el 0,50 por ciento de lo que padeció la humanidad en 1918.
Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/238858-que-tiempos-aquellos-cronica-politica-opinion.html]

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