«Cuando estén secas las pilas»

 

I

Uno de los rasgos sorprendentes de la política criolla, un rasgo que de alguna manera dice más de nuestra cultura política de lo que suponemos a primer golpe de vista, es que, a diferencia de otros sistemas políticos en los que la oposición es la que ataca al oficialismo, en la Argentina es el oficialismo el que ataca a la oposición, tal vez para estupor de dirigentes opositores que suponen que callándose, haciendo buena letra con el oficialismo, mordiendo el anzuelo o la trampa de que no hay que decir nada malo de este gobierno porque se contribuiría a profundizar la grieta o a provocar daños políticos parecidos a los del coronavirus. Si Macri, Rodríguez Larreta o María Eugenia Vidal, especulan con que callándose se ganarán la buena voluntad del peronismo, en estas semanas la contundencia de los hechos les demostraron que están muy equivocados y que, por una razón o por otra, el peronismo intentará destruir la poca, mediana o mucha credibilidad política que tengan. Lo harán porque “son así”, como dice tía Cata; lo harán para disimular sus propios errores o lo harán para saldar diferencias internas.

 

II

Los recientes ataques de Kicillof a Larreta, responsabilizándolo de los contagios en la ciudad de Buenos Aires, o las estocadas traperas de tío Alberto contra la gestión de María Eugenia Vidal, o la pretensión cínica y desvergonzada de la vicepresidente de investigar el origen de la deuda que ella generó, mientras trabaja sin pausa para la impunidad de las gestiones más corruptas de nuestra historia, son apenas una pálida muestra de lo que sería capaz de hacer el peronismo si por esas casualidades de la historia la responsabilidad de afrontar la cuarentena la hubiera debido enfrentar Macri o cualquier presidente de signo no peronista. A favor del peronismo, deberá admitirse que para bien o para mal garantiza la gobernabilidad, o para ser más precisos, controla la calle. Los incendiarios de hace un año atrás, o de hace apenas seis meses, se han transformado en mansas ovejitas. Agrego que la virtud del peronismo de controlar la calle, no impide que en el mundo privado crezca la desazón, el dolor, cuando no el resentimiento, por vivir los rigores de la inflación, la caída del poder adquisitivo, la semiparalización de la actividad económica y, muy en particular, la angustia que produce la sensación de que en el futuro inmediato nos aguarda un país en ruinas.

 

III

¿Hasta cuándo vamos a continuar con la cuarentena? ¿Hasta cuándo vamos a insistir en paralizar la economía o suponer que este escenario de desolación y miseria es el modelo de la comunidad organizada versión siglo XXI? ¿Hasta cuándo a la hora de elegir entre correr algunos riesgos o precipitarnos al abismo de la recesión y la miseria, vamos a elegir el abismo? ¿O estamos orgullosos de ser el país con la cuarentena más prolongada del mundo? ¿Hasta cuándo vamos a soportar como resignados corderos que se supriman nuestras libertades, empezando por una de las principales y elementales: la libertad de caminar o la libertad de trabajar y producir? No se trata de desconocer los riesgos de la pandemia, se trata de salir de la celada de una decisión que pudo haber sido razonable hace dos meses y medio, pero que ahora se parece mucho a un acto autoritario. ¿Seguimos con la cuarentena por razones epidemiológicas o continuamos con la cuarentena porque el gobierno no sabe qué otra cosa hacer y entonces la posición más cómoda es obligarnos a quedarnos encerrados en casa, algo así como el ñandú que supone que enterrando la cabeza en el suelo elimina los riesgos que lo acechan? El coronavirus mata, pero la pobreza también mata. Y los números del país aseguran que la pobreza en estos tiempos ha crecido mucho más que la pandemia. ¿Es difícil tomar decisiones? Claro que lo es; pero los que gobiernan y los opositores deben saber desde ya que nada de lo que decidan será fácil.

 

IV

Los entiendo. Vaya si los entiendo. Es más fácil cerrar todo que ensayar salidas graduales. Es más fácil y seguramente se corren menos riesgos. Las salidas graduales reclaman una calidad de gestión que hoy no existe o es muy deficiente; la salida gradual incluye libertades que a los actuales gobernantes les resultan desagradables. Como añadido, con una sociedad cerrada se organiza mejor el ejercicio del poder, se lo concentra, mientras Ella se ocupa de que sus seguidores conquisten espacios estratégicos del Estado y todos los días tomen iniciativas para limpiarle el prontuario.

 

V

Ramón Carrillo. Hay un amplio consenso en admitir que su gestión como ministro fue buena o muy buena. Y estoy dispuesto a compartir esta opinión. Los resultados de su gestión no dejan lugar a dudas. Y a esta altura del partido sabemos que a los políticos se los juzga por los resultados. Su gestión aseguró la vida y no alentó la muerte. No fue Menguele. Tampoco fue Ivanissevich, el otro ministro estrella del peronismo de los cincuenta y del peronismo de los setenta. Es más, creo que Carrillo es el funcionario, el ministro que el peronismo puede exhibir sin sonrojarse o por lo menos sin sentirse incómodo. Fue apoyado por Evita, pero su concepto de gestión estatal no era la de Evita y sus disidencias con esa maquinaria ilegal de saqueo de recursos del Estado y del bolsillo de los ciudadanos que fue la Fundación Evita, fueron evidentes aunque discretos porque no era aconsejable oponerse a Evita. Durante ocho años Perón lo respaldó, pero a la hora de decidir una política de obras sociales apoyó a los sindicatos y a él lo dejo pedaleando en el aire. Hasta el día de hoy debemos soportar que la mafia sindical maneje los recursos de las obras sociales, suspendidas durante unos años, pero reintegradas a los sindicatos por la dictadura militar de Onganía. Carrillo fue un funcionario estatal ejemplar en un tiempo en que el Estado merecía ese nombre. A quienes hoy lo respaldan con tanto entusiasmo habría que recordarles que no fue cómplice, no apoyó ni alentó a ladrones y saqueadores. Y cuando se retiró lo hizo con las manos limpias y las uñas cortas. Murió pobre y enfermo en el exilio, perseguido por los golpistas de 1955.

 

VI

No me preocupa que el rostro de Carrillo esté en un billete, si es que ese billete alguna vez se emite. Me preocupa, en primer lugar, la pérdida de valor de ese billete. Desde otra perspectiva, señalo que Carrillo pertenece a esa generación de nacionalistas católicos que en el contexto de los años treinta consideraron que por razones culturales e ideológicas, Hitler y Mussolini podían ser una alternativa al liberalismo anglosajón y al comunismo ruso. No fue un nazi en el ejercicio del poder, pero su admiración a Hitler es conocida. A Hitler y a algunos funcionarios destacados de los nazis. En sus años de formación ideológica fue nacionalista, católico integrista y anticomunista. Hasta 1943 él y sus compañeros apostaron a la victoria del Eje. Y seguramente se lamentaron por su derrota. Hoy pretenden disculparlo o desconocer ese costado de su personalidad, diciendo que en esa época era “normal” pensar en esos términos. Por ese camino de la “normalidad” podemos disculparlo a Hitler, a Goebbels, a Himmler y a ese otro arquetipo de la “normalidad” que se llamó Eichmann. Ellos también suponían que pensar en la supremacía de raza superior, o en los beneficios del estado totalitario, o en el exterminio de los judíos, era “normal”. Y Menguele suponía que era normal realizar investigaciones científicas con los recluidos en los campos de exterminio. La biografía de Carrillo, la del hombre más respetado como sanitarista en nuestra historia, demuestra, en primer lugar, que se debe distinguir en un político su ideología de la traducción de sus ideas al campo de la política. Nadie más conservador y anticomunista que Winston Churchill, el mismo que luego acordó con Stalin, la expresión más siniestra del comunismo, una decisión que a Churchill no lo transformó en comunista ni le quitó el orgullo de su condición de conservador. Por último, la identidad ideológica de Carrillo, entre tantos, confirma por si importa, que el peronismo en 1945 fue la estrategia política y cultural del fascismo en estos pagos. Un fascismo que paradójicamente se consolida en el marco de la derrota del fascismo en el mundo; un fascismo posible, como se dijo alguna vez. El debate alrededor de estos temas no se ha cerrado y seguramente no se cerrará nunca. El peronismo nació comprometido con el fascismo, se fue configurando históricamente con otros tonos, pero en su cultura política, en su suerte de ADN, la cultura fascista en el peronismo está siempre latente.

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