I
El conflicto del gobierno nacional con la empresa Vicentin confirma, por si a alguien le quedaba alguna duda, que cada vez que disponga de una oportunidad o considere que las condiciones le resultan favorables, el peronismo intentará “ir por todo”. En temas como estos, al gobierno nacional no se le puede negar coherencia. Hacen o tratan de hacer, lo que sus principales dirigentes proclaman cada vez que se les presenta la ocasión. A los opositores que contemplan desolados lo sucedido, habría que decirles que estaban avisados, que nada de lo que ocurre o puede llegar a ocurrir no fue debidamente anticipado. Los itinerarios por supuesto no son lineales. El gobierno también hace lo que puede. Pero lo hace porque además, a diferencia de muchos opositores, sabe muy bien dónde quiere llegar.
II
Después, se atienden las exigencias del poder. Si la resistencia a sus ofensivas es alta y el costo político es superior a los probables beneficios, se negocia. Y el clima de negociación dura hasta la próxima ofensiva. El objetivo de concentrar el poder económico y político siempre estará presente. Hoy es Vicentin; mañana, podrá ser la Corte Suprema; pasado, el gobierno de una provincia; más adelante, un diario…¿por qué no un opositor molesto? La ofensiva dispone de diferentes recursos, incluidos la engañifa clásica de supuesta división de tareas entre moderados y duros, roles a veces difusos, diferencias a veces reales, pero que en ningún caso excluyen el objetivo de concentrar el poder. Desde ese punto de vista, el único límite que se admite es el de las relaciones de poder. El presidente Fernández dialoga con los directivos de la empresa Vicentin después de las movilizaciones en Reconquista y Avellaneda y de las protestas que amenazaban extenderse a todo el país. Si esto no hubiera ocurrido, Vicentin ya estaría expropiada y el proyecto de “soberanía alimentaria” avanzaría a paso redoblado.
III
¿Y se puede saber cual es el proyecto de poder del peronismo? En términos doctrinarios (como les gusta decir) es la comunidad organizada, cuya traducción en el siglo XXI se denomina proyecto nacional y popular. La identidad del proyecto es genuinamente peronista, por lo que considero innecesario discurrir acerca de la mimetización con Venezuela, Cuba o Nicaragua. Ni tío Alberto, ni Cristina, ni ninguno de sus colaboradores inmediatos, tienen algo que ver con el comunismo, tal como se entendió a este régimen en el siglo veinte. No miente Fernández cuando dice que son capitalistas y burgueses. La apetencia de los populistas por el poder no es muy diferente a su voracidad por la apropiación de propiedades. No son comunistas, mucho menos marxistas o seguidores del Che Guevara. Cualquiera de ellos se moriría de risa ante semejante imputación, cuando no, la considerarían un agravio. Son peronistas. Para bien o para mal. Y el kirchnerismo es una genuina variante interna del peronismo, salvo que alguien crea que se trata de una exótica flor crecida en los jardines de la socialdemocracia sueca o el liberalismo suizo. Lo siento por reiterar lo obvio, pero el kirchnerismo es peronista. ¿Cuesta tanto entenderlo?
IV
¿Todos los peronistas piensan exactamente lo mismo? Por supuesto que no. Hay diferencias, matices, contradicciones. Ninguna fuerza política multitudinaria es absolutamente homogénea. Y el peronismo en ese sentido no es una excepción. Pero el reconocimiento de diferencias internas, nunca pude hacernos perder de vista la centralidad de un proyecto de poder. No estamos ante un club de diletantes que debaten amablemente, mientras toman el té de las cinco, el sexo de los ángeles. Estamos ante políticos prepotentes y tramoyeros decididos a ejercer el poder y disciplinar a la sociedad y a sus propias líneas internas. Después, por supuesto, están las diferencias de intereses regionales, de clase, incluso las diferencias de temperamentos. Agregaría, además, las inesperadas diferencias de quienes por un motivo o por otro “quedaron afuera”, no les pagaron lo que creían que debían pagarle.
V
En términos políticos, existe una relación entre el coronavirus, las negociaciones de la deuda, la catástrofe económica que nos acecha y la iniciativa de expropiación en nombre de la soberanía alimentaria. Lo dijo Kicillof, pero también lo expresaron las diferentes espadas del peronismo. El coronavirus ha creado las condiciones ideales para la construcción de una “nueva normalidad”. Dicho con otras palabras, el coronavirus será la tumba del neoliberalismo. La cuarentena no será eterna, pero el orden y la disciplina de los gobernados que se obtuvo en estos meses, es el anticipo del orden social deseado. En este punto, las imágenes y los deseos del populismo criollo se forjan con retazos de comunismo tropical, capitalismo de estado, excrecencias del fascismo y aportes sensibles de la cultura del “pobrismo” que fascina a sacerdotes villeros apadrinados desde la Unidad Básica de Santa Marta. Al respecto, las mudanzas de los tiempos no dejan de ser asombrosas: si en la Edad Media y hasta fines del siglo XIX, el discurso de la iglesia a los pobres era la resignación y la aceptación del orden instituido por el señor, en el siglo XXI el discurso pondera las ventajas terrenales de ser pobre, de rechazar el pecado del hedonismo y la sociedad de consumo. Y así como Borges consideraba que el paraíso asumía la forma de una biblioteca, nuestros “pobristas” evangélicos estiman que el paraíso asume el paisaje de una gigantesca villa miseria, un gigantesco conurbano con ollas populares y rezos del rosario a la caída de la tarde.
V
La Argentina planera y subsidiada. El flamante y actualizado opio del pueblo. Una comunidad dependiente y sometida alrededor de los subsidios del estado. Millones de planeros, millones de empleados públicos y millones de jubilados, todos cobrando la mínima. “Aplanar la curva”, no es solo una consigna para el coronavirus. Aplanar la curva, incluye aplanar los ingresos de los jubilados, incluye aplanar las disidencias incluye bloquear la movilidad social, aplastar toda “meritocracia”. ¿Una sociedad igualitaria? Igualitaria en la escasez; o igualitaria para millones de personas considerados “entes comunitarios”, porque, quédense tranquilos que los jefes no van a vivir de planes sociales, ni residirán en villas miserias, y si alguna duda tienen, observen cómo vive la Jefa, sus colaboradores y los que aspiran a ser como ella.
VI
Al denominado proyecto nacional y popular, hay que evaluarlo por lo que dice y por lo que calla. Si el populismo es algo así como una albóndiga amasada con retazos de ideologías que agobiaron el siglo veinte, a ese amasijo hay que sumarle su toque de distinción, aquello que moviliza a sus principales promotores y que, además de movilizarlos, los seduce y erotiza: la corrupción. La certeza de que por algún inescrutable designio de los dioses, ellos están autorizados a participar y beneficiarse del saqueo de los recursos nacionales. No hay populismo de derecha o de izquierda sin prácticas sociales de tipo mafioso. ¿Es viable? Supongo y deseo que no. Pero no estoy tan seguro. Porque si algo me ha enseñado la historia, es que todo, incluso lo peor, puede en algún momento ser posible. Sobre todo, si las sociedades bajan la guardia, ceden sus derechos o se engañan a si mismas.
VII
Vicentin es apenas un ensayo. Van a volver por más. No es una predicción; es lo que dicen y lo que están dispuestos a hacer. Sus enunciados no son palabras de “loquitos sueltos”, salvo que supongamos que un gobernador, algunos ministros, algunos secretarios de estado y varios legisladores, sean “loquitos sueltos”. Ellos saben que no será fácil domesticar a la Argentina “neoliberal y gorila”. Pero también saben que el ejercicio eficaz del poder somete y, sobre todo, saben que a la oposición se la puede fracturar o seducir con espejitos de colores al estilo, “Cristina es mala, pero Alberto es bueno”; o que el verdadero peronismo no está de acuerdo con lo que está pasando. En homenaje al humor, me divierten algunos opositores cuando realizan denodados esfuerzos teológicos para registrar diferencias entre “buenos y malos” en el actual gobierno. Sus inspiraciones verbales me recuerdan los tiempos cuando los próceres del Partido Comunista deliberaban horas y horas para distinguir las diferencias decisivas entre Videla y Suárez Mason o entre Camps y Massera.