«Mentira, mentira yo quise decirle»

 

I

Soy de los que creen que la cuarentena pudo haber sido una medida disciplinaria indispensable en marzo. Como toda medida excepcional debería ser acotada en el tiempo. ¿Cuarentena por cuarenta días? Puede ser. ¿Cuarentena permanente o amenaza de cuarentena permanente? Decididamente, no. ¿Razones? Me resisto a creer que en el siglo XXI la única respuesta a un virus cuya capacidad de mortalidad está muy lejos de la que provocaban las pestes conocidas por la humanidad, sea la de imponer medidas disciplinarias típicas de la edad media, como si en más de mil años no hubiéramos sido capaces de «inventar» o imaginar otro tipo de medidas. Me dirán que los «expertos» lo aconsejan. Pregunto: ¿Qué expertos? Porque en este tema tampoco hay unanimidad. Es más, la biblioteca está muy dividida. ¿Y entonces? Entonces que me resisto a que en nombre de argumentos sanitarios parciales los gobernantes se empecinen en reducir nuestras libertades. ¿No es demasiado abstracto invocar las libertades ante un drama sanitario? Creería que no. En primer lugar, porque a una tragedia no se la resuelve con una tragedia mayor. Y con buenas razones sospecho que si los gobiernos se empecinan, o se entusiasman, o se regodean con sus cuarentenas permanentes, el collar nos va a salir más caro que el perro.

 

II

Pero si algunos se empeñan en creer que la palabra «libertad» es una abstracción, señalo otros datos que sospecho pueden ser algo más contundentes para los amigos de respuestas contundentes. En primer lugar, no hay cuarentena sin una sociedad decidida a cumplirla. Y tal como se presentan los hechos, hay señales más que evidentes de que la sociedad está harta de las medidas disciplinarias de los gobiernos. Y está harta, porque sospecha que son más medidas disciplinarias que sanitarias, un hartazgo que es económico pero también emocional. Y las desconfianzas se justifican porque cada vez más crecen las sospechas de que dispusieron del tiempo necesario para crear las condiciones óptimas que nos saquen de la penúltima cuarentena. En el mismo plano de la sospechas, también el sentido común de la gente eleva sus recelos. En 2015 murieron más de 25.000 personas por neumonías e influenza. En 2018 la cifra ascendió a casi 32.000 personas, un ochenta por ciento más de las personas muertas por coronavirus hasta la fecha. Si la memoria no me falla, en 2018 no se cerró la economía ni se amenazó a la actividad económica en general con paralizar todo.

 

III

Se dirá que el Coronavirus es diferente. Es verdad, es diferente. Motivo por el cual todos en el mundo estuvimos de acuerdo con la cuarentena. Pero por cuarenta días, no para toda la vida. O para enorgullecernos de ser los titulares de la cuarentena más prolongada del mundo. ¿Entonces no pasa nada? ¿El coronavirus no existe y vivimos en el mejor de los mundos? Ni por las tapas se me ocurriría pensar en esos términos. Lo que observo son las desmesuras. Y las desmesuras de gobiernos, ineptos en el mejor de los casos, cuando no, gobiernos que encuentran en el coronavirus un excelente pretexto para suprimir libertades. ¿Números? Sobre más de cuarenta millones de habitantes en la Argentina, el contagio alcanza al 0,60 de la población. Y sobre ese 0,60, los porcentajes de muerte son más o menos del dos por ciento. En nuestra provincia, sobre tres millones y medio de habitantes, el número de contagiados representa el uno por mil y hay un muerto cada 100.000 habitantes. ¿Justifican estas cifras la amenaza de cerrar comercios, suspender actividades recreativas y culturales, persistir en dejar a los chicos y a los adolescentes sin clases presenciales, prohibirnos hasta el derecho de caminar por la calle o reunirnos con nuestros padres o hijos?

 

IV

Hay una ecuación que se suele tener en cuenta para afrontar esta crisis, una ecuación que intenta equilibrar las medidas sanitarias con las medidas económicas. ¿Cuántas libertades suprimimos, cuántas actividades económicas destrozamos con sus secuelas de desocupación, pobreza y miseria? Un dato más a tener en cuenta: cada punto de pobreza que sumamos, se multiplican por dos las enfermedades que impactan en los sectores económicamente más vulnerables. A modo de conclusión: sospecho que el coronavirus ha llegado a este mundo para quedarse. Sospecho que deberemos convivir con esta visita indeseable como convivimos con tantas otras enfermedades. La ciencia tiene una nueva batalla para librar y las sociedades un nuevo mal para conjurar. Sospecho también que el coronavirus será controlado, como hemos controlado enfermedades mucho más letales. Un precio por todo esto deberemos pagar, nos guste o no. Pero una cosa es pagar un precio razonable y otra muy diferente dejarle abierto a los gobiernos la tentación autoritaria de regimentarnos exagerando las consecuencias de una pandemia. Convivir con el coronavirus incluye sus riesgos. Eso está fuera de discusión. Se supone que existen los protocolos necesarios para reducir esos riesgos y existe ya una experiencia acumulada para atender emergencias, pero por razones económicas, sociales y humanitarias presiento que no es justo y tampoco es posible manipular a la sociedad como si fuera un rebaño. Lo siento por los gobiernos: somos personas, y personas que pretendemos ser libres; no rebaño o manada, o clientes resignados a obedecer la voz de mando del amo. ¿O acaso el destino que nos tienen reservado es el de Solange Musse y su padre, Pablo?

 

V

Más que preocuparse en cómo reducir la actividad social y económica de la provincia, el gobierno debería preocuparse para que los legisladores de su sector político no presten sus votos para alentar una reforma judicial promovida con el exclusivo afán de liberar de culpa y cargo a su jefa y a sus cómplices. Y de paso afilar el facón para ajustar cuentas contra los poderes mediáticos, es decir, contra la libertad de prensa. La Argentina tiene demasiados problemas para que las energías del poder oficial se dediquen a maniobrar para diseñar una justicia dócil y sometida al poder político. En estos pagos tenemos demasiados problemas de inseguridad, las economías regionales están demasiado golpeadas, los índices de pobreza son demasiado altos como para que nos demos el lujo de paralizar la actividad social.

 

VI

Dos o tres anécdotas ilustrativas de nuestra actual cultura política. Primera: dirigentes de CTERA proclaman amenazantes y orgullosos que «No vamos a aceptar que los chicos vayan a la escuela». Ahijuna con las celadas del lenguaje y de la política. A través de una frase contundente y concluyente, los discípulos de Baradel expresan su objetivo estratégico. ¡Por fin se animaron a decirlo! ¡Pobre Sarmiento! ¡Pobre escuela pública! «No queremos que los chicos vayan a la escuela». ¿Hace falta agregar algo más? Segunda: en el discurso de cierre de la Convención del Partido Demócrata de EE.UU., Barack Obama dijo para referirse a la candidatura de Biden: «Fue mi vicepresidente; pero me enseñó a ser presidente». He aquí una frase que Alberto Fernández ni en joda se animaría a pronunciar. Primero, porque a Obama no lo eligió Biden, y hoy a Biden no lo eligió Obama; segundo, porque Cristina no enseña, ordena y somete. Tercera anécdota en homenaje a Facundo Astudillo Castro. Equivocado o no, este chico salió de su pueblo decidido a ver a su novia. Pobre Facundo. Estaba enamorado y nunca sospechó que en estos pagos y en estos tiempos puede ser peligroso estar enamorado.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/255177-mentira-mentira-yo-quise-decirle-cronica-politica-opinion.html]

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