«Charlatán»

I

Insisto una vez más que el problema emocional de los argentinos nace de la contradicción  entre la certeza de que el presente es muy desagradable y la sospecha de que el futuro será un poco peor. Mala suerte para nosotros y nuestros hijos. Como le gusta decir a tío Colacho, “el último que apague la luz”, precaución prudente, sobre todo porque atendiendo a las facturas de luz que, por ejemplo, recibí este bimestre, no es aconsejable olvidar este consejo. De todos modos, y desobedeciendo las elementales señales del sentido común, soy de los que creen que de alguna manera vamos a salir de este pantano, para luego advertir que vamos a salir “all uso nostro”, es decir, a lo argentino, salpicados de barro, con un ojo en compota, llenos de moretones, algo, no igual, pero bastante parecido a la mítica “Puerta 12” de la cancha de River, pero eso sí: “Argentinos hasta la muerte”. ¿En que fundo esta profecía criolla? En la dudosa experiencia que dan los años, en la mala costumbre de apostar al optimismo o en aquella frase que leí alguna vez acerca de que los países no se suicidan. Cuentan que una vez al actor Maurice Chevalier le preguntaron si no era demasiado optimista al declarar que a los 75 años, es decir, en plena vejez, era optimista. El viejo zorro sonrió a lo francés, es decir, apenas una leve mueca, tosió con discreción y dijo:  “La vejez no es tan mala cuando consideras la otra alternativa”. Humor galo que le dicen. Traducido a estos pagos, podríamos decir: “En la Argentina, el optimismo no es tan malo, si consideras la otra alternativa”.

 

II

Conclusión: estamos jodidos, pero como el personaje de Fontanarrosa, podemos consolarnos agregando que, jodidos pero “acostumbraos”. Acostumbrados a todos, incluso a lo peor. Los menos resignados alientan la esperanza de irse. A Uruguay, a Chile o al Congo. Pero irse. A cualquier parte, menos quedarse en esta Argentina que cumplió al pie de la letra el vaticinio de Juan Domingo: “Todos somos peronistas”. Incluso los que creemos no serlo. Un personaje de Kafka, un viejo noble, supongamos que de Transilvania, le comunica de la noche a la mañana a su valet que abandona el castillo, que se va ya y que se va con lo puesto. El valet, un hombre mayor, prudente y sabio, intenta convencerlo para que no lo haga. “¿Adónde va a ir mi señor?, le pregunta algo desconsolado. La respuesta es contundente: “No sé adónde voy a ir, pero mi meta es irme de aquí”. O sea, no hay un lugar en el mundo, lo que hay es el deseo compulsivo de irse. El objetivo es irse, lo demás no importa. O no es lo primero que importa. Y pensar que alguna vez a Atahualpa Yupanqui le dijeron que exageraba, cuando a la pregunta que le hizo un periodista de por qué se iba de la Argentina, le dijo mirando hacia algún punto del horizonte y convocando a Descartes, pero alterando una palabrita: “Pienso, luego exilio”. Entre Kafka y el viejo Atahualpa. Pero eso sí: peronistas somos todos. “Malhaya triste destino los caballos argentinos”.

 

III

“Me contradigo, contuvo multitudes”. Traducciones al margen, la frase algunos se la atribuyen a Friedrich Nietzsche; otros, a Walt Whitman. Vaya uno a saber. De lo que sí estoy seguro, es que Alberto Fernández en su vida se imaginó estar acompañado por estos caballeros. Tampoco estos caballeros en su vida se hubieran imaginado que el distinguido profesor de la UBA habría de transformarse en un discípulo aventajado. ¿Aventajado o ventajero? No lo sé. De lo que estoy seguro es que el compañero presidente no erra una. Hoy dice una cosa y mañana dice exactamente lo contrario. Y con la misma cara y la misma expresión y el mismo tono de voz. ¿Miente o recrea la realidad? Ramón del Valle Inclán sostenía que él se rebelaba a las miserias de la vida y, por lo tanto, la enriquecía con su imaginación, motivo por el cual las almas simples lo acusaban de mentiroso. Tío Alberto por lo tanto no es mentiroso o farsante, es un creativo alumno del autor de los formidables esperpentos de la literatura española. Esperpento. Buena palabra para designar a la Argentina en tiempo presente.

 

IV

Continuemos incursionando en los procelosos territorios de la literatura. Alguien dijo alguna vez que puede que el libro nacional de los argentinos sea “Martín Fierro”, aunque no falta quien asegura que debería haber sido el “Facundo”. Puede que sí, puede que no. De lo que no hay dudas, es que el personaje que mejor nos representa es el Viejo Vizcacha. Espinosa, Insfran, Boudou, Zamora, Alperovich se esfuerzan por ser sus mejores alumnos. Y a decir verdad, hay que admitir que ponen la mejor voluntad para seguir sus consejos. De todos modos, lo que se debe admitir es que en los últimos días el Viejo Vizcacha fue superado. Y la responsable de esa gesta histórica fue, como no podía ser de otra manera, la señora Cristina. Veamos si no. Don Vizcacha aconseja “Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse…”. Pues bien, doña Cristina elevó la apuesta. Ella no se hace amiga de los jueces, se los saca de encima. La última sesión del Senado no me deja mentir. Si un juez me molesta o un juez no hace lo que yo quiero, lo cambio de casillero. Y a otra cosa mariposa. O en su defecto, lo “agarro del cogote” para que haga lo que yo quiero, como admitió ese otro prócer de la justicia kirchnerista que se llama Norberto Oyarbide. Cristina. Alguna vez por su realidad y sus pretensiones, la comparé con madame Bovary, con lady Macbeth, con Lucrecia Borgia, con la Milady de Alejandro Dumas, con la heroína de Discépolo, es decir la hija del guerrero y de la viuda del guerrero. Pamplinas. Ella es incomparable. Tía Cata la otra noche, cuando la fui a esperar a la salida de misa, me comentó indignada no sé que declaración o acto de la Señora, para luego decirme: “Esta chica no es de derecha ni de izquierda, esta chica es una maleducada”. Pobre tía Cata. Y su resistencia a admitir que el mundo que ella conoció ya no existe.

 

V

Palabras más, palabras menos, Alberto y Cristina mandan. Uno juega de presidente y la otra hace la suya. Alguna vez, para referirse a Juan B. Justo, el filósofo Alejando Korn dijo: “Reunía las virtudes morales y espirituales para fracasar en un país como la Argentina”. Con una levísima pero oportuna modificación, nosotros podríamos decir del caballero y la dama. “Reúnen las virtudes morales e intelectuales para TRIUNFAR” en un país como la Argentina”. Para decir lo mismo, pero con su inigualable talento, Roberto Arlt creó ese personaje profético que se llamó el Astrólogo, sin sospechar que su inspiración iba a degradar en el futuro en el más chato realismo. Uno de los “locos” de Arlt dice del Astrólogo algo que nos va a recordar a ciertos personajes de la política nacional cuyos nombres me guardaré muy bien en callar para no “cavar” la grieta:  “En eso estriba lo grande de la teoría del Astrólogo: los hombres se sacuden sólo con mentiras. El le da a lo falso la consistencia de lo cierto; gentes que no hubieran caminado jamás para alcanzar nada, tipos deshechos por todas las desilusiones, resucitan en la virtud de sus mentiras. ¿Quiere usted, acaso, algo más grande?”. Y como para rematarla agrega:  “Si algún día se escribe la historia de ese hombre, los que la lean se dirán: era grande, porque para alcanzar a concretar sus ideales sólo utilizaba los medios al alcance de cualquier charlatán”. De eso precisamente estaba hablando. De los charlatanes. No del charlatán de feria o el charlatán de esquina, a su manera y con sus pecados, inofensivos.  Hablo de los charlatanes con poder, De los charlatanes votados. De esa exclusiva, ponderada, impune, meritocracia criolla. De los talentosos herederos del Viejo Vizcacha de Hernández, del Laucha de Payró, de alias Gardelito de Kordon o, ¿por qué no? de Marcos, si, Marcos, el cuentero estupendamente interpretado por Ricardo Darín en “Nueve reinas”.

 

 

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