Crónicas santafesinas

 

I

Otra foto de Alfredo Palacios en la Constituyente de 1957 celebrada en nuestra ciudad. El fotógrafo lo toma de frente. Don Alfredo luce traje oscuro, moñito y chalina al hombro. Es el personaje central de la escena. Dos personas lo acompañan. Están ubicadas dos o tres metros atrás. No sabemos quiénes son: colaboradores, curiosos, militantes del Partido Socialista. Los dos de traje y corbata como se acostumbra en aquellos años. Uno es joven alto y delgado; el otro es un señor mayor de pelo canoso y lentes. Más no se sabe. Supongo que tampoco es necesario. Alcanza y sobra con saber que en el primer plano está Alfredo Palacios con sus bigotes y caminando con cierta altanería, como diciendo «acá estoy yo», por lo que sospecho es el pasillo alfombrado de la sala del paraninfo donde se celebró la Constituyente entre los meses de agosto y octubre. La misma sala en la que treinta y cinco años más tarde se celebraría la Asamblea Constituyente de 1994. Y, ya que estamos haciendo memoria, una pregunta oportuna: ¿Estamos hablando del mismo lugar donde en 1945 se proclamó la fórmula de la Unión Democrática con Braden incluido?

 

II

La ciudad de Santa Fe se vistió con sus mejores atuendos para recibir a los constituyentes. Para los vecinos era una buena noticia ver caminar por su ciudad a los políticos famosos a los que solo se conocían por las fotos de los diarios. Empezando por Palacios. La Argentina pre peronista se citaba en Santa Fe. De los doscientos y pico de constituyentes originales, alrededor de la mitad habían conocido la cárcel y el exilio en los tiempos del peronismo. Un «dato» curioso. El preso político más antiguo y posiblemente el más maltratado por el régimen depuesto, era Cipriano Reyes, uno de los protagonistas centrales del 17 de octubre de 1945. Tan importante se creyó, que luego cometió el «error» de reclamar autonomía política para él y para el partido Laborista. El error le costó un par de atentados terroristas de los que se salvó por un pelo, una detención arbitraria, un juicio tramposo y ocho años de cárcel con picana en los testículos incluida. «Para que aprenda que con Perón no se jode» dijo un compañero.

 

III

La leyenda cuenta que cuando Cipriano Reyes defendió la Constitución de 1949, varios constituyentes le reprocharon su identidad peronista, momento en el que Cipriano se bajó los pantalones (eso dice la leyenda) y mostrando sus heridas en las sesiones de picana perpetradas por los padres de los futuros sicarios de las Tres A, exclamó: «Esto es lo que yo le debo a Perón». Lo que no es leyenda, porque está en las actas, es el homenaje que Reyes le hace a don Alfredo Palacios: «Uno de los grandes demócratas de los argentinos ocupa una banca en esta honorable convención, y su figura legendaria nos ha llevado a la juventud de otros tiempos y de ahora, con el entusiasmo del sueño de la democracia y de la libertad. Yo era un niño cuando lo escuchaba a don Alfredo Palacios (aplausos) en las calles de Buenos Aires, en Parque Patricios, en aquella trágica semana de enero (nota: se refiere a los sucesos conocidos como la Semana Trágica, en enero de 1919), llevando su puñado de ensueño y su palabra de ardor a la juventud. Allí comencé a sentir, yo también, el espíritu de lucha y el ideal que avanza buscando un mundo mejor».

 

IV

Según las crónicas de Claudio Escribano, la mayoría de los convencionales se alojaron en el Asilo de Ancianos en Recreo. Allí dormían, se duchaban, compartían algún desayuno y alguna improvisada tertulia. Después, los trasladaban hasta el Paraninfo, pero esa convivencia en el Asilo de Ancianos forjó amistades y habilitó numerosas anécdotas. Como ocurre en todo acontecimiento público, existe una historia oficial que registra los hechos políticos y una historia paralela que transcurre, según palabras del propio Escribano, en las parrilladas y cervecerías de bulevar y sus inmediaciones con sus efusiones amistosas y las otras, más discretas, amorosas e íntimas de las que «no quiero acordarme». El bar San Jerónimo fue uno de los más solicitados. El otro recinto frecuentado por los constituyentes, fue el bar de la facultad de Derecho, inaugurado para comodidad de los legisladores. El bar, lamentable e injustamente cerrado, atendió en sus mesas hospitalarias a don Aguirre Cámara, a Crisólogo Larralde, a Teodoro Bronzini, a Reynaldo Pastor, a Emilio Hardoy a Nicolás Repetto, a Mario Roberto, a Horacio Thedy y, por supuesto, a Alfredo Palacios. ¿Se entiende por qué es una pena que el bar de la facultad de Derecho haya cerrado?

 

V

Repito que Alfredo Palacios era siempre él y su leyenda. «Cancerbero, un baño para orinar», le dice con todo su vozarrón a un policía. Ya para entonces el término «Cancerbero» era algo antiguo. Todos recordaban que don Alfredo había sido designado embajador argentino en Uruguay. Y también se recordaba el día en el que presentó su renuncia al cargo montando su propio unipersonal. Más o menos así fueron las cosas. Cuando en septiembre de 1956 el poeta nicaragüense Rigoberto López Pérez mandó a Tacho Anastasio Somoza a pasear a los fuegos eternos, el presidente Aramburu ordenó una jornada de luto, decisión que seguramente hubiera compartido con Perón que ese mismo día asistía al velorio de su íntimo amigo. Don Alfredo se opuso a la decisión presidencial, como antes se había opuesto a los fusilamientos de los militares nacionalistas rebeldes. Y mientras tomaba mate en la vereda de la embajada y posaba para las fotos, declaró: «La bandera argentina jamás flameará a media asta por la muerte de un tirano». Fin de la historia y fin del cargo de embajador.

 

VI

Acerca de los límites de la constituyente de 1957 no hay mucho más que decir que lo que ya se viene repitiendo desde siempre: convocada por un gobierno de facto y con la proscripción del peronismo, sus debilidades institucionales eran demasiado evidentes. Su crónica bien podría ser la crónica de las periódicas deserciones de los convencionales. Fue, también hay que decirlo, una hija de su tiempo, con toda la carga crítica que incluye. Para referirse a algo parecido, Sarmiento lo expresó en su momento con su habitual claridad: «La Constitución es un hecho de la historia que se dio como pudo». En términos prácticos, la Constituyente legitimó la derogación de la Constitución de 1949 e instaló la de 1853. La aprobación del artículo XIV bis puede que haya sido su logro más significativo. Su sanción fue, parodiando el título de un bolero: «El último acto». Los principios sociales más avanzados de un estado de bienestar están allí consagrados. Incluido el derecho de huelga que en 1949 no se había reconocido.

 

VII

La discusión del XIV bis se inició un lunes y concluyó un viernes. Fueron sesiones de hacha y tiza. Un rol decisivo tuvo Crisólogo Larralde, que no era constituyente pero sí era el presidente de la UCR. Larralde «bajó» a Santa Fe para disciplinar a los radicales dedicados a hacer lo que parece que más le gusta: la lucha interna. Larralde se jactaba de su condición de hijo de trabajadores a los que los designaba con el término de «Mis hermanos». El quórum se forzó un poco para legitimar la reunión y hasta último momento los socialistas y los radicales le prendieron velas a San Antonio (ironía libre) para que los conservadores no se retiren. Un conservador digno de destacar era José Antonio Mercado, el Negro Mercado: cordobés, pícaro y lúcido; el padre de Tununa Mercado. Un personaje. Con afecto dijo de él alguna vez Aguirre Cámara: «En Córdoba tenemos dos problemas: el mercado negro y el Negro Mercado». En esta sesiones se lucieron los comunistas y los socialistas. Rodolfo Ghioldi estuvo brillante. También, una de las pocas mujeres de la Constituyente: Irma Othar. Convengamos que el XIV bis fue un artículo que consagraba más deseos que realidades. Precisamente fue un socialista, Teodoro Bronzini, el que advirtió en el debate que «sin disponibilidad de capitales no hay bienestar para los trabajadores». La frase merece destacarse porque sesenta años después sospecho que sigue teniendo vigencia. Esa noche del viernes, como para despedirse de Santa Fe, Palacios se hace presente en en la sala de Teatro del Arte para ver la obra de Juan Carlos Gené: «El herrero y el diablo». Tenía cerca de ochenta años, había participado intensamente en la sesiones constituyentes, pero antes de irse a dormir asiste a una sesión de teatro.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/264481-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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