Santa Fe, cómo te recuerdo

 

I

Camino por la ciudad de Santa Fe. Voy y vengo; entro y salgo; me apuro y me demoro. A la ciudad la recorro todos los días y allá lejos y hace tiempo, todas las noches, pero no termino de conocerla. Siempre descubro un barrio, una calle, una esquina, una plaza, una vereda, un esquinado horizonte de luz entre casas, árboles y faroles. A la peatonal San Martín y los bulevares se supone que los conozco de memoria porque los he caminado, y los camino, desde hace más de cincuenta años. ¡Medio siglo! Mon dieu, qué viejo que estoy. ¿Qué pasó?, ¿Qué hice para cumplir tantos años? Juro que no me di cuenta, que, aunque no me crean, de alguna manera soy inocente. Cincuenta años de vagabundear por la ciudad y siempre hay una ventana, un tejado, una terraza, un pasillo, una glorieta, que se me presentan de golpe. ¿Dónde estaban que nunca les presté atención? ¿Dónde estaba ese balcón de la peatonal que recién lo vi la semana pasada? Lugares. Lugares cargados de historia. Los miro y pienso que para un hombre, para una mujer, esos lugares que descubro constituyen su vida. Allí nacieron, allí tal vez se conocieron; allí se criaron sus hijos; allí lloraron una ausencia o celebraron una amistad.

 

II

Recuerdo. Recuerdo una casa de estudiantes en calle 9 de Julio entre Vera y Catamarca. Recuerdo una noche, una tallarinada y dormir allí. ¿Motivo? Cuidar las urnas después de las elecciones del Centro de Estudiantes de Derecho. Año, 1970. Hacía frío y lloviznaba. Y yo tenía veinte años y me importaba más la novia que me había dejado que el resultado de las elecciones. Recuerdo un restaurant de calle San Jerónimo. Un caserón viejo con piso de madera y dos ventanales a la calle. Mesas de madera con mantel de tela y panera con panes dorados y crocantes. Nunca más supe de ese lugar. Le decíamos el restaurant de Sobrero. Nunca más comí milanesas con huevos fritos tan ricas y tan grandes. Cada vez que nos llegaba el giro que mandaban los viejos, marchábamos al «Sobrero». Recuerdo La Recova, de 25 de Mayo y Salta. En ese bar lo conocí a Marcelo O’Connor y Jorge Trédice. No tengo presente el menú de la casa, pero lo seguro es que el vino nunca faltaba. Recuerdo el comedor de pescados de San Jerónimo y Mariano Comas. Creo, si no me falla la memoria, que el dueño se llamaba Naveiro, el Gallego Naveiro. De lo que estoy seguro es que el besugo a la vasca que preparaban era exquisito. Recuerdo la Nochera Española. La de Bulevar al frente de la estación de trenes. Las mesas en la vereda en verano. Más de una vez fuimos sorprendidos por el amanecer, desvelados y eufóricos.

 

III

Recuero a Chiche Sosa, (creo que ése era su apellido) el mozo del Hernandarias, el bar que entonces estaba al lado de El Litoral y del Instituto de Educación Física; el mismo que a la tarde era frecuentado por las mujeres del profesorado, una de las cuales alguna vez me prestó Rayuela de Cortázar. Chiche Sosa. Hablaba poco, casi nada. Pero apenas entrabas al bar, conocido o no, al primer golpe de vista Chiche sabía lo que ibas a tomar, lo que ibas a comer y la propina que le ibas a dejar. Recuerdo al Gallego del bar de San Jerónimo y bulevar. Sonriente, leve y discreto. Mozo desde los tiempos de Adán y Eva. Recuerdo a un mozo de Las Cuartetas. Rubio, pintón y timbero. Conocía algo de gastronomía, pero su fuerte eran los caballos de carrera y el póker. Nunca más lo vi. De las Cuartetas recuerdo una noche con Aldo Oliva. Cantando tangos en una mesa en la esquina de bulevar y San Martín. «Carro viejo», entonaba Aldo. Y no lo entonaba mal. Recuerdo de largas tenidas en Bacán, el Bacán del Turco Neme, en la esquina de 25 de Mayo y Juan de Garay. Recuerdo las copas compartidas en silencio con el Petitero Sánchez. Y me acuerdo de un mozo: Wilson Goncebatte, alias París, el Negro París ¿Por qué el homenaje a la capital de Francia que seguramente jamás conoció? Muy sencillo, hasta trivial: porque vivía de noche. El Negro París. Tenía la voz ronca de fumar y esperar madrugadas.

 

IV

Me acuerdo de la Galería Ross de calle San Martín. Y del bar que estaba al fondo de la galería. Y del cine que funcionaba en el primer piso: Cine Club Chaplin. Me acuerdo que alguna vez en ese bar, diciembre de 1972, si no me falla la memoria, protagonizamos una trifulca con el Gallego de Córdoba. Me acuerdo de las siestas, las tardes y las nochecitas en ese bar esperando que se inicie la película. Me acuerdo que en esa sala vi El Sorpasso dirigida por Dino Risi, con Vittorio Gassman y Jean Louis Trintignant. Me acuerdo que cuando en la película Gassmann menciona como al pasar que tiene 36 años, pensé que era un viejo. Recuerdo a Ricardo Ahumada explicando la película «Hace un año en Marienbad», dirigida por Alain Resnais con guion de Alain Robbe-Grillet. Recuerdo a esa piba hermosa de ojos oscuros y sonrisa triste, con la que esa noche en el Cabildo jugamos el juego de fósforos que en la película protagonizaba ese actor formidable y hermético que se llamaba Sacha Pitoeff. Recuerdo que durante un tiempo la contraseña de los seguidores de «Hace un año…» era jugar en la mesa del Hernandarias, Cabildo o el Valencia con los fósforos, tal como nos enseñó Sacha. Recuerdo que en el Chaplin disfruté de los ciclos de Bergman, Visconti y Buñuel. Recuerdo que en 1975, gracias al Chaplin, descubrí a Eric Rohmer, «El amor a la hora de la siesta». Recuerdo que esa noche aseguré ante una mesa de amigos que Rohmer marcaba un antes y un después en mi vida porque en aquellos años con el cine pasaban esas cosas: te cambiaba la vida. Además, Rohmer me acompaña hasta el día de hoy. Y me acompañará siempre.

 

V

Recuerdo Veneto en calle Mendoza, entre la cortada y San Jerónimo. Noches compartiendo copas con Horacio Ramón, Billy Mazola, Agucho Aguirre Iriondo. Recuerdo un bar en la esquina de 25 de Mayo y Tucumán. Recuerdo mañanas enteras compartiendo mesas con el Negro Casco, Paco Porta, Ricardo. Recuerdo que nunca más en mi vida tomé un Gancia con limón tan bien preparado. Recuerdo las empanadas del bar de bulevar y Urquiza. Y las pizas de la pizzería que todavía se mantiene intacta frente a Plaza España. Recuerdo al mozo japonés del bar de Rivadavia, casi llegando a Crespo. Recuerdo que nunca le conocí la voz. Recuerdo que en ese bar preparaban una leche chocolatada que hasta los enemigos jurados de la leche disfrutaban. Recuerdo el boliche de la esquina de Salta y Avenida Freyre, el mismo donde pasé una siesta y una tarde completa esperando que mi hijo llegara al mundo.

 

VI

Recuerdo una siesta en el bar de La Bolsa compartiendo copas con amigos que no se los recomendaría a mi hijo. Recuerdo las madrugadas en la vereda de El Cabildo en el tiempo en que aún estaba el Mercado y no se sabía que alguna vez allí se iba a levantar lo que ahora se conoce como Plaza del Soldado. Recuerdo una madrugada en el el bar del Mercado de avenida Freyre. No sé si otra barra nochera nos quiso pelear o los que queríamos pelear éramos nosotros, pero el desenlace concluyó pacíficamente, es decir, todos compartiendo el mismo vino y la misma salida del sol. Recuerdo el bar que a fines de los sesenta funcionaba hasta la madrugada en la esquina de 9 de Julio y Primera Junta, casi «pegado» a la Jefatura de Policía. En ese bodegón lo conocí a Cholo Flores cantando tangos. A ese bodegón de vez en cuando lo frecuentaba Fernando Espino. Recuerdo el patio cervecero del Valencia. Los lisos tomados a la salida del cine con Carlitos Pizarro y el Negro Varela. Recuerdo una noche, comentando las alternativas de «La sirena del Mississippi» dirigida por el viejo John Huston. ¿Qué pasaba en aquellos años que nos podíamos quedar horas discutiendo una película o comentando que en pocos días llegaba a Santa Fe la última película de Antonioni o Godard?

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/272545-ciudad-como-te-recuerdo-cronicas-santafesinas-opinion.html]

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