Jueves 10 de diciembre de 2020

El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, declaración fundada en el texto aprobado en septiembre de ese año y que contó en la persona de Eleanor Roosevelt a una de sus animadoras decisivas. A nadie se le escapa que esta declaración nace en el contexto del fin de la segunda guerra mundial y con el objetivo de dejar sentado de una vez y para siempre aquellos derechos que expresan la condición humana, aquellos derechos sin los cuales no es posible concebir un orden político y social justo. Fueron los horrores de la guerra, las masacres en masas, el holocausto, los bombardeos indiscriminados contra la población civil, las torturas y los más sofisticados recursos de martirización los que crearon las condiciones para que las naciones reunidas en un espacio institucional común luego de la derrota del nazifascismo sancionen los principios que dan cuenta del progreso moral de la humanidad y los recelos a los excesos del poder. La declaración de las Naciones Unidas fue aprobada por abrumadora mayoría, sin un voto en contra peor con la abstención de seis países comunistas, Sudáfrica del apartheid y Arabia Saudita, autócrata y bárbara. Capítulo aparte merece el rol desempeñado por Eleanor Roosevelt, esposa (en realidad viuda) de Franklin, designada en diciembre de 1945 delegada ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Eleanor no era una desconocida en la política norteamericana y mundial y su prestigio no se reducía a la condición de esposa del presidente, como lo probaban sus escritos, sus programas radiales, sus conferencias de prensa y su extendida y pública militancia a favor de las libertades civiles y políticas, las criticas a las discriminaciones raciales y el apoyo a los derechos civiles de las mujeres. Alguna vez escribió: «No dejes de pensar en la vida como una aventura. No tiene ninguna seguridad al menos que puedas vivir con valentía, emoción, imaginación; al menos que puedas elegir un desafío». Palabras sabias de una mujer sabia. Eleanor ya había escandalizado a un cazador de brujas como Edgar Hoover con sus programas sociales a favor de los desocupados por la crisis económica y social de 1930. Cuando el protagonista principal de esa formidable película «Las uvas de la ira», dirigida por John Ford y fundada en la novela de John Steinbeck, ese extraordinario actor que fue Henry Fonda, le dice a su madre que le pregunta dónde lo podrá encontrar en el futuro: “Donde haya gente hambrienta, allí estaré, allí donde un policía golpee a un hombre, donde haya un ser humano que sufra, en la risa de los niños cuando tengan hambre y su cena esté preparada, me encontrarás donde la gente coma de la tierra que cultiva y viva en la casa que ha levantado…”. A esa cita con la vida digna o con la historia intenta hacerse presente Eleanor con sus programas sociales. La misma cita que honra apoyando a la república española. Digamos que al ser designada para representar a EEUU en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Eleanor estaba en el lugar que correspondía y en el momento justo. Y actuó en consecuencia. A los dos meses de designada, febrero de 1946, publicó la «Carta abierta a las mujeres del mundo». Y en septiembre de 1948 tuvo una participación decisiva en la redacción del texto que finalmente será aprobado el 10 de diciembre. Eleanor Roosevelt murió en 1962, siempre leal a sus convicciones liberales y progresistas. El presidente John Kennedy declaró duelo nacional y todos los presidentes vivos para esa fecha, Truman y Eisenhower, le rindieron honores. Adlai Stevenson, uno de los grandes políticos norteamericanos, dijo de ella: «Prefería encender una vela que maldecir la oscuridad y su resplandor ha calentado al mundo».
Algunos interrogantes: ¿Cuales es el centro de los derechos humanos, su razón de ser? El respeto a la vida. La vida es sagrada y nadie debe ser muerto o martirizado por sus ideas políticas, su condición religiosa o el color de su piel. Los derechos humanos como un gran consenso universal. O como una ética planetaria. O como una religión secular fundada en las mejores tradiciones religiosas y laicas. Hacer de la humanidad y de cada individuo la medida de todas las cosas. Como alguna vez dijera Eleanor a uno de sus oyentes: «Recuerde siempre que usted no solo tiene el derecho de ser un individuo, sino que tiene la obligación de serlo». No hay derechos humanos de izquierda o de derecha. Hay derechos humanos universales. Sus principios apuntan contra los atropellos cometidos por el poder, el poder estatal o el poder de organizaciones colectivas. Decía que su existencia da cuenta del progreso moral, de un consenso aprobado mayoritariamente por la humanidad. Esto no quiere decir que la existencia de la declaración de las derechos humanos haya puesto punto final a sus violaciones. Todo lo contrario. La declaración de la ONU hay que pensarla más como un espacio abierto a la deliberación que un dogma o una conclusión que se impone automáticamente. Mientras existan intereses, mientras exista la tentación de concentrar el poder, la pulsión de violar los derechos humanos estará siempre presente o latente. Una declaración es un punto de partida, necesaria pero puesta a prueba todos los días. La declaración de los derechos humanos podría ser pensada entonces como un faro, a veces distante, a veces borroso, pero presente, siempre orientando, la luz que nos recuerda, a pesar de las borrascas de la historia y de las tempestades de la política, que los hombres somos dignos y que las personas somos sagradas.

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