El escándalo político provocado por las declaraciones del ex fiscal Gustavo Ponce Asahad me da la impresión de que es más un punto de partida que una conclusión. O sea, que a los capítulos más interesantes de este culebrón aún los tenemos que conocer, aunque, como en los buenos relatos policiales, los testimonios disponibles de alguna manera anticipan los hipotéticos desenlaces. Por lo pronto, estamos ante un escándalo político que como tal compromete a poderosos o, para ser más precisos, a redes de poder político que muy bien merecerían calificarse de mafiosas incluyendo sus complicidades, sus códigos «honorables», sus lealtades y traiciones, su «secretismo», su impunidad y su instinto criminal . Importa insistir en el concepto de «redes», porque todo operativo corrupto perpetrado desde el estado no es nunca una aventura solitaria sino una suma articulada de intereses y complicidades que en el caso que nos ocupa incluye a funcionarios, políticos, fiscales, senadores, empresarios y conocidos personajes del hampa. Un verdadero culebrón, por el que Netflix pagaría millones para filmarlo, con el detalle de que en este caso no sería necesario advertir que «Los personajes de esta serie son imaginarios y cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia». Por el contrario, la realidad demuestra una vez más que puede ser muy superior a la ficción. Otra advertencia se impone a la hora de entender esta serie. Los titulares de las redes mafiosas ocupan posiciones de poder pero no constituyen TODO el poder. La observación es pertinente, porque una de las coartadas habituales de los corruptos es pretender naturalizar lo sucedido bajo la coartada de que «esto lo hace todo el mundo» o «todos somos corruptos», o «se trata de operativos «transversales». Lo siento mucho, pero no es así. No todos los políticos y funcionarios son ladrones, coimeros y socios de narcos o hampones. Por otra parte, a no engañarse, sin jueces y fiscales honestos y políticos limpios no sería posible develar la trama de corrupción. Suponer que todos son ladrones, además de ser una suposición injusta, lleva agua al molino de los mafiosos, porque «si todos somos ladrones» por un camino o por otro concluimos en que todos somos inocentes, incluidos los ladrones. En definitiva, lo que importa es no solo conocer el tema y sus lineas argumentales sino la trama. ¿Cuales son las diferencias? El tema nos cuenta lo que ocurrió, la trama nos revela CÓMO ocurrió. El escritor Forster lo explica con imágenes certeras: «El rey y la reina murieron», es un tema o por qué no una noticia. «El rey y la reina murieron de dolor», empieza a ser una trama porque abre espacio a las preguntas, es decir a las sospechas: «Por qué», «Cuándo», «Dónde», «Cómo». Dicho con otras palabras, a diferencia de la noticia, la trama establece las relaciones reales y causales de un tema. Y trasladado este concepto a lo que sucede en Santa Fe, la tarea de la justicia es develar la trama, es decir, determinar las relaciones de poder mafioso, probarlas y poner entre rejas a los responsables. Tarea no imposible, porque la reforma judicial promovida en la provincia crea condiciones favorables para que el reclamo de justicia no sea una ilusión. Especulaciones al margen, lo cierto es que de la provincia de Santa Fe también podría decirse que «algo huele a podrido en Dinamarca». Y para conocer la verdad por ahora disponemos de una noticia, aunque ya están trazadas las lineas principales de una trama con nombres y apellidos. Como toda «novela» que merezca ese nombre, a una buena trama hay que darle un final digno. Es más, no hay trama sin un final digno. Es lo que estamos esperando. Con la salvedad obvia de que en este caso no se trata de una novela o una serie de Netflix, sino de hechos reales protagonizados por personajes reales que ocupan posiciones reales de poder y cuyas decisiones de una manera u otra nos afectan. El desenlace en este caso se llama «Justicia». El problemita que diferencia los culebrones políticos reales de las obras de ficción, es que en la ficción habitualmente los criminales o los mafiosos suelen terminar entre rejas, mientras que en política los poderosos raramente pagan por sus delitos. Y si no me creen, pregúntenle a Menem y Cristina.