Sábado 5 de diciembre de 2020

Al señor Amado Boudou lo condenaron alrededor de 16 jueces de diferentes cámaras y en tiempos también diferentes. Una Corte Suprema que siempre vota dividida en este caso votó por unanimidad. Al que por cualquier cosa le quede alguna duda acerca de la culpabilidad del vicepresidente elegido por Cristina que se tome el trabajo de leer las declaraciones de Alberto Fernández, pero las de 2014, antes de que el dedo de Cristina lo ungiera presidente reservándose para ella el mismo cargo que en su momento le regaló a Boudou. De todos modos, a no ilusionarse: para los kirchneristas se trata de una infame persecución judicial, lawfare, como le dicen, sugestivamente iniciada en 2012 cuando, si la memoria no me falla, la presidente de la nación era una señora llamada Cristina. Sin embargo, como para poner a prueba nuestra capacidad de asombro, para los kirchneristas, Boudou es un aguerrido líder antiimperialista, un abnegado militante de las causas nacionales y populares. Pobre García Márquez, que en sus últimos años creía que el realismo mágico estaba agotado ¿Boudou es Cristina? Si no es Cristina es Néstor, pero lo seguro es que el cargo de vicepresidente fue decisión exclusiva de ella, por lo que la novedad de fondo no es que Boudou esté preso, sino que Ella esté libre. ¿O alguien tiene alguna duda de que el operativo Ciccone lleva la marca en el orillo de Néstor, porque por iniciativa propia Boudou nunca hubiera ido más allá de tramitar una patente trucha para un auto trucho o declarar una dirección domiciliaria en un baldío o hacerle el cuento del tío a una vieja jubilada? Si alguna vez, al estilo siglo de oro de español, a nuestros escritores se les ocurriera iniciarse en el género literario de la picaresca, Boudou sería el personaje insoslayable, sin la dulzura, claro está, del Lazarillo de Tormes, ni la melancolía del buscón don Pablos, porque Boudou es algo así como una versión superadora, pero con un toque sórdido y promiscuo, de Isidorito Cañones, el Gordo Villanueva y Avivato. Los veteranos lectores de Rico Tipo y la revista de Patoruzú saben de quienes estoy hablando. Y sobre todo, de qué tiempo estoy hablando, un tiempo en el que, para resumirlo en pocas palabras, los atorrantes eran atorrantes, los cuenteros eran cuenteros, los vividores eran vividores, pero a ninguno, ni siquiera al más audaz, se le hubiera ocurrido ser vicepresidente de la nación, ocupar el mismo cargo que en su tiempo honraron Adolfo Alsina, Mariano Acosta, Carlos Pellegrini o Elpidio González, el mismo que después de acompañar a Hipólito Yrigoyen en su mandato y ser uno de los promotores de la reforma universitaria, renunció a la jubilación porque consideró que no le correspondía. ¿Se lo imaginan a Boudou en esa escena? Estoy hablando de Elpidio González, el mismo que en sus últimos años se ganaba la vida vendiendo anilinas en los colectivos, según me contara un viejo periodista que nunca olvidó que cuando era niño su padre le dijo mientras viajaban en la línea 217 que iba de Flores al centro: «Ese señor, si, el de saco gris algo gastado pero que lo lleva con tanta dignidad, ese señor que acaba de ofrecernos anilinas y ahora desciende del colectivo, alguna vez fue el vicepresidente de la nación. Miralo bien y no te olvides nunca». Boudou lee esta crónica y se caga de risa. Para él y para sus promotores Elpidio es un pobre pelotudo.

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