Viernes 11 de diciembre de 2020

Un año de gobierno peronista y los números son concluyentes: el país está peor y en algunos aspectos mucho peor. La conclusión es admitida incluso por un sector importante de la dirigencia oficialista. Más pobreza, más inflación, más desempleo; menos educación, menos seguridad, menos federalismo. Después están los atenuantes: la «catastrófica» herencia recibida del gobierno de Macri y la pandemia. Debate abierto. Para la oposición, los atenuantes no son más que una coartada para eludir la responsabilidad de una pésima gestión de la economía y la pandemia. En cualquiera de los casos, las palabras no logran eludir el hecho cierto de que la Argentina es más pobre, más injusta, más insegura y, lo más preocupante aún, con un futuro inmediato que genera más inquietudes que esperanzas. Un síntoma sugestivo del actual escenario político es la coincidencia entre el año de gestión y la carta publicada por la vicepresidente que decididamente ha decidido recurrir al género epistolar para relacionarse con la sociedad. El hecho merece mencionarse porque es la expresión del dato más singular de la política nacional desde hace un año: la sospecha de que poder real no está en la Casa Rosada sino en el Instituto Patria. A esta anomalía de las relaciones efectivas del poder hay que sumarle la sospecha inquietante, cuando no el hecho cierto, de que detrás o por debajo de la retórica o del relato kirchnerista con sus apelaciones a consignas igualitarias -o pretendidamente igualitarias- no son más que una suerte de cortina de humo para «liberar» a la señora Cristina de las causas penales que amenazan con llevarla a la cárcel por corrupta. La reciente carta de la Señora disipa cualquier duda al respecto. Su ataque al Poder Judicial y a la Corte Suprema no tiene nada que ver con preocupaciones institucionales o jurídicas en general sino con el temor casi manifiesto de terminar entre rejas. La carta está dirigida a la opinión pública, impugna al Poder Judicial pero tiene un destinatario concreto que no nombra porque es tan evidente que designarlo sería un acto de redundancia. Me refiero al presidente de la nación, Alberto Fernández. Que una carta se constituya desde el punto de vista real del ejercicio del poder en el acontecimiento político más distintivo de un año de gestión, da cuenta de las dificultades internas que debe afrontar el actual gobierno peronista, dificultades previsibles si se quiere ya que el origen del actual régimen de poder está «viciado» por esta situación en la que la vicepresidente con poder designa a un presidente sin poder, estrategia que le permitió al peronismo ganar las elecciones, aunque al año de gestión exhibe las grietas y fracturas internas cuyos costos seguramente pagará el peronismo, pero tal como se presentan los hechos es de temer que lo pague toda la sociedad. Por lo pronto, y más allá de especulaciones, la Argentina está mal, a decir verdad hace años que se deteriora su calidad de vida y, en el actual contexto hay motivos para temer que el futuro no sea muy diferente al presente. «Si ves al futuro dile que no venga», dicen que alguna vez dijo un Juan José Castelli agobiado por las dificultades que se le presentaban a la patria en formación. Dos siglos después, el sombrío pronóstico de Castelli adquiere una inquietante actualidad. ¿Resignarnos a la desdicha? Me resisto a admitir que la única alternativa es la decadencia, continuar deslizándonos en el tobogán de la decadencia. Contra toda evidencia digo que nunca deberíamos renunciar al la pretensión de hacer de nuestra patria un lugar más justo y más libre. Nuestros hijos y nuestros nietos se lo merecen. Es difícil pero no imposible.
Mary Mernes, Clara Zulma Rivera y 115 personas más
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