Domingo 10 enero 2021

Adelanto para los más resignados y pacientes unos párrafos de la novela que escribí en Granada.
Viajamos. Vaya si viajamos. Algunos viajan para conocer, otros, para conocerse; algunos viajan para olvidar, otros, para olvidarse; algunos viajan para alejarse, otros, para acercarse; algunos viajan porque disfrutan la soledad, otros, porque no la soportan; algunos viajan para hacer plata, otros, para gastarla; algunos viajan porque se aman, otros, porque sospechan que dejaron de amarse; algunos viajan por placer y le decimos turistas, otros, viajan por necesidad y le decimos inmigrantes; algunos viajan porque desean la felicidad, otros, viajan para alejarse de la tristeza; algunos viajan porque tienen ilusiones, otros, porque las han perdido; algunos viajan porque no soportan su aldea, otros, para extrañarla; algunos viajan porque tienen esperanzas, otros, porque están desesperados; algunos viajan para encantarse, otros, para desencantarse; algunos matrimonios viajan cuando son felices, otros, viajan cuando sospechan que dejaron de serlo; algunos viajan porque quieren ganar experiencias, otros, porque quieren olvidar la que alguna vez tuvieron; a algunos los viajes le otorgan sabiduría, a otros, les revela su ignorancia. La historia de la humanidad es la historia de sus viajes. Todos viajan. Lo hace Ulises, lo hace Marco Polo, lo hace Colón. Se viaja por diferentes motivos, pero la mayoría de los viajeros alguna vez regresan. Pocos, muy pocos, no vuelven. El regreso, habilita la épica; el no retorno, deja abierta la posibilidad de la tragedia. Más modestos, Natalia y yo viajamos para ser felices. Por lo menos eso fue lo que nos propusimos. No fue así. Juro que lo intentamos. Pero a veces los intentos no alcanzan. ¿Quién tiene la culpa? ¿El coronavirus? ¿Nosotros? ¿Las o los terceros que merodean alrededor de toda pareja? No lo sé. Tal vez haya que aceptar que a veces la cosas salen mal y no necesariamente hay culpables.
MIÉRCOLES 4 DE MARZO (MIGUEL)
El gentío de Ezeiza. Dentro de media hora sale el avión para España. Mi destino es Granada, pero mi primera escala será Madrid, donde me espera Natalia que está allí desde hace casi una semana. En la sala de embarque me encuentro de casualidad con un amigo que me comenta que tiene previsto pasar un mes en España y Portugal. Conversamos de las coincidencias del vuelo y, como al pasar, mencionamos el virus que amenaza a Europa. Suponemos que es un tema delicado, pero nada más. Mi amigo me dice que en el más grave de los casos es probable que en la aduana nos hagan algunas preguntas y algunas recomendaciones. Supongo lo mismo. Me pregunta por mis cosas y le respondo con generalidades, porque no considero prudente decirle que Natalia, a quien seguramente conoce, me espera en Madrid, que viajó antes que yo porque las entrevistas concertadas con dos editoriales se anticiparon. Y no considero prudente decírselo, a él o a cualquiera, porque Natalia es casada, y si bien la relación con su marido desde hace rato no existe, para los escrúpulos de ella, y de su propia familia, resulta más razonable por el momento mantener reserva. Natalia es dueña desde hace casi diez años de una de las librerías más distinguidas de la ciudad y viaja con frecuencia a España –dos, tres veces al año- por negocios editoriales. Somos pareja desde hace unos cuatro o cinco meses y nos hemos ingeniado para organizar este viaje que combina, como dice ella, los negocios con el placer. Ella discutirá con empresarios y yo me instalaré un mes en la ciudad de Granada para investigar acerca de la muerte de Federico García Lorca. Supongo que mi investigación no descubrirá la pólvora, pero pretendo encontrar algún punto de vista que me permita dramatizar esos días decisivos y terribles que culminaron con el asesinato de Federico. Las relaciones institucionales entre la Facultad de Derecho y las autoridades del Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago facilitaron el otorgamiento de esta beca para consultar la bibliografía local acerca de esta tragedia y, sobre todo, conocer la geografía y el territorio donde se desenvolvieron los acontecimientos. Mientras espero que nos sirvan la cena en el avión releo mis apuntes y paso en limpio, más que conclusiones, preguntas que no estoy seguro que pueda responder.
APUNTES
Nunca está de más destacar lo obvio: a Federico García Lorca lo asesinaron. Esto quiere decir que hubo alguien, o algunos, que decidieron matarlo. Hubo órdenes y ejecutores. Su muerte no fue azar, confusión o malentendido. Lo mataron porque en ese tiempo en España la vida valía muy poco, por no decir nada. Y me temo que Federico estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Digo para ser más claro: atendiendo al clima político existente en Granada en esas semanas, lo sorprendente hubiera sido que Federico siguiera con vida. La perspectiva histórica dispone del privilegio de “mirar” aquello que los contemporáneos no advierten o no advierten con la suficiente intensidad. Tal como se presentan los hechos, no es exagerado decir que para agosto de 1936 en la ciudad de Granada había mucha gente que por un motivo u otro a un personaje como a Federico lo querían muerto; o, en el más suave de los casos, no habrían movido un dedo para impedir que lo maten.
JUEVES 5 DE MARZO (NATALIA)
Hoy Miguel llega a Barajas. Un taxi pasa a buscarme por el hotel y en el viaje el chofer me hace algunos comentarios sobre el coronavirus. Le digo que algo oí hablar del tema, pero que seguramente las autoridades tomarán las medidas necesarias para protegernos. No le convence mi respuesta. Según él, el gobierno no hará nada a favor de la gente. Y acto seguido se despacha contra los políticos ladrones y funcionarios corruptos.
-Que se nos viene la peste y estos tíos como si nada- exclama.
Dentro de media hora me voy a encontrar con Miguel y no tengo ganas de discutir con un taxista sobre temas que no son los más me importan. No hablo, pero él sigue con su perorata. Mi Dios, ¿será posible que los taxistas sean tan parecidos en todas las ciudades del mundo? En Barajas observo que algunas personas llevan barbijo. Sinceramente, me parece una exageración, una prueba más de cómo a veces sin proponérselo los medios instalan un clima de pánico que no se corresponde con la realidad. “No nos vamos a asustar por una gripe”, me escribe Miguel en un whatshapp. Y supongo que tiene razón. Ahora estoy parada al lado de una columna y cerca de la puerta por donde salen los viajeros. Quiero verlo antes de que él me vea a mí. Espero y mi ansiedad me divierte. Tengo los ojos puestos en esa puerta de doble hoja por la que aparecen hombres, mujeres; algunos, saludan a familiares o amigos que los están esperando; otros, se dirigen a buscar un taxi o un bus. Pero Miguel ausente. Me repito a mí misma que controle la ansiedad. Finalmente lo veo. Vaqueros, una camisa celeste mangas largas arremangadas que yo le regalé para año nuevo, mocasines sin medias y un bolso. No corro a sus brazos, pero me gustaría hacerlo. Lo observo caminar, detenerse, mirar para todos lados. Me encanta mirarlo. Si por mí fuera me quedaría allí un rato largo mirándolo, disfrutando de esa discreta vitalidad que emana de su cuerpo, de sus ojos oscuros siempre atentos, de sus cabellos castaños que me he acostumbrado a acariciar; de ese gesto tan suyo de mover levemente la boca. Ahora él me ve a mí y sonríe: una sonrisa generosa, amplia, una sonrisa que le ilumina la cara y que yo conozco y amo tanto. Registro el instante, el momento en que nos acercamos, nos abrazamos y nos damos un beso. Lo registro para saber que la felicidad puede ser algo concreto, práctico, tangible. Miguel y yo ahora caminamos juntos en dirección a una parada de colectivos. Caminamos tomados de la mano y no nos da vergüenza hacerlo. Y mientras camino, miro a mi alrededor, miro a la gente que se dirige hacia los destinos más diversos, miro la cola de taxis, los buses que esperan y más allá el cielo de Madrid.
Durante el viaje, le muestro a Miguel aquellos lugares de Madrid que conozco y que en estos días recorreremos juntos. Descendemos en Cibeles y desde allí caminamos por la calle de Alcalá hasta la Puerta del Sol. Yo hablo hasta por los codos; estoy tan feliz que no se me ocurre otra cosa que hablar. Él escucha y mira. A veinte metros de la Puerta del Sol está el hotel donde estoy alojada desde hace casi una semana, y en donde ahora nosotros vamos a estar unos días, por lo menos hasta el lunes. Es un hotel cómodo, con una hermosa terraza para compartir un café o una cerveza y contemplar como pasa Madrid por delante de nuestros ojos. Miguel es la primera vez que viene a España y me encanta que lo haga conmigo; me encanta ser algo así como su guía en una ciudad que me fascina. Las ventanas de nuestro cuarto dan sobre la calle del Carmen; hacia la izquierda la Puerta del Sol y ese laberinto de calles que se desparrama para todas partes. Aún es temprano, pero observo que el cielo de Madrid está apenas matizado por unos tonos rosados que anuncian la caída de la tarde. Dejamos el equipaje en el cuarto y salimos a caminar. Miguel me cuenta que no ha dormido en todo el viaje, pero que tampoco ahora tiene ganas de hacerlo.
VIERNES 6 DE MARZO (MIGUEL)
Me despierto, miro el reloj: son las nueve de la mañana. Natalia duerme a mi lado; el pelo rubio desparramado sobre la sábana, la expresión algo aniñada, ese expresión que se hace más visible cuando se pone triste o cuando me abraza. ¡Qué linda que es! Despierta o dormida. La miro y me muero de ganas por acariciarla, pero prefiero que siga durmiendo. Me levanto tratando de no hacer ruido, voy al baño, me doy un ducha, me visto y bajo al lobby del hotel. Quisiera desayunar, pero prefiero hacerlo dentro de un rato con Natalia. Me acomodo en uno de los sillones y la llamo por teléfono a Sandra, la responsable directa de mi viaje a España. Con Sandra nos conocemos de toda la vida, o desde nuestra adolescencia que viene a ser más o menos lo mismo. Somos amigos y también lo fui de su marido; y lo fui hasta el día miserable que lo atropelló un camión en el autopista casi llegando a Rosario y lo mató en el acto. Sandra es historiadora y está desde hace seis meses en Granada para escribir una tesis, creo que sobre las guerras civiles en España en el siglo XIX y el siglo XX. Fue ella la que me puso fichas para que gestione una beca; fue ella la que habló con el rector del Colegio Mayor, don José Luis Pérez Serrabona, explicándole quién era yo. Y fue ella la que lo convenció para que Natalia se alojara conmigo en uno de los cuartos de ese colegio histórico fundado en tiempos de Felipe IV, y que si Google no miente es el edificio más antiguo de Granada. No sé cómo lo hizo, pero lo hizo. La beca de Sandra concluye a fines de mayo, por lo que calculo que regresará a la Argentina unos días después que nosotros, aunque con Sandra nunca se sabe, nunca se sabe no solo lo que podría llegar a hacer el año que viene, sino la semana que viene. Atiende el teléfono y por el tono de la voz me doy cuenta de que está dormida. No me preocupa demasiado interrumpir su sueño porque son más de las nueve de la mañana y además con ella tengo la confianza necesaria como para interrumpirle el sueño a las cuatro de la mañana si se me ocurriera hacerlo. Le digo que ya estoy en Madrid, y que si todo sale como está previsto el lunes antes del mediodía estaremos en Granada. No entiendo bien lo que me contesta porque evidentemente está dormida, pero lo poco que logro entender es que está todo en orden. Le pregunto si nos conviene viajar en tren o en colectivo. Me dice que sin dudarlo lo haga en colectivo, que es algo más incómodo pero mucho más barato. Le mando un beso y corto. Sandra es de las personas que necesitan por lo menos dos horas para despabilarse. No sé por qué, pero es así.
Desayuno con Natalia en un barcito que está a la vuelta del hotel. Me encanta el lugar: me encanta ver los jamones colgados en el techo, el olor a café, a tostadas, a fiambres, a pescados fritos; esa luz, casi una penumbra, que llega desde la calle. Natalia me dice que los españoles suelen acompañar el café o el café con leche con una tostada a la que la humedecen con aceite de oliva y después le ponen tomate rallado y sal. Pruebo y me gusta. Ella toma un café con una media luna. Desde donde estoy sentado, casi al fondo de un salón estrecho, miro a hombres solos acomodados en la barra con su taza o vaso de café. Y miro a los mozos atender a la gente, escucho sus voces que parecen al borde del enojo o el mal humor. Muy español. O muy parecido a la imagen que a través de la literatura y el cine siempre tuve de lo que es una taberna española.
Después salimos a caminar por Madrid, el Madrid de los Austrias como dicen los folletos turísticos. Pasado al medio día almorzamos en un restaurant taurino. Por lo menos eso es lo que dice el letrero. A Natalia le repugnan las corridas de toros; le parecen una fiesta bárbara y criminal, pero yo le digo, medio en broma medio en serio, que quiero ir a una corrida.
-Nada personal contra los toros -le explico- pero un lector de Hemingway y un admirador del cine de Orson Welles como yo, no puede dejar de simpatizar con las corridas.
-No discutamos –me dice y levanta las manos como en señal de paz- porque te gusten o no, las corridas de toros empiezan en junio o en julio y para esa fecha nosotros ya estaremos en la Argentina hace rato.
En la cantina taurina me doy el gusto de mirar una foto en la que precisamente Orson Welles está en la tribuna de una plaza de toros. Y hay otra foto en la que está el Che Guevara. ¿Qué hace allí? No lo sé. Después recuerdo que Franco y Fidel nunca se llevaron mal, que los dos eran gallegos y que España por no sé qué motivos siempre tuvo buenas relaciones con su ex colonia. ¿Explican estos datos la presencia del Che en una plaza de toros? La menor idea. A la siesta y a la tarde caminamos por la zona del Palacio Real, tomamos un café en el Bar Oriente y después recorremos algunas librerías. El paseo incluye las incursiones de ella en las diferentes tiendas de ropas que se cruzan en el camino. Paciente, espero en la puerta. Madrid me gusta mucho. Las calles desbordadas de gente, los bares ofreciendo cerveza, vino, sidra; los artistas callejeros, los vendedores ambulantes. Natalia me lleva a una calle cerca de un plaza que se llama España. Allí hay una librería de cine cuyo nombre evoca una película de Antonioni. A mi juego me llamaron. En la librería hay un bar y compartimos una cerveza. En esa calle, casi llegando a la esquina, hay un local nocturno que anuncia un concierto de jazz; al frente, una sala de cine con estrenos y reposición de clásicos de los años cuarenta y cincuenta.
-Si alguna vez el destino nos empuja a vivir en Madrid, yo quiero vivir con vos en esta calle.
Y Natalia ríe.
A la noche llegamos al hotel molidos. La llamo por teléfono a Sandra pero no contesta. Le mando un correo y espero. Un rato después leo la respuesta: “No te pongas pesado, macho latino. Ya te dije que está todo en orden. Los esperamos el lunes a la mañana. El cuarto para ustedes dos ya está reservado. Besotes”.
APUNTES
El informe oficial que años después dio el general Francisco Franco, sostiene que esa muerte fue ejecutada por “sectores incontrolables”. Franco da la respuesta posible que puede dar el régimen que presidió. No puede festejar la muerte del poeta español más conocido en el mundo, pero tampoco puede hacerse cargo. Dice lo que por lo general dicen los dictadores cuando contra su pesar son interpelados. De todos modos los matices importan. Siempre importan. En agosto de 1936, fecha en la que Federico fue asesinado, Franco aún no dispone del poder que dispondrá dos o tres meses más tarde. En Andalucía no manda Franco, manda el general Gonzalo Queipo del Llano. Una semanas antes, seguramente con mucha discreción, Franco le sugiere a su camarada Gonzalo si puede reconsiderar el fusilamiento del general Miguel Campins Aura. Y la única respuesta que obtiene es la ejecución unas horas antes de lo previsto. Todo tiene que ver con todo. Campins es fusilado el mismo día en que es fusilado el cuñado de Federico y el mismo día en que Federico es detenido para marchar a la muerte. Retornando a Franco y aunque suene irónico, hay que pensar en la posibilidad de admitir que no tiene nada que ver con la muerte de Federico. Se entera de la ejecución por los diarios. Él mismo en algún momento la lamenta ante políticos y diplomáticos extranjeros, pero el hombre que expresa ese malestar por lo sucedido con “un gran poeta”, es el mismo que en su momento declara con ese tono y esa expresión impávida y hermética que ya lo distingue, que si es necesario matar a la mitad de España para asegurar el orden, matará a la mitad de España. ¿Hay motivo entonces para sospechar que en esa mitad de España que Franco considera que hay que enviar al otro mundo, está, entre tantos, Federico García Lorca?

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