Jueves 7 de enero 2021

Marginales, lúmpenes, fanáticos y racistas de todo pelaje, en algunos casos armados, en todos los casos insultando y prometiendo más violencia, asaltaron el Capitolio de EEUU protagonizando escenas de violencia al que los argentinos estamos más o menos habituados porque constituyen algunos de los “accidentes” que colapsan en “las venas abiertas de América latina”. Episodios como los que ahora contemplamos algo asombrados en el Capitolio norteamericano en algún tiempo fueron casi cotidianas en nuestras republiquetas bananeras. Pero en EEUU, no. Por lo menos del modo en que se produjeron los hechos, con diputados escapándose por las puertas de servicios, con policías trenzándose con fanáticos, con heridos de balas y muertos. Se suponía que esto podía pasar en en Palacio Quemado, en la Casa de la Moneda, en Miraflores incluso en la Casa Rosada, lugares donde presidentes fueron asesinados o linchados en la plaza pública o desalojados en paños menores o a los empujones por militares con sables y entorchados, pero se suponía que en el país de Washington, Lincoln y Roosevelt estas delicadezas no ocurrían. Es lo que se suponía hasta que llegó Trump e impuso reglas de juego políticas que a los argentinos no nos resultan tan extravagantes: en política hay amigos y enemigos, el poder se concentra y se personaliza y las instituciones se acomodan al capricho del Poder Ejecutivo. Insisto en que a los argentinos los sucesos de Washington no nos deberían escandalizar demasiado porque sin ir más lejos en diciembre de 2017 turbas convenientemente azuzadas intentaron asaltar el Congreso en una maniobra de pinzas que incluyó el apoyo de los entonces diputados opositores y maniobras judiciales destinadas a desarmar a las fuerzas de seguridad. Es verdad que la realidad de EEUU es muy diferente a la nuestra, los personajes y los escenarios también son diferentes, pero en la concepción del ejercicio del poder hay en el estilo de Trump un tono, una coloratura, un jadeo, en definitiva, una concepción del ejercicio del poder (no olvidemos que el populismo es en primer lugar un modo de concebir el poder y manipular a las masas) que me recuerda mucho a nuestro populismo criollo.
El escándalo en el Capitolio fue inédito no solo para la historia de EEUU sino por el “detalle” de que fue el propio presidente quien se encargó en un primer momento de azuzar a la chusma en afinado coro con algunos legisladores republicanos como el granuja de Ted Cruz más los brulotes verbales del mítico ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Finalmente la situación fue controlada, Trump dio marcha atrás entre otras cosas porque advirtió que iba a ser desalojado de la presidencia a partir de la enmienda 25 y en particular, porque a pesar de todo las instituciones norteamericanas funcionan.
Donald Trump: misógino, violento, xenófobo, populista, tramposo, matón, extorsionador, mentiroso, racista, corrupto y evidentemente desequilibrado. Sin embargo fue presiDente de EEUU votado por millones de personas, con lo que se demuestra una vez más que amplios sectores de la población pueden ser seducidos por un loco. Es de desear que a partir de este año Trump pase a ser historia, una historia lamentable más allá de que él con su megalomanía habitual se autocalifique como el titular de la mejor presidencia de la historia de EEUU. ¿Qué tal Pascual?. En el camino quedaron haciendo señas, entre otros, George Washington, Abraham Lincoln, Franklin Delano Roosevelt, John Kennedy y Ronald Reagan.

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