De pactos camándulas y trapisondas

 

I

Tal vez el gran acierto o la gran astucia del kirchnerismo fue hacerle creer a la opinión pública y a sectores internos del peronismo que entre Alberto y Cristina había diferencias significativas. Como se recordará, desde un primer momento se habló de una Cristina exasperada y un Alberto moderado; o de un peronismo populista y un peronismo republicano. Y como consecuencia de ello se alentó la ilusión de que los moderados ganarían la batalla aplicando lo que yo denominaría el «brebaje Manzur», es decir, decirle al auditorio lo que quiere escuchar en cada momento para después hacer exactamente lo contrario o, lisa y llanamente, lo que se les dé la gana. Por supuesto, para que este embuste se imponga fueron necesarias dos cosas: sectores independientes dispuestos a creer en él y un peronismo que, más que creer o no creer (a los compañeros estas cuestiones teológicas no les hacen perder el sueño) percibió u olfateó la posibilidad de recuperar el poder perdido en 2015. Un estómago tejido en amianto y un paladar habituado a dietas de batracios hicieron el resto.

 

II

Los hechos parecieran verificar diariamente que la maniobra fue exitosa (para usar un término que a la Señora la fascina) y no está escrito que pueda seguir siéndolo en el futuro. Si esta semana se impusieron los discursos «duros», es muy probable que en el futuro inmediato se pronuncien discursos moderados como para mantener la ilusión de los ilusos, y en particular de todos aquellos que por una razón u otra están resignados a creer porque les conviene materialmente, o porque por sus ideas de la política criolla están predispuestos a comprar a precio de oferta cuanta baratija política les ofrezcan, sin que les aflija demasiado que la misma mercadería la hayan comprado por buena en las mismas tolderías políticas y, en más de un caso, ofrecida por los mismos enroscadores de víboras y vendedores de gualichos.

 

III

¿Alberto es Cristina? Estoy tentado a decir que no en nombre de la obviedad. Cristina y Alberto son diferentes por razones biológicas. También lo son por historia de vida. ¿Y entonces nada los une? Puede que los separen muchas cosas, pero lo que los une es una misma concepción práctica del poder y, hasta tanto alguien me demuestre lo contrario, esa unidad es más importante que las diferencias de sexo, las diferencias biográficas, las diferencias de humor o las diferencias en las cuentas corrientes. Por lo pronto, su concepción del poder es la misma y las diferencias no son más que diferencias de roles o de funciones dentro de ese esquema de poder que los contiene. Alberto en particular debe sostener hasta donde sea posible la ilusión de que él es distinto a lo que el sentido común supone que expresa el kirchnerismo de paladar negro. Como todo pacto o acuerdo en el que está en juego el poder, hay en algún momento diferencias e incluso discusiones, porque la realidad cotidiana del poder es bastante complicada como para que sus titulares dispongan de una receta exclusiva donde estén prescriptas de antemano todas las soluciones. Esto ocurre en cualquier esquema de poder, incluso hasta en los regímenes absolutistas, lo que ocurre es que esas diferencias en el actual gobierno son, para emplear un término que nos encantaba en los años sesenta, contradicciones secundarias, contradicciones subordinadas a la estrategia central, en este caso sostener el poder y los objetivos que lo hicieron posible.

 

IV

Suele ocurrir que estos acuerdos que evocan vagamente a los pactos entre tahúres, se presenten inconvenientes y en algunos casos inconvenientes insalvables. El tejido, las redes que unen a los protagonistas, parecen ser muy sólidas pero sometidas a los temporales a veces impiadosos de la política y exhiben con más rapidez de lo previsto fisuras fatales. Entonces se abre el capítulo de los ajustes de cuentas y los pases de facturas, con el agregado en este caso de que las facturas más caras las paga la pobre gente. ¿El actual gobierno puede correr esa suerte? No lo sé, pero sí es visible que los problemas del país son cada vez más serios y las dificultades del gobierno para resolverlos son cada vez mayores. Hasta allí nada diferente a cualquier gobierno, en tanto se sabe que gobernar es comprar problemas y esos problemas a veces se pueden resolver, aunque a veces no, o su resolución deja inconformes a muchos. Pero la singularidad de la agenda de este gobierno, lo que lo distingue y le otorga una prístina elegancia, es el pacto secreto, no escrito pero fundante, al punto que este esquema de poder no sería posible sin esa cláusula.

 

V

Ese pacto fundante es muy claro, pero su cumplimiento no es tan claro porque las dificultades que se presentan para cumplirlo son mayores de lo que ellos mismos habían previsto. Se trata de asegurar que Cristina, su familia y, de ser posible, sus principales socios no vayan presos. Así de simple. Alberto se comprometió a cumplirlo; Cristina se comprometió a exigirlo porque en su cumplimiento está en juego su libertad. Nada más y nada menos. Cristina lucha por su libertad y está en su derecho a hacerlo. Lo que en todo caso merece debatirse en los estrados judiciales es si le asiste el derecho a estar libre luego del saqueo perpetrado por ella y su marido a los recursos nacionales. Que la defensa de Cristina reitere la letanía árida y desabrida de un «relato» en la cual ella no es perseguida por corrupta sino por abanderada de la causa nacional y popular y por ello es víctima de esa invención de la retórica truculenta del populismo denominada «lawfare», no deja de ser, conociendo el paño, tan previsible como los argumentos de Pablo Escobar a favor de su identidad política de izquierda, o de cuando Al Capone, «el buenazo de Al», aseguraba que la ciudad de Chicago debía estar agradecida por su sensibilidad social con los más pobres. En un plano si se quiere más abstracto, habría que discutir si este gobierno puede sobrevivir al incumplimiento de este pacto. Sabemos que Cristina lucha por su libertad y si dan la oportunidad reclama una medalla por los patrióticos servicios prestados. Tal como se presentan las cosas, me temo que el objetivo «medalla» es imposible y el objetivo «libertad» es muy complicado. Las pruebas en su contra son abrumadoras. No se equivoca Zaffaroni cuando reclama como exclusiva solución el indulto o la amnistía. Difícil. La amnistía reclama una mayoría parlamentaria que no la tiene. ¿Y el indulto? Tal vez, porque si bien «el Alberto» ha dicho que antes de formar un indulto se corta la mano, ya sabemos que su palabra vale menos que la moneda argentina, lo cual ya es mucho decir.

 

VI

De encerronas de este tipo se sale con una brillante gestión política, algo que el actual gobierno está muy lejos de cumplir. La otra chance es un acuerdo con la oposición, lo cual es complicado, aunque por lo pronto los compañeros exploran la estrategia que yo denomino «del empate» y no la del «empate hegemónico», sino el empate en corrupción, es decir, todos somos ladrones. Convengamos que a esta altura del partido al kirchnerismo le importa más demostrar que Mauricio Macri es tan o más ladrón que Cristina que probar la inocencia de su jefa. Si esa hipótesis se pudiera probar se crearían felices condiciones para arribar a una suerte de gran acuerdo nacional (con perdón de Lanusse) acuerdo fundado en la certeza de que como todos somos ladrones nadie es culpable, motivo por el cual debe practicarse el principio de borrón y cuenta nueva, se «queman» los expedientes incómodos, se abre el portón y todos a retozar alegres, dicharacheros y felices en la calle. No está mal pensado, salvo que para ello es necesario demostrar que Macri y su gobierno robaron en la escala de los Kirchner, lo cual a mi modesto modo de ver resulta prácticamente imposible porque en ese tema, el tema de la cleptocracia, hay que admitirlo de una buena vez, los Kirchner son insuperables. Y hasta los esfuerzos más generosos por imitarlos se quedan cortos.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/286167-de-pactos-camandulas-y-trapisondas-cronica-politica-opinion.html]

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