Por debajo de la mesa

 

I

No sé bien qué hicimos mal, pero lo cierto es que a la escasez de vacunas se le suma la exasperante lentitud para vacunar. No lo sé, pero lo sospecho. Es verdad que las vacunas están muy solicitadas en todo el mundo y que son de alguna manera un bien escaso, pero este argumento no alcanza para explicar por qué países con menos recursos que nosotros no solo disponen de más vacunas sino que vacunan en serio. Chile es un espejo donde deberíamos mirarnos. ¿Dónde está la diferencia? ¿Por qué a nosotros los laboratorios nos ponen «condiciones inaceptables», mientras que esas exigencias no las padecen nuestros vecinos? Sospecho, intuyo, que la diferencia más significativa la otorga la gestión. Puede que influya la estructura sanitaria, pero en ese caso la Argentina dispondría de alguna ventaja porque sin ser perfecta dispone de buenos recursos materiales y humanos. ¿Y entonces? Insisto en la pregunta, porqué nuestra situación con respecto a las vacunas es mala, para no decir pésima. Chile vacuna en un día lo que la Argentina no vacunó en dos meses. ¿Qué tiene Piñera que no tenga Alberto Fernández? Y personalizo la pregunta porque hay motivos para pensar que la diferencia entre un país y otro la pone el presidente, la capacidad, la voluntad, el talento de un mandatario para prever, organizar y obtener resultados. Esa asignatura rindió Piñera; en esa asignatura, me temo, nuestro presidente está haciendo todo lo posible -para nuestra desgracia- por obtener un ruidoso aplazo.

 

II

A este cuadro deplorable, hay que sumarle el escándalo provocado por lo que se conoce como «Vacunagate», el operativo miserable promovido «por debajo de la mesa» de parte de funcionarios del oficialismo. Vacunas escasas porque no hicimos lo que se debía hacer para adquirirlas, pésima vacunación porque la gestión es pésima, pero a ello se le agrega la corrupción y el privilegio y la insensibilidad. Como se dice en estos casos: todo forma parte de todo. Porque las vacunas son escasas, la vacunación es baja y, al mismo tiempo, se incentiva la disputa por ellas. Como para contribuir a la confusión general, al presidente de la nación no se le ocurre nada mejor que decir que adelantarse en la fila no es delito. Como diría tío Colacho: fuero especial para el «colado». Autorizado por quien se supone es la máxima autoridad política de la nación. Conclusión: funcionarios, hijos, esposas y amantes de funcionarios vacunándose por debajo de la mesa, gavilla de privilegiados a los que además se les asignó un nombre ilustre: «Personal estratégico».

 

III

Convengamos que esto se veía venir. Antes de que el comodoro Verbitsky se autodenunciara ya se sabía que los muchachos venían haciendo de las suyas con las vacunas y hasta programaban en su nombre una exitosa campaña electoral. Antes del escándalo público ya teníamos conocimiento de que los muchachos se salteaban la fila en nombre de la causa o en nombre de lo que se les ocurriera. Humoradas e ironías al margen, es una vergüenza y son unos desvergonzados. ¿O es necesario recordarles que por cada vacuna que se inocula un vigoroso jovencito de la causa hay una anciana o un enfermero que puede morir? ¿Una vez más es necesario insistir que la corrupción mata? Lo peor de todo es la «naturalidad» con la que viven estas «experiencias». Es como que no han evaluado el daño que hacen y la inmoralidad del acto. Por el contrario, lo viven con absoluta «inocencia». Están convencidos de que tienen derecho a vacunarse porque, ya se sabe, «saltearse la fila no es delito». Además de disfrutar del sensual privilegio de saber que disponen de un bien escaso y lo pueden repartir como se les da la gana.

 

IV

El valor de la denuncia de Beatriz Sarlo reside en que la hizo unas semanas antes de que estallara el escándalo. Su denuncia fue al mismo tiempo un aviso: «Me ofrecieron la vacuna por debajo de la mesa». Lo dijo en un programa televisivo y lo más valioso, lo más digno de su parte, es que se hizo cargo de sus palabras. Hasta el momento de la denuncia el oficialismo pensó que a las palabras las lleva el viento. Lo que no pensaron, porque en términos de dignidad y coraje civil estos muchachos no están muy bien preparados, es que Sarlo se haría cargo de sus palabras y acudiría a la citación judicial para dar nombres y apellidos. Recordamos la secuencia: la denuncia la hizo antes de que se supiera del Vacunagate en los despachos del Ministerio de Salud. La presentación ante la justicia la hizo después y ratificó lo dicho y lo amplió con más datos. Por supuesto, las autoridades política de la provincia de Buenos Aires saltaron como leche hervida. En particular la esposa de Kicillof, denunciada como la gestora «por debajo de la mesa». Insisto una vez más en la «inocencia» de los argumentos. O en la amoralidad. Primera observación: ¿Quién la autorizó a la esposa de Kicillof hacer gestiones «discretas» en un tema tan delicado como las vacunas? ¿O esta señora cree que su título de esposa del gobernador la habilita a hacerlo? La pregunta no es ingenua atendiendo la larga tradición cortesana de nuestro populismo criollo. Segunda observación: ¿Por qué la oscuridad en las gestiones, por qué el secretismo, la tendencia a ejercer privilegios y repartir privilegios? Seguramente lo que no esperaban es que Sarlo reaccione como reaccionó. Habituados a comprar y vender conciencias, ciertos comportamientos les resultan insólitos. ¡Cómo no respetar los códigos! exclaman indignados. Pues bien, Sarlo no los respetó, porque seguramente nunca se consideró incluida en esa lógica. Los denunció con nombre y apellidos. Entonces llegaron las exégesis. «No fue por debajo de la mesa». Inútil explicarles una metáfora. Como también decirles que es una metáfora saltearse la fila. Dos metáforas para designar lo mismo: el privilegio, la corrupción, el ejercicio inescrupuloso del poder.

 

V

Tan sugestiva como la denuncia de Sarlo es la reacción «popular» a su acto. A los insultos habituales, le sumaron como toque de distinción el llamado por parte de sus militantes nunca desmentidos a quemar los libros de Sarlo. Y como para dejar en claro que no se trata de una anécdota, se sumó la «movilización» para impedir que se venda el libro de Macri. Y los muchachos después se enojan cuando les dicen que son fascistas. Y, a decir verdad, lo son, aunque en más de un caso lo son sin darse cuenta, por impulso, por pasión, por instinto, como corresponde a la más pura y elaborada cultura fascista. ¿Es necesario aclararlo? ¿Es necesario aclarar que quemar libros o amenazar con quemar libros es una credencial genuina de la cultura nazi-fascista? ¿Es necesario recordar que alguna vez Heine advirtió en los inicios del siglo XIX que «se empieza quemando libros y después se concluye quemando gente»?

 

VI

Y ya que estamos en tema, ¿qué me cuentan del sugestivo y elocuente «bolso» con cinco o diez millones de pesos (la cifra exacta está en discusión) hallado en uno de los pasillos de la Televisión Pública? Otra vez el animoso bolso K. Lo escribí hace tiempo: si para los comunistas, el símbolo es el martillo y la hoz; y para los nazis, es la cruz svástica; y para los falangistas, las flechas y el yunque, queda claro que para la causa nacional y popular de los K, el símbolo de lucha, el símbolo que otorga significado y significante a la causa, es el bolso. El bolso y su itinerario. Porque estamos hablando de una saga que se inicia con los sobres de Felisa Miceli y se perfecciona con los bolsos de López, incluido su desbordante protagonismo en los cuadernos de Centeno.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/287392-por-debajo-de-la-mesa-cronica-politica-opinion.html]

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