Crónicas santafesinas

 

I

Foto de archivo personal. Recién nos hemos sentado a la mesa. El fotógrafo del diario decía estar apurado y cuando estos muchachos están apurados hay que hacerles caso. Deben ser las seis o siete de la tarde del mes de agosto. Hace frío y está empezando a oscurecer. El bar donde estamos reunidos estaba sobre calle San Martín; creo que entre Hipólito Yrigoyen y Vera, a mitad de cuadra, sobre la mano derecha caminando hacia el norte. Hace rato que cerró. Una antigua casona que funcionó cuatro o cinco años y punto. Según un mozo veterano se llamaba La Tasca. Pero no estoy seguro de que estemos hablando de lo mismo. De lo que sí estoy seguro es que mientras sus puertas estuvieron abiertas yo visitaba ese bar con frecuencia. Mesas y sillas de madera, buen café y buen vino y, si mal no recuerdo, buena atención. Estoy hablando del año 1986, es decir hace unas tres décadas y media. El bar no está más y el edificio, por lo menos el frente, tampoco está. Los años modifican el rostro de la ciudad. Para bien o para mal.

 

II

El señor que está a mi derecha, canoso, de campera y con el puño de la mano izquierda cerca de la boca es Hugo Gola; al frente y capturado por el fotógrafo en el momento en que está hablando, es Edgar Bayley. El jovencito de pelo negro, bigote y con la birome a punto de registrar las declaraciones del entrevistado soy yo, con treinta y cinco años menos. En la mesa, el objeto más llamativo es un sifón de soda; después, están mis papeles porque yo raramente hacía entrevistas con grabador, hay unos lentes que parecen abandonados a la mano de Dios y que seguramente serán de Edgar, y mis fieles cigarrillos de entonces: Particulares 30, con el correspondiente encendedor a mano. Si se presta atención, en mi mano izquierda se consume un cigarrillo, en un tiempo en el que fumar estaba permitido creo que hasta en los templos. Hemos llegado hace pocos minutos. Que el sifón en la mesa a nadie llame a engaño; pronto llegará un pingüino con vino y una batería con maníes, pororós y alguna que otra chuchería.

 

III

Para los lectores más jóvenes las presentaciones son necesarias. Hugo Gola y Edgar Bayley son, eran, poetas. Advierto sobre los tiempos verbales porque ambos ya no están en este valle de lágrimas, un dato que se impone en la mayoría de las fotos de mi archivo, al punto que para mi inquietud he llegado a creer que soy el único sobreviviente de una época que fue. Hugo Gola había retornado a Santa Fe luego de un exilio forzoso como consecuencia de las reiteradas amenazas de muerte de las Tres A. Vivió muchos años en su casa de calle Vera, pero al momento que registra la foto está viviendo en Rincón, en una casita con patio de tierra y árboles ubicada a media cuadra de la plaza. Allí estuve una noche compartiendo un asado. Allí anoté un poema de Keats que estaba traduciendo y que aún leo y releo. Lo comparto porque es muy bueno: «Mi año cincuenta vino y se fue/ me quedé sentado/ hombre solitario en un local de Londres/ abarrotado/ con un libro abierto y una taza vacía sobre el mármol de la mesa. /Mientras en el local y la calle/ vislumbré mi cuerpo en una llama repentina/ y veinte minutos más o menos/ pareció tan grande mi felicidad/ que estaba bendito y podía bendecir».

 

IV

Edgar Bayley está en Santa Fe invitado a un Congreso de Literatura organizado por la UNL y las gestiones de Jorge Ricci, Edgardo Russo y Hugo Gola. Lindos tiempos. Días en los que uno caminaba por la peatonal y se encontraba con Abelardo Castillo, Juan Manuel Inchauspe, Juani Saer, Olga Orozco, Arturo Carrera entre tantos. A Bayley lo fui a buscar al Hotel Castelar y allí estaba Gola. Decidimos caminar por calle San Martín. A ellos los esperaban en el Paraninfo pero nos sobraba tiempo para pasear y tomarnos un vino en el bar que consideráramos más adecuado. En realidad, el partidario de las libaciones era Bayley. Yo lo acompañé como un soldado leal y, a decir verdad, sin hacerme rogar demasiado, mientras que el que intentaba poner un límite al alcohol era Gola, intento en los que fracasó toda la tarde porque a decir verdad era muy difícil decirle que no a Bayley.

 

V

Quiero recordar esos felices momentos vividos con Bayley. Era enorme, desmañado y de un humor desbordante, un humor inteligente y disimulado por cierto tono formal y la ausencia de risa. Bayley podía decir las cosas más desopilantes e ingeniosas con la expresión adusta de un juez o un pastor. Al momento de la entrevista ya era el personaje del congreso. Y a su manera el más popular. No era un forastero en el ambiente. Estamos hablando de uno de los grandes poetas de la segunda mitad del siglo veinte. El creador de toda una teoría poética bautizada por él mismo con el nombre de «invencionismo». Y también uno de los dirigentes del más formidable proyecto poético como fue la revista «Poesía Buenos Aires», responsabilidad que compartió con Raúl Gustavo Aguirre y Rodolfo Alonso, entre otros. «Poesía Buenos Aires», salió durante diez años, desde 1950 a 1960. Bayley alguna vez escribió : «…Es necesario inventar el mundo iluminar los ojos ver la extensión abierta a nuestro impulso una rama en la luz acunada por las voces de los héroes anónimos castigada por el peso muerto de los consuelos».

 

VI

Esa mesa que registra la foto se prolongó más allá de lo aconsejable. Me acuerdo que nos enredamos en una discusión sobre los alcances del «Martín Fierro». Recuerdo que en algún momento Hugo para destacar la musicalidad de ciertos versos del poema citó el «Vaca que cambia querencia se atrasa en la parición», enfatizando los juegos de la c con la q. Aliteración se llama ese recurso cuya versión más elemental es, por ejemplo. «Mi mamá me mima», aunque Bayley citó un texto de Góngora: «Oye el sórdido son de la resaca, infame turba de nocturnas aves». Aporte que yo (a esa altura del partido olvidado de mi condición de periodista) contribuí citando a Rubén Darío: «Con el ala leve del leve abanico». En cierto momento, Hugo logró convencernos de que el deber nos convocaba y muy en particular a Edgar. Llegamos al Paraninfo de la UNL cinco minutos tarde, pero sin pausa Edgar ocupó su lugar en la tarima y empezó a hablar de sus relaciones con Aldo Pellegrini «un feroz caudillo de las huestes surrealistas» y más que de sus relaciones, de sus peleas.

 

VII

No terminó con la conferencia la maratón. La jornada poética continuó en Esperanza donde una familia amiga nos esperaba con un asado. Recuerdo que fuimos en una combi; recuerdo que Edgar recitaba poemas a una jovencita que lo escuchaba arrobada. recuerdo que Sergio Bufano se había sumado a la partida y se divertía a mares. Y no recuerdo mucho más porque por esas cosas de las trasnochadas y el alcohol la memoria se ocupa de tender sus celadas. Yo era joven entonces. Podía amanecerme en una tenida e ir en directa al diario y escribir como si me hubiera acostado con las primeras sombras de la noche y después de cenar una papa hervida y un vaso de agua. Antes de las diez de la mañana entregué la nota al jefe de redacción con la correspondiente foto que es la que ahora ustedes están viendo. Después fui al Castelar porque habíamos quedado con Edgar en almorzar juntos. Fue lo que hicimos. Como buen cholulo le pedí que me dedique su «Antología Poética». Lo hizo rezongando, pero lo hizo. Le llamó la atención que en la contratapa yo hubiera escrito a mano los primeros versos de uno de sus poemas más célebres: «Esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría/ al fondo de la calle encuentras siempre otro cielo/ tras el cielo hay siempre otra hierba/ playas distintas/ nunca terminará/ es infinita esta riqueza abandonada».

 

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/293108-con-hugo-gola-y-edgar-bayley-cronicas-santafesinas-opinion.html?fbclid=IwAR0XAkKGUm1vrB3r3ugwhy8EnWC62RhjSr9UPUe-mcS8Bv5fFhLE2nPtTDA]

 

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