Política argentina: Entre las esperanza de los deseos y los rigores de lo real

 

I

Sería una exageración o faltar a la verdad suponer que las elecciones en Jujuy son un termómetro del actual humor social del país. Gerardo Morales en la provincia ejerce un liderazgo efectivo, pero no creo que ese liderazgo se proyecte en el orden nacional más allá de las legítimas expectativas de Morales de ser candidato a presidente en 2023, una expectativa que deberá hacerla realidad en la intemperie de la lucha política y en un territorio más amplio que Jujuy. Dicho esto, señalo que de todos modos Jujuy verifica alguna certezas. En principio, y ante esa suerte de mesianismo de algunos sectores del peronismo acerca de que solo ellos pueden gobernar, lo sucedido en Jujuy demuestra, por si a alguien le quedaba alguna duda, que es posible una gestión normal y razonable por parte de otro signo político. La otra certeza importante de Jujuy es que las coaliciones son el formato político de los tiempos actuales. Cada coalición se traduce con sus propias tensiones internas, pero lo que parece ser una discusión superada es que fuera de las coaliciones la soledad y el frío son absolutos. Por último, Jujuy convalida el estado de derecho y la justicia. La gran derrotada política fue Milagro Salas. No me interesa ensañarme con una mujer entre rejas o con prisión domiciliaria, me importa la resolución política acerca de alguien presentada como el paradigma de la causa nacional popular que, ahora, además de la condena de los jueces, es sancionada por el voto popular, confirmando, por si a alguien le quedaba alguna duda, que el poder de estos personajes no proviene de la magia o del carisma, sino de la generosa y arbitraria disponibilidad de recursos. Perdidos esos recursos solo queda una pobre mujer cuyo horizonte inmediato es cumplir una larga condena por los delitos cometidos. ¿Salas es una presa política? Salas no está presa por sus ideas políticas, esta presa por sus actos, por sus decisiones, por sus delitos en definitiva, delitos que, claro está, fueron cometidos en un contexto político e invocando razones políticas.

 

II

Las elecciones previstas para fin de año renuevan legisladores y concejales. Se les llama elecciones intermedias y de alguna manera son un termómetro de los niveles de aceptación o rechazo del gobierno y también de los grados de credibilidad de la oposición. En países presidencialistas el poder electoral se juega en las elecciones presidenciales, por lo que los resultados a favor o en contra de los protagonistas en principio no afectan al presidente y al esquema de poder del Ejecutivo. Por lo menos no lo afecta de manera directa. ¿Y entonces? Entonces, lo que en estas elecciones se pone en juego son los límites del poder. Es decir, se vota para saber si al gobierno se le da luz verde para que siga haciendo lo que hace o se le planta un faro rojo para decirle que hasta aquí llegó. La traducción institucional de este dilema se expresa en disponer de más o menos diputados y más o menos senadores. Si el oficialismo gana, se sentirá respaldado para avanzar con leyes en la dirección emprendida. No sé si Mario Negri exagera o no cuando dice que estamos a siete votos para ser Venezuela o para correr el riesgo de parecernos a Venezuela, pero está claro que si en estas elecciones el gobierno gana más legisladores persistirá en su estrategia. ¿Venezuela será el destino de esa estrategia? No sé si todo el peronismo comparte ese destino, pero está claro que es un destino deseado por el kirchnerismo y Cristina.

 

III

El otro tema político que despejan estos comicios, es en términos de consensos sociales. Una victoria del oficialismo entusiasmará a sus dirigentes para continuar haciendo lo mismo y en algunos casos profundizarlo; una derrota significa en términos emocionales que la sociedad ha dicho «basta» al gobierno. Se sabe que en estas elecciones se pueden obtener más diputados y menos votos o a la inversa. Pero además del número de legisladores está presente el estado de ánimo de la opinión pública. En las elecciones hay ganadores y perdedores y en estas elecciones los va a haber. Y el territorio preferido donde se va a resolver quién gana o quién pierde, será la provincia de Buenos Aires. Sospecho que si no suceden cosas extraordinarias, en las otras provincias habrá resultados más o menos previsibles. Pero provincia de Buenos Aires, y en particular el Conurbano, son un capítulo aparte. Recordemos que el Conurbano es algo así como un botín del kirchnerismo, una derrota o un equilibrio de fuerzas en ese territorio significaría el principio del fin.

 

IV

Las encuestas dicen que en provincia de Buenos Aires al peronismo el voto no le es favorable. La noticia puede que me guste, pero no termino de creerla. Las encuestas se han equivocado en mediciones realizadas horas antes de los comicios, por lo que imagino sus amplios márgenes de error meses antes de los comicios. De todos modos, el kirchnerismo se ha puesto nervioso. Esto quiere decir que van a hacer lo posible y lo imposible para revertir estos supuestos malos resultados. Más bolsones, más planes, más aprietes, más asistencialismo, más demagogia electoral en definitiva. ¿Pero alcanza? Está visto que el voto cautivo para el peronismo es decisivo, pero también está visto que ese voto no le alcanza para ganar. La sociedad está muy enojada con Alberto y con Cristina. Con uno, porque no ejerce el poder; con la otra, porque abusa del poder. Esa sociedad sabe y siente que está más pobre, más insegura, más desprotegida y más enferma. Todo esto puede relativizarse, pero la tendencia es muy fuerte. Se asegura que en tiempos de pandemia los oficialismos no ganan elecciones. La afirmación puede relativizarse entre otras cosas porque siempre existen las excepciones y en política las excepciones suelen ser importantes y a veces necesarias.

 

V

En los comicios de 2019 el peronismo le ganó a Juntos por el Cambio por catorce puntos de diferencia. Objetivamente una paliza. ¿Hoy podrá mantener esa diferencia? Lo dudo. Puede que gane, pero tengo mis serias dudas de que gane por la misma diferencia. Y cuando digo «puede que gane», lo que quiero decir es que dejo abierto hacia el futuro las posibilidades de incertidumbre. Para ser más preciso, debería decir «puede que gane o puede que pierda». Veremos. Por lo pronto habrá que prestar atención a los nombres de los candidatos. Y habrá que ver si el peronismo va unido o la unidad de 2019 se fractura. ¿Randazzo? Veremos. Un dirigente de la oposición declaró que después de perder hace dos años por catorce puntos, perder ahora por siete puntos sería lo más parecido a una victoria. Para pensarlo. Las expectativas de otros dirigentes de la oposición es simplemente ganar. E incluso admiten que ganarían no solo por sus méritos, sino porque habrá un gran rechazo a la gestión del gobierno. No sé lo que vendrá, pero lo que está me repugna, sería el razonamiento ¿Habrá resultados parejos? Si lo que debo escribir son mis deseos escribiría una cosa, pero si lo que debo escribir es lo que me dice mi relación con la realidad sería otra, tal vez no la opuesta pero seguramente no sería tan categórico. En 2019 voté a Macri, pero escribí que Macri no podía ganar en ese contexto. Aprender a diferenciar los deseos de la realidad objetiva, es una de las primeras lecciones de realismo político ¿Y entonces qué pasa en estas elecciones? Entonces pasa que más allá de los resultados, desde un punto de vista republicano la presencia de una oposición es en todas las circunstancias un factor de equilibrio, un límite al poder y a las pretensiones de poder absoluto. A modo de síntesis parcial, diría que votar por el oficialismo significa convalidar lo que se hace y lo que se va hacer; votar por la oposición, es ponerle límites a lo que hace o a lo que pretende hacer el oficialismo. Las otras verdades se conocerán después de contar los votos.

 

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