Carlos Alberto Reutemann

 

I

Se supone que para evaluar las gestiones políticas de Carlos Alberto Reuteman ser impone tomar distancia, pero lo que pareciera estar fuera de discusión es que los últimos veinticinco años de la vida política de la provincia no podrían escribirse sin su gravitación pública. Si a la palabra «caudillo» le otorgamos el significado de un protagonista cuyas decisiones dependerían de su voluntad y, al mismo tiempo, la sociedad lo reconocería por su exclusiva individualidad, Reutemann fue el caudillo más importante que ha tenido nuestra provincia desde hace muchos años. La afirmación a primer golpe de vista resulta algo paradójica, porque su personalidad pareciera lo opuesto a la imagen clásica y convencional del caudillo extrovertido, pero a contramano de estos prejuicios, la historia nos recuerda que han existido caudillos cuyos silencios y reservas constituían algunas de las claves de su carisma.

 

II

No soy de los que creen que la muerte hace a las personas más buenas o más malas. Observo, además, que nunca lo voté y no le ahorré críticas, crónicas que no me arrepiento de haber escrito, aunque a la distancia suavizaría algunos adjetivos, relativizaría ironías y sarcasmos, pero mantendría su condición de «Filósofo de Guadalupe», entre otras cosas porque me consta que la designación lo divertía. No creo descubrir la pólvora si digo que sus gestiones políticas incluyen aciertos y errores, críticas y reconocimientos. Lo seguro es que a lo largo de una trayectoria que se extendió alrededor de treinta años, Reutemann que se inició en la vida pública con su capital simbólico de corredor de Fórmula 1, concluyó su itinerario como un avezado piloto de tormentas y refriegas políticas.

 

III

Reutemann fue el político que tuvo la última palabra acerca de lo que le convenía hacer o no hacer al peronismo santafesino durante muchos años. No deja de ser una paradoja que los peronistas que lo convocaron en los tiempos dorados de la farándula menemista con el objetivo de aprovechar electoralmente su fama para luego decidir ellos en la trastienda, al poco tiempo advirtieron no solo que Reutemann no estaba dispuesto a dejarse manipular, sino que además estaba decidido a imponer sus condiciones políticas, al punto que en cierto momento todo el peronismo provincial terminó haciendo antesala en Guadalupe o en Llambi Campbell a la espera de favores, puestos o posiciones en las listas electorales. Todos los cargos y responsabilidades que él ocupó lo hizo en nombre del peronismo, pero convengamos que en lo personal no reunía las condiciones clásicas del dirigente peronista, mientras que las expectativas de un sector importante de sus votos no eran las típicas del peronismo. Es que ni por temperamento, ni por estilo, ni por biografía Reutemann se parecía a un peronista clásico, tal vez porque efectivamente nunca lo fue o por lo menos nunca compartió la simbologías y rituales emocionales y afectivos del populismo criollo. Si las categorizaciones teóricas tienen alguna importancia, Reutemann fue un liberal conservador, advirtiendo que para mí la condición de liberal y conservador no son adjetivos peyorativos sino respetables conceptos teóricos cargados de historia y legitimidad histórica. ¿Qué hacía un conservador liberal en el peronismo? He aquí una pregunta que no admite una exclusiva respuesta, entre otras cosas porque pone en cuestión identidades y las fronteras de esas identidades en los partidos tradicionales.

 

IV

Más allá de estas disquisiciones, lo seguro es que en términos sociales se tejió una suerte de alianza entre aquellos sectores sociales que representaba Reutemnan y la tradicional representación peronista. Esto ocurrió, además, en momentos en el que las gestiones peronistas en la provincia habían logrado la «hazaña» de transformar a Santa Fe en la provincia más corrupta del país. Reutemann fue la respuesta del peronismo a esta crisis que ellos habían contribuido a alentar y ahora se proponían superar. La ley de lemas, aprobada con el consentimiento del propio Usandizaga, es decir, del principal líder opositor de entonces, le permitió ganar la gobernación, aunque hay que agregar que ocho años después Reutemaan volvió a ser gobernador, per no necesitó de la ley de lemas para ganar, porque obtuvo el porcentaje de votos más alto que se recuerde en nuestra historia.

 

V

Mientras esta tácita alianza social funcionó, los resultados electorales fueron exitosos. Cuando por diferentes motivos se fracturó, comenzaron las derrotas. La gravitación política de Reutemann está fuera de discusión, pero siempre necesitó del acuerdo con el peronismo para ser efectiva. Cuando en 2003 apoyó a Hammerly contra Obeid su candidato fue derrotado. Y años después fue derrotado como candidato a senador por Omar Perotti, un peronista que, dicho sea de paso, en su estilo se parece mucho al estilo forjado por Reutemann. Digamos, a modo de síntesis, que en el juego de la política provincial Reutemann decidía, pero esas decisiones siempre estuvieron condicionadas por sus oposiciones internas, pero sobre todo por una oposición política que siempre fue fuerte y llegó a gobernar en la provincia durante doce años.

 

VI

Un presidente norteamericano alguna vez sostuvo que ellos no gobernaban bien porque son buenos sino porque la sociedad no les permitía gobernar mal. Esta consideración vale, con las diferencias del caso, para Santa Fe, una provincia compleja, con intereses regionales fuertes, con niveles de modernización rural y urbana notables y, por supuesto, con contradicciones sociales y económicas duras como lo prueban los índices de pobreza e indigencia. En ese contexto se explican las vicisitudes de la política local y sus liderazgos. Reutemann no es Insfran, no es Zamora, porque además de las obvias diferencias personales los escenarios sociales son muy diferentes. Dicho esto señalo que la vigencia de Reutemann en la política provincial se explica en estas condiciones, condiciones a las que se suman los rasgos de su personalidad y su capacidad para representar tradiciones, estilos e idiosincrasias en la que muchos santafesinos se sintieron contenidos. Quiero ser claro. Digo «Muchos santafesinos», no «Todos los santafesinos», porque, insisto, siempre contó con una oposición fuerte y en algunos momentos implacable.

 

VII

Tal vez no exageren quienes ponderan a Reutemann cuando dicen que su presencia en la política santafesina marca un antes y un después en la corrupción política santafesina. Digamos que a partir de 1991 Santa Fe eleva su piso de legitimidad política. El propio Reutemann, austero, sobrio, alguien que disponiendo de atributos reales y simbólicos para ejercer los vicios de la vanidad y la egolatría, nunca lo hizo, es la encarnación posible de estas aspiraciones. Al mismo tiempo es imposible escribir su saga política sin mencionar sus límites. Señalo dos: las inundaciones en la ciudad de Santa Fe, la represión en Rosario con su secuela de muertos. Más allá de fallos judiciales y de los chisporroteos y de las imputaciones de ida y de vuelta, lo cierto es que en estos dos temas por lo menos no pudo o no supo dar respuestas convincentes entre otras cosas porque probablemente no las tenía o porque la situación lo desbordó. Podrán haber justificaciones y excusas, pero la dureza de los hechos se imponen. Importa decir también que después de estos lamentables acontecimientos Reutemann siguió ganando elecciones, lo cual no refuta los errores pasados pero da cuenta de acontecimientos «laterales» que por lo menos permiten no sé si relativizar lo sucedido, pero sí dar cuenta de la complejidad de los procesos sociales y las respuestas de la sociedad. Por último, importa destacar esa suerte de enigma que significa su rechazo a una oferta presidencial efectiva. «Vi algo que no me gustó». Típico. Ambigüedad, puntos suspensivos. ¿Qué vio? ¿Qué no le gustó? No lo sabemos. Es probable que sencillamente no haya querido ser el Alberto Fernández de Duhalde. Pero nunca se sabe. Esa suerte de misterio, ese hermetismo, son también distintivos de su singular personalidad política, pero al mismo tiempo el acto exhibe una secreta dignidad, la dignidad de quien más allá de los arrullos de las sirenas del poder o la fascinación de los becerros de oro, prefiere una decisión cuyas explicaciones las mantiene en su exclusiva intimidad.

 

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