América latina en el espejo de Haití

Alguna vez se dijo de Haití que fue el anticipo virtuoso de las grandes revoluciones latinoamericanas. En efecto, Haití fue en 1804 el primer país en romper con la dominación colonial, movimiento liberador que incluyó la crítica a toda forma de racismo y discriminación.

Sin embargo, y a pesar de tan buenos auspicios, aún hoy los historiadores indagan acerca de lo que ocurrió con ese proceso que ya para los inicios del siglo veinte habría degradado en regímenes opresivos en los que lo único que parecía mantenerse constante era la pobreza extrema.

En la segunda mitad del siglo XX Haití es noticia por la sórdida dictadura de Francois Duvalier, quien sumaba a su condición de déspota el respaldo de la diplomacia de Estados Unidos, cuyos representantes en tiempos de “guerra fría” preferían hacerse los distraídos acerca de las salvajadas cometidas en materia de derechos humanos por este singular y distinguido defensor del llamado “mundo libre”.

Corresponde decir también, que las estrategias diplomáticas de Washington no alcanzaban a disimular contradicciones con sus incómodos aliados, diferencias que en más de un caso culminaron con el derrocamiento de estos dictadores bajo la mirada “distraída” del Departamento de Estado y la misma CIA.

Sobre los derroteros políticos de esta América latina, a la que funcionarios norteamericanos calificaban con cierto tono de sorna como su “patio trasero”, hay mucho para conversar, pero en el caso de Haití el escenario adquiere su propia singularidad en tanto sus condiciones sociales, económicas, e incluso políticas, dan cuenta de lo que para más de un cientista político constituye un “estado fallido”.

En estos días Haití adquirió notoriedad internacional por el magnicidio perpetrado contra el presidente Jovenel Moïse. Según las informaciones disponibles, los sicarios fueron detenidos aunque no se sabe con certeza lo más importante, es decir, quiénes fueron los autores intelectuales de este crimen de Estado.

Las sospechas acerca de empresarios haitianos residentes en Estados Unidos, son algunas de las pistas disponibles, pero tampoco se descarta la autoría de grupos parapoliciales alentados por factores de poder interno.

El problema que se le presenta a las instituciones regionales y a Estados Unidos en particular, es que Haití parece escapar a los modelos clásicos de países pobres a los cuales “brindar ayuda”.

Por ejemplo: hace diez años un terremoto provocó más de 300.000 muertos y destruyó cientos de miles de viviendas con sus correspondientes recursos productivos. Entonces, la solidaridad internacional, tanto estatal como privada, fue ejemplar. Y sin embargo, pronto se advirtió que esa solidaridad sin un Estado capaz de gestionarla puede paliar en un primer momento las heridas más dolorosas, pero no resuelve los problemas y en más de un caso los agrava.

Con relación a los magnicidios, en 1915 en Haití fue asesinado un presidente como consecuencia de las salvajes disputas internas. Estados Unidos intervino e incluso colaboró de manera directa en la redacción de una carta constitucional ajustada a las normas de un estado de derecho. Pocos años después Haití volvió a hundirse en otra de sus habituales crisis con combinación de violencia, pobreza y destrucción de recursos materiales.

Respecto de Estados Unidos, lo que la experiencia histórica enseña es que ni la “política del garrote” ni las promesas del “buen vecino”, (estrategias que distinguieron a la diplomacia de Estados Unidos con su “patio trasero”), permitieron que las palabras cargadas de buenas intenciones estén en sintonía con los hechos, cuando no, provocaron como resultado no querido rebeliones políticas y sociales en las que los “yanquis” terminaron siendo considerados los responsables de las desgracias padecidas por estos pueblos.

Se sabe que con la “guerra fría” la solución para Haití fueron los Duvalier, con los resultados conocidos en materia de corrupción y violencia, agravado en este caso con el prolongado exilio de haitianos hacia Estados Unidos.

En tanto no es novedad que en países empobrecidos sus habitantes huyan en busca de horizontes más hospitalarios, aunque en el caso que nos ocupa, lo novedoso es que una fracción de sus clases propietarias también se trasladaron Estados Unidos, lo que no les impide manipular a la distancia a políticos y a grupos armados mientras organizan negocios fuera o al borde de la ley.

Desde la caída del último Duvalier, Haití inició un proceso de democratización en el contexto de las aperturas democráticas en América latina. Hubo gobiernos de diferentes signos políticos constituidos en procesos electorales más o menos legítimos, pero la inestabilidad y la pobreza siguieron siendo la constante y en estos días la crisis crónica se “perfeccionó” con un magnicidio.

Conviene advertir que el asesinato del presidente Moïse, si bien obedece a causas propias de su desdichada historia política, se produce en un contexto latinoamericano que está muy lejos de ser tranquilizador.

Las autocracias y dictaduras populistas con sus desbordes represivos, más el flagelo del narcotráfico transformado en más de un caso en un actor político que interviene con alarmante impunidad, son señales y síntomas de que América latina está ingresando en un cono de sombra peligroso que los gobiernos democráticos deberían advertir antes de que sea demasiado tarde.

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