Los dilemas de las PASO

 

I

Les decimos PASO, pero quiere decir Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. O sea, elecciones internas. No viene al caso ahora discutir si son o no justas u oportunas. Están, y por lo tanto hay que jugar de acuerdo con las reglas que allí se establecieron, reglas decididas en el Congreso, es decir, no son el resultado del capricho de algún político aunque algunos caprichitos anduvieron dando vuelta. Quedamos entonces que en estos comicios previstos para septiembre las corrientes internas de los partidos o coaliciones eligen candidatos para la elecciones de octubre, dónde sí compiten las diferentes fuerzas para elegir legisladores. Valga esta brevísima lección de Instrucción Cívica para destacar algunas consecuencias más o menos previsibles. Si hay PASO, es casi inevitable y hasta obvio que haya internas. Dicho con otras palabras, si hay una pista de baile y la orquesta desenfunda los instrumentos, no debería sorprenderme que los asistentes bailen.

II

¿Esta bien o está mal? Depende. Y sobre todo depende de las realidades internas de esas coaliciones. Por lo pronto, lo que me animo a decir es que las PASO no hacen más que poner en evidencia diferencias que existen, que tal vez siempre existieron. Algunos dirán que estos no son momentos para permitirnos el lujo de tener diferencias internas; otros dirán exactamente lo contrario: que como precisamente estos son momentos excepcionales, es necesario e indispensable elegir a los mejores. Y qué mejor método para elegir a los mejores que no sea a través de comicios internos. A mí por lo pronto no me molesta que las actuales coaliciones políticas compitan internamente. No desconozco las riesgos de las internas: agravios innecesarios, exhibición de personalismos en algunos casos insoportables, pérdida de vista de los grandes objetivos. Pero por otra parte, una interna moviliza a los ciudadanos. Y pone en un primer plano las diferencias reales, porque, insisto una vez más: las diferencias están, no son inventadas y ni siquiera son exclusivamente personales, aunque las personalidades graviten en su desarrollo.

 

III

Se dice que en las internas se disputan más ambiciones y egos que objetivos, estrategias y programas. Puede ser. El realismo político a mí me dice que los partidos o los espacios políticos tienen sus propias necesidades y que en estos procesos de legitimación que se llaman «internas», confluyen personalismos, ideales, pasiones, ambiciones santas y non sanctas, porque esto es, para decirlo de una manera simplificada, la condición de la vida. Las internas tienen sus problemas, pero me parece que los procesos de selección alternativos ofrecen más riesgos. También hay que insistir en el hecho de que las internas ponen en evidencia realidades que no nos gusta ver, diferencias y límites que no nos gusta reconocer. ¿Alguien puede asombrarse de que los radicales y el Pro tengan diferencias? Y en nuestra provincia de Santa Fe, ¿a alguien le sorprende que Perotti y Rossi expresen dos miradas diferentes del peronismo? ¿Y que incluso en el Socialismo haya propuestas distintas? ¿Sería mejor que no hubiera internas ? No lo sé. Y además si esto pasara, es decir, si de pronto todos se comportaran en una armonía ideal la situación me parecería tan irreal como sospechosa. Por último, les recuerdo que las internas como tales son sinónimo de democracia, de pluralismo, de oportunidad para debatir diferencias. ¿O nos parece mejor y preferible la lógica del partido único? Dicho con otras palabras: prefiero las incertidumbres y las incomodidades de las internas en la Argentina, que las certezas, las seguridades y la unanimidad que brinda el Partido Comunista de Cuba a los cubanos. ¿Qué en las internas se habilitan los excesos, eso que se llama «internismo»? Es probable, pero en la vida democrática siempre está presente el riesgo de los excesos, porque la libertad misma, que sería su valor central, está sometida a esa incertidumbre o riesgo. Si en la pista de baile las parejas de bailarines en lugar de bailar y cortejarse se trenzan a trompadas y a insultos la culpa no la tiene la pista, ni el baile, ni la orquesta.

 

IV

Una de las definiciones claves de la política, definición importante pero no absoluta, es que su tema decisivo es el poder, la lucha por el poder. La disputa incluye ideas, propuestas y liderazgos. La democracia se propone que esa lucha se desarrolle dentro de reglas establecidas, es decir, que no sea salvaje, pero al mismo tiempo se sabe que esa lucha es áspera y a veces de inusitada dureza. La lucha por el poder en el caso que estamos hablando incluye el poder de una estructura política o el poder del estado. En estas PASO lo que se juega es el poder de una estructura política. Allí hay diferentes escalas; desde la aspiración por ocupar una concejalía a la expectativa por ganar la presidencia de la nación. ¿Pero no es que en estas elecciones intermedias la presidencia de la nación no está en debate? Es así, pero no tan así. Como en una partida de ajedrez (la política muchas veces se compara con este juego) las posiciones ganadas en el centro del tablero no dan el jaque mate pero lo preparan. Rodríguez Larreta sabe que de la performance de sus candidatos en 2021 dependerán sus posibilidades presidenciales para 2023. También lo sabe Patricia Bullrich o Gerardo Morales. Y en el oficialismo, Cristina Kirchner y Alberto Fernández a este principio se lo saben de memoria.

 

V

En la provincia de Santa Fe la lucha por el poder también está abierta. El objetivo es el gobierno, la Casa Gris, pero para llegar allí hay que ganar posiciones. Las disputas entre Rossi y Perotti deberían leerse en ese contexto. Son por otra parte disputas previsibles y cantadas, por lo que nadie tiene derecho a sorprenderse. En 2019, y a costa de un gran esfuerzo, el peronismo se unió para derrotar al candidato del Frente Progresista, Antonio Bonfatti. Inútil discutir en términos de moral escolar si está mal o si está bien, porque en estos casos el principio para juzgar los hechos son los resultados. Los peronistas en 2019 guardaron las diferencias para otro momento y sumaron fuerzas contra el objetivo principal. En la oposición las diferencias también están a la orden del día. Cuatro listas internas dan cuenta de la «amplitud» de esas diferencias que a nadie deberían sorprender. ¿Qué pasará después de las internas? Si los protagonistas son sabios y prudentes intentarán aceptar los resultados y mantenerse unidos. Sería lo deseable, pero en política no siempre lo deseable se logra o es lo más oportuno. En estos tiempos de coaliciones lo aconsejable parece ser «quedarse adentro», porque «afuera hay mucho frío y mucha soledad». Pero en ningún lugar está escrito que ese comportamiento se cumpla con el rigor de una ley de la naturaleza. En Venezuela, por ejemplo, la oposición al chavismo está dividida para satisfacción del propio chavismo. En 2011, para no irnos tan lejos, la oposición a los Kirchner prefirió dividirse en por lo menos tres fracciones, motivo por el cual Cristina ganó «de orejita parada».

 

VI

La pregunta que se desprende de todas estas consideraciones, la pregunta que incluye un cierto tono de indignación es: «¿Y la gente?». Los políticos se pelean entre ellos y se olvidan de las necesidades de la gente. Hay mucho de justicia en ese reclamo, pero en boca de algunos hay mucho de demagogia. Empezando por políticos metidos hasta las cejas en el barro de la política y que pretenden diferenciarse de sus adversarios diciendo que ellos se ocupan de la gente y los otros no. Dos observaciones al respecto. Los ciudadanos tienen todo el derecho del mundo en reclamar a los políticos que hagan las cosas bien, que sean más austeros, más creativos, más justos, más honrados. Segundo: en política, para hacer «las cosas bien» es necesario disponer de poder y ese poder en países como los nuestros se gana o se pierde en elecciones. Si este modo no nos gusta podemos optar por la dictadura con los costos que sabemos que ello significa. También podríamos optar por jubilar a todos los políticos y decidir que una burocracia «invisible» nos gobierne, una solución que no hubiera desagradado a Borges pero hubiera alarmado a Weber.

 

 

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