Una Argentina con sed de futuro

 

I

Este domingo asistimos a una elección cuyos resultados sorprendieron a los ganadores y a los perdedores. Una pecaban de autosuficiencia; otros sobrestimaban el poder de los autosuficientes. Lo cierto es que no se sabe con certeza si ganó la oposición o perdió el oficialismo. Puede que la verdad de este enigma esté a mitad de camino, pero en lo personal me inclinaría a suponer que han gravitado más los errores y para más de un observador, los horrores, de un gobierno, mientras que la virtud de la oposición consistió en estar en el lugar y en el momento preciso para recoger los beneficios. El gobierno no perdió exclusivamente por los operativos de vacunatorios VIP o por los banquetes y libaciones en las residencia de Olivos. Pero está claro que estas imágenes de corrupción y privilegio estuvieron presentes en el imaginario de cientos de miles de votantes. No fue la vacuna Pfizer, o la ausencia de la vacuna Pfizer, la responsable exclusiva de la derrota, pero a nadie se le escapa, mucho menos a los deudos de los más de cien mil muertos, que si la vacuna hubiera llegado en otro momento, miles de vidas podrían haberse salvado.

 

II

La derrota electoral fue asumida el mismo domingo a la noche por el propio presidente de la nación acompañado de los rostros algo desencajados, algo melancólicos de los principales responsables de su gestión. Estoy hablando entre otros, de Cristina, Massa y Máximo. Bien el presidente en admitir la derrota y admitir que cometieron errores que tratarán de superar en el futuro. Fiel a su estilo, sigue creyendo que en la Argentina hay dos proyectos: uno que quiere la felicidad de los argentinos y el otro que desea que los argentinos sufran, pasen hambre y mueran. Linda manera de situarse como presidente de todos los argentinos. Y a propósito: ¿con qué país esta él? No lo sé. Y no lo sé, porque una cosa es lo que el presidente dice y otra muy diferente son los resultados que ofrece. Retornando a su discurso «autocrítico», la campaña electoral recién comienza. Algo de verdad lo asiste en esa apreciación teñida de deseos. En efecto, la elección «verdadera» es en noviembre. ¿La campaña recién empieza o ya terminó? Buena pregunta para quedarse discutiendo hasta la madrugada. Pero especulaciones nocturnas al margen, la pregunta por el millón en estos casos es si se podrá cumplir con las expectativas del presidente: dar vuelta esos resultados. Con todo respeto, me temo que al oficialismo el tiempo le juega en contra. Dos años de errores no se arreglan con la promesa de dos meses de aciertos. Es verdad que en estos sesenta días se esforzarán por ser generosos con los recursos públicos, es decir, como le gustaba decir a tío Colacho, van a repartir plata a troche y moche, acción benéfica que ellos mismos denominaron con el eufemismo, por demás sugestivo y sugerente, de «meterle plata en el bolsillo a la gente» o, para ser un poquito más delicados, «ampliar el consumo» o, ya en el colmo del refinamiento, «atender las exigencias de la microeconomía». Palabras más, palabras menos, las intenciones son más que evidentes, pero no estoy del todo seguro que los resultados lo sean. En primer lugar, porque ya es un poquito tarde para arreglar a la gente con «un puñado de dólares». Y en segundo lugar, porque tampoco esos dólares sobran, más bien faltan. La tragedia del populismo que nos gobierna es que se ha quedado sin plata. Y un populismo sin plata es como un mago sin trucos, una hechicera sin magia o un cuentero sin cuentos.

 

III

Retornando a los rigores de la reflexión política, reitero que el soberano, es decir, el pueblo, se ha pronunciado en las urnas. Y atendiendo a los resultados debemos admitir que el peronismo fue derrotado en toda la línea. Lo fue en la cosmopolita ciudad de Buenos Aires y en el Chaco que alguna vez calificaron de bravío y montaraz; en la multitudinaria provincia de Buenos Aires y en La Pampa a veces algo desolada; en Chubut y en Misiones; en Santa Fe y en el santuario K de Santa Cruz; en la remota Tierra del Fuego y en la entrañable Mendoza; en la «república» de Corrientes y en la aguerrida Entre Ríos; en Jujuy y en Salta; en la docta provincia de Córdoba y en el feudo de San Luis. La oposición ganó en la ciudad y en el campo; en la llanura y en la montaña; en ciudades cuyas costas están bañadas por el mar y en ciudades cuyas costas están bañadas por ríos. Ganó en muchas provincias, algunas consideradas bastiones inexpugnables del peronismo. Bien podría decirse que el domingo más que una elección lo que hubo fue una sanción. Un país con la mitad de la población hundida en la pobreza y la indigencia; un país con un millón y medio de niños empujados a la deserción escolar; un país con la moneda devaluada y la palabra presidencial devaluada; un país con sus sectores productivos agobiados de impuestos y con una clase dirigente plagada de privilegios y ebria de impunidad, alguna respuesta debe dar si no quiere contemplar impotente su propio naufragio como nación.

 

IV

Decía entonces que en la elección del domingo, como en toda elección, hubo ganadores y perdedores. Al respecto, no equivocarse: en estas elecciones fueron derrotados Alberto y Cristina; Massa y Máximo. Y los gobernadores peronistas que por un motivo u otro, protestando o sonriendo, enojados o felices, los acompañaron y bancaron cada uno de sus dislates. Dicho esto, agrego y corrijo: ningún interés en defender a Alberto, pero convengamos que sería injusto atribuirle todas las culpas a él. Admitamos, por lo tanto, que el gran derrotado del domingo, para decirlo con palabras precisas y sin eufemismos, no fue Alberto, el proyecto derrotado fue la estrategia de unir al peronismo bajo la hegemonía de los Kirchner. Los resultados del domingo derriban otro mito populista entrañable: que el peronismo unido jamás será vencido. Y mucho menos si es gobierno. Pues bien: un mito populista menos, una reconciliación más con la realidad.

 

V

Capítulo aparte se merece la oposición. Ganar una elección es una responsabilidad y no un privilegio. Una confirmación de una identidad y no la coartada para algún contubernio indigno con los derrotados. Los ganadores deben estar a la altura de las expectativas que despertaron o que les atribuyeron. Su primer responsabilidad es con la nación o con el pueblo jurídicamente organizado; su segunda responsabilidad es, en consecuencia, bregar para que la Argentina sea, como su historia lo enseña, una tierra de esperanza y, como su nombre fundacional lo indica, una república. Y una república libre y justa; una república sin ese horizonte humillante e inhumano de pobreza, de empresas quebradas, de chicos fuera de la escuela, de inseguridad, de inflación, de malandras impunes y con un estremecedor balance de muerte. La Argentina que amamos vive, está presente, y además tiene sed de futuro.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/318651-una-argentina-con-sed-de-futuro-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

 

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