Lo que Perotti y Javkin no entendieron

 

I

Cuando las papas queman y la gente está en la calle, los políticos deben ser muy precavidos. Esta lección de sabiduría política cotidiana Néstor y Cristina, por ejemplo, la saben de memoria, motivo por el cual cada vez que hay dificultades ni en broma, ni ebrios ni dormidos, se les ocurre sumarse a una manifestación popular, porque si algo saben los Kirchner, si algo hacen bien, es cuidar sus intereses y cuidar su pellejo. Estas elementales normas de prudencia política son las que no tuvieron en cuenta el gobernador Omar Perotti y el intendente Pablo Javkin. La osadía no les salió bien. Silbidos, insultos, y otras lindezas que les permitieron ganar las carteleras de todos los medios y no en una situación precisamente elegante. ¿Se equivocaron Perotti y Javkin en pretender sumarse a una manifestación contra la inseguridad, una manifestación teñida por el dolor, la impotencia y la bronca? A juzgar por los resultados, la respuesta es afirmativa: se equivocaron. ¿Por qué lo hicieron? ¿Porque subestimaron el malhumor de la sociedad o porque sobrestimaron sus propias condiciones de liderazgo? En cualquiera de los casos, lo sucedido los dejó muy mal parados.

 

II

La otra consideración es si fue justa la reacción de la gente. Después de todo, uno de los reclamos de los manifestantes es que las autoridades den la cara. Javkin y Perotti la dieron y así les fue. Podría decirse que las manifestaciones populares, más allá de la justicia de sus reclamos, suelen ser apasionadas, irreflexivas, irracionales. Podría decirse que apenas una minoría insultó a Perotti y a Javkin, una minoría ruidosa y activa, pero que no representaría a todos los manifestantes y mucho menos a todos los rosarinos. Para discutirlo. Yo no creo en la infalible sabiduría de los manifestantes; tampoco creo que sus acciones son esencialmente justas. Pero sin embargo, esas manifestaciones algo dicen, alguna verdad expresan, son la señal, el síntoma de una crisis, de un conflicto, de un malestar o una angustia. Es verdad que como dice la Constitución «el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes», pero estos principios redactados en el siglo XIX se relativizan en las sociedades de masas donde el pueblo no sé si gobierna pero sí ejerce el derecho de deliberar y en particular de manifestarse en la calle. Estas manifestaciones son diversas pero en la mayoría de los casos legítimas. Por lo menos la de Rosario lo fue. Estas manifestaciones presionan al poder público, pero también son una válvula de escape a situaciones a través de las cuales la sociedad e incluso las clases dirigentes no encuentran salidas. Sociólogos conservadores han dicho que las manifestaciones en más de un caso más que desestabilizar al sistema lo fortalecen.

 

III

El malestar, el mal humor, fueron los convocantes de la marcha de Rosario. Muchos muertos, mucha impunidad, mucha incompetencia. La causa es justa y el componente emocional es decisivo. Ese rasgo de emocionalidad es el que Perotti y Javkin desconocieron o subestimaron. En una democracia representativa los gobernanates siempre son responsables. En las buenas y en las malas. Ni Perotti ni Javkin son responsables de que un psicópata mate a una persona para robarle un celular o un auto viejo, pero cuando estos hechos se reiteran, a la sociedad como tal no le queda otra alternativa que mirar con mirada crítica a sus autoridades. Perotti y Javkin podrán dar las razones más sólidas o más livianas, pero lo que no puedan evitar es que la gente los impute. Son responsables, es decir, deben responder. Dar la cara en este caso no es sumarse físicamente a una manifestación donde lo más probable es que les pase lo que les pasó. Dar la cara, es tomar decisiones, y tomar decisiones más eficaces que las que tomaron hasta la fecha. ¿Ejemplo? Rudy Giuliani, el alcalde de Nueva York, dio la cara. Hay más ejemplos, pero creo que queda claro lo que quiero decir. Hechos. Perotti y Javkin no pueden desconocer que la gente está harta y ese hartazgo conjuga reclamos justos, con acciones emocionales que no suelen ser correctas en el sentido versallesco de la palabra.

 

IV

¿Y la gente, en nombre de quién habla? Una buena pregunta, porque para los códigos la gente no existe, existen personas individuales. Jorge Luis Borges en ese tema no tenía dudas. No hay masas, hay individuos, dijo muchas veces. Pero ello no le impidió sostener que la liberación de París en 1944 y las multitudes festejantes de la «Revolución Libertadora» de 1955 le probaron que en algunas circunstancias una manifestación popular puede ser portadora de objetivos nobles. Humoradas al margen, ¿quién es responsable individualmente de las agresiones a un gobernador y a un intendente? ¿A quién le imputamos esos insultos? ¿Quién es la gente? ¿Quién responde por la gente? Me temo que nadie. Me temo que en estos temas hay un suerte de vacío legal. Desde la sociología y la teoría política hay respuestas para entender a la gente, al pueblo, a la multitud. Libros escritos por prestigiados académicos abundan en consideraciones al respecto. Incluso consideraciones críticas, como por ejemplo cuando se las califica de turba, de facciosos, de canalla, de jauría, de lúmpenes y otros adjetivos por el estilo. Es más, materia de discusión es la representatividad de la «gente» en la calle. ¿Cuántos manifestantes hubo en Rosario? ¿Mil, diez mil, cincuenta mil? Mucha gente, pero convengamos que en una ciudad o una región con más de un millón y medio de habitantes, estos números son una ruidosa pero pequeña minoría. En la modernidad se ha creado una categoría de «pueblo», que incluye una estética: el pueblo en la calle como expresión de la verdad, de la justicia, de la igualdad, de la voz de Dios. ¿Hasta dónde ese «pueblo» en la calle es representativo y titular de las virtudes que se le asignan? ¿Hasta dónde es representativo en una sociedad que constituye su poder político a través del voto individual? ¿Por qué es más representativo el señor que sale a la calle que el señor que se queda en su casa, sobre todo cuando sabemos que en las urnas esos votos valen lo mismo?

 

V

No deslegitimo las manifestaciones populares y sectoriales, lo que digo es que no son la exclusiva expresión de legitimidad y en algunos casos ni siquiera las más importantes. Y sin embargo, ningún gobierno actual puede desconocer estas manifestaciones. Guste o no, el pueblo en la calle gana derechos. No escritos en principio, pero no por ello menos eficaces. Gana derechos, o por lo menos crea condiciones para ganarlos o para que se los reconozcan. «El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes». Perfecto. Y sin embargo, en la vida cotidiana este concepto se relativiza y se complica. Es más, una sociedad reducida exclusivamente al ejercicio burocrático de la representación sería una sociedad orwelliana, opresiva. ¿Entonces? Entonces que la calle existe, que la plaza existe («la plaza es del pueblo como el cielo del cóndor», dice el poeta), y que esa realidad más allá de los marcos teóricos que les queramos otorgar, existen. Después están los equilibrios, las mediaciones. La calle existe, pero la calle no autoriza todo; la calle existe pero no solo que no puede ni debe ser un absoluto, sino que más allá de su algarabía, su combatividad, su bizarría, está limitada por las instituciones, la autoridad y las leyes. La calle existe en todos los casos en tensión y en conflicto con las representaciones institucionales clásicas. Ese equilibrio lo debe o lo debería ejercer la política. Ese equilibrio es el que sospecho no supieron entender Javkin y Perotti.

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/326232-lo-que-perotti-y-javkin-no-entendieron-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *