Desde Uruguay, otros aires políticos. (2009)

Escribo desde Montevideo. Se dice que escribir de política nacional desde el extranjero es una imprudencia. Puede ser. La culpa se atenúa diciendo que Uruguay no está tan lejos, con Internet y wi-fi la comunicación es permanente y, además, no hace una semana que estoy en el extranjero, muy poco tiempo como para olvidarme de los detalles del culebrón argentino en el que siempre da la sensación de que está ocurriendo lo mismo.

Hablo con Julio Sanguinetti, dos veces presidente de Uruguay. Me recibe en su casa. Conversamos de política. Es un político culto, inteligente y de reflejos rápidos. Me dice que no aspira a otro período presidencial y le creo. No obstante, su participación en el escenario nacional es amplia, tan amplia que casi todos los días está en los diarios con declaraciones políticas o presentando libros, porque, importa señalarlo, Sanguinetti escribe, escribe bastante bien y hay constancia de que los libros publicados no están escritos por algún contratado.

Un amigo argentino me lo decía sin eufemismos: ojalá en la Argentina tuviéramos políticos de derecha como Sanguinetti y Lacalle y políticos de izquierda como Mujica y Astori. Se lo comento a Sanguinetti y sonríe. No es modesto, no posa de modesto, pero me dice a modo de consuelo que cuando uno visita a otro país siempre le parece que el suyo es más pobre o más injusto o más corrupto.

No obstante admite que el sistema político uruguayo es sólido y consistente y que las prácticas democráticas y republicanas son un patrimonio cultural del que todos, todos, están orgullosos. Como es un político prudente no me dice que en este plano hacen las cosas mejor que los argentinos. No lo dice pero lo sugiere. Por lo menos eso es lo que me parece.

Con Mujica converso en diferentes lugares. Gracias a la gestión de Giustiniani me habilitan para acompañarlo en un tramo de la campaña electoral. Es un personaje. Un campesino que habla como un campesino y que algún distraído puede suponer que es rústico, simple o ignorante. Justamente, lo más interesante de Mujica es que detrás de esa imagen aldeana y de esas palabras coloquiales, cargadas de modismos y refranes se disimula una interesante cultura política. Mujica recurre al tono de un campesino para decir verdades profundas, verdades que nacen de las lecturas, de la experiencia y, por sobre todas las cosas, de la reflexión. Aunque ellos no compartan mi punto de vista, debo decir que Mujica y Sanguinetti, con sus disidencias de formas y de fondo, son dos hombres sabios, dos políticos de raza y dos dirigentes que expresan con lucidez las tradiciones y la cultura que ha dado Uruguay.

Yo sé que determinadas realidades nacionales no pueden compararse. También sé que en todos lados hay virtudes y vicios, aciertos y errores. De todos modos, la tentación de comparar a Uruguay con la Argentina es grande. La domino, me resisto, pero inevitablemente caigo en ella.

Me seduce el temple democrático y republicano de los políticos uruguayos, la consistencia de su derecha, el arraigo social de su izquierda, su compresión de los problemas nacionales, su orgullo histórico.

Pregunto en un kiosco de la avenida 18 de Julio por las revistas más representativas de la izquierda y la derecha. Me dicen que hay dos: Brecha y Búsqueda. Las leo y las dos están muy bien escritas, defienden con buenos argumentos sus posiciones. En la Argentina hay también buenas revistas, pero carecen de ese compromiso político; y esa carencia, de alguna manera, las empobrece.

Sanguinetti vive en una casa confortable. Nada del otro mundo. No hay vigilancia privada ni pública. Mujica vive en una chacra. Asegura que si es presidente dejará el poder más pobre que antes de asumir porque ya ha dado órdenes de que su chacra se transforme en una escuela rural. Ni herederos, ni nada parecido. Es un compromiso político y vital. Mujica tiene 75 años, y a esa edad las decisiones que se toman son profundas.

Leo por Internet que el señor Kirchner cobra una pensión de casi 25.000 pesos. A diferencia de Mujica y Sanguinetti, el poder lo ha enriquecido y lo sigue enriqueciendo. Ni él ni su mujer se han dignado a dar respuesta sobre el crecimiento de su patrimonio. Estas exigencias los políticos uruguayos las ignoran porque su relación con la política y el poder es otra. No son santos, por supuesto. Por lo menos no todos lo son, pero se me ocurre que los niveles de corrupción son muchos más bajos.

Los diarios de Montevideo informan que la Iglesia Católica de la Argentina denuncia que el cuarenta por ciento de la población es pobre. Un comentarista oriental dice que esto no se puede entender. Le digo que nosotros tampoco lo entendemos. En Uruguay también hay pobres, y si le vamos a creer a la oposición, el gobierno del Frente Amplio no ha logrado reducirlos a su mínima expresión.

Lo que observo es que, en general, Uruguay es más pobre que la Argentina. No sólo es más chico, sino que dispone de menos recursos. La sensación es que la poderosa clase media argentina no tiene en Uruguay similar proporción. Y que en nuestro país las conquistas sociales son más consistentes. Pero no sé por qué la sensación que uno percibe es que siendo un país más modesto es, al mismo tiempo, más digno. Es una sensación, pero más cercana a la certeza que a la observación caprichosa.

Los uruguayos piensan de los argentinos lo mismo que piensa la mayoría de los extranjeros. En definitiva no entienden cómo un país con tantos recursos y tantas posibilidades sea incapaz de darle una vida más digna a su gente.

Leo que los jueces de Cromañón condenan a Chabán, y liberan a Callejeros. Lo primero que se me ocurre es que los jueces redactaron el fallo para dejar conforme a la hinchada. Hoy condenar a Chabán es correcto, del mismo modo que es correcto dejar libre a Callejeros. Chabán no convoca a multitudes, Callejeros sí. Chabán subió al escenario para pedir que dejaran de arrojar bengalas, las mismas bengalas que Callejeros les vendía a sus víctimas, víctimas que -por otra parte- no necesitaban hacer un curso en la Cruz Roja para saber que no se pueden arrojar objetos incendiarios en un local cerrado.

Lo sucedido en Cromañón fue una tragedia. El rasgo distintivo de la tragedia es que todos son culpables y de alguna manera todos son inocentes, porque lo que provoca el desenlace trágico es siempre una fuerza que excede las responsabilidades individuales.

Sobre Cromañón hay mucha tela para cortar y prometo dedicarme a las tareas de corte y confección en otro momento. Por lo pronto, me limito a decir que el fallo aprobado por el Tribunal Oral Criminal, más que un fallo me parece una “falluteada”, una inconcebible concesión a la tribuna.

Leo que el senador Reutemann ha expulsado de su bloque a su compañera de bancada Roxana Latorre. Reutemann intenta explicar lo inexplicable. Siempre le pasan esas cosas. El es bueno, pero los que lo rodean son malos.

Siempre sus justificaciones son individuales. Reutemann nunca se hace responsable por sus colaboradores. En el fondo es leal a su concepción individualista de la política. Reutemann pareciera ignorar que la virtud principal de un gobernante, de alguien que además aspira a ser presidente, es forjar equipos de trabajo y hacerse responsable por ellos. La política no es un negocio particular, no es una variante de la competencia deportiva; la política, por lo menos la política con mayúsculas, es acción colectiva, es trabajo en equipo, responsabilidad compartida.

Reutemann rompe relaciones con los Kirchner, hace una campaña electoral diciendo que es el auténtico opositor al kirchnerismo, se ofende con los socialistas porque lo acusan de simular un perfil opositor y luego resulta que su principal colaboradora emite un voto que resulta funcional al kirchnerismo, contradice lo que dijo en la campaña, contradice los intereses de la gente del campo que lo votó a ojos cerrados y, sobre todo, contradice los intereses de la provincia de Santa Fe.

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