Los Cuadernos de Centeno

 

 

I

Los Cuadernos (con mayúscula) constituyen un honorable género político y literario de la modernidad. Sé de lo que hablo. Menciono como al pasar los Cuadernos de Gramsci y esos otros cuadernos de apuntes de Carlos Marx conocidos con el nombre de Grundrisse. Desde la literatura, los Cuadernos lucen su propia calidad. Evoco los Cuadernos de Albert Camus; los evoco y los recomiendo. También menciono los Cuadernos de Somerset Maugham y, tal vez menos conocidos pero muy interesantes, los Cuadernos de Carlos Mastronardi. Cuadernos en forma de diarios, de apuntes, de citas. En todos los casos, un género noble. Palabras escritas diariamente para narrar hechos cotidianos, fragmentos de ideas, ocurrencias, inspiraciones. En todos los casos, el afán tan humano de recordar por escrito experiencias consideradas trascendentes y que disfrutan del privilegio de la espontaneidad, del registro preciso, del trazo oportuno. Cuadernos. Es uno de mis géneros literarios preferidos y entre esas preferencia ocupa un lugar privilegiado los «Cuadernos de Centeno», uno de los aportes de carácter documental y literario de los últimos tiempos más original y sorprendente. Como toda obra creativa, los «Cuadernos de Centeno» conjugan dos virtudes: la precisión y la espontaneidad. Imposible plagiarlos, imposible desconocerlos. Me aventuro a decir que su presencia en la literatura argentina será insoslayable. Los «Cuadernos de Centeno» están esperando la asistencia de un guionista creativo, de la cámara de un documentalista audaz, de la inspiración del narrador de una de esas series televisivas que convocan diariamente a millones de espectadores.

 

II

Repasemos. Hechos, como les gusta decir a los positivista. Cuadernos escritos por el señor Oscar Centeno, chofer de Roberto Baratta. Centeno anota con obsesión de artista o de iluminado las peripecias de lo cotidiano. La trama dispone de sus propios recorridos. Después hay un amigo que traiciona; dos mujeres que reclaman deudas de amor; un periodista valiente, y un fiscal decidido a investigar. Hay un auto Toyota negro marca Corolla que va y viene por diferentes lugares de la ciudad. La trama incluye en un extremo a los principales empresarios de la obra pública argentina; y en el otro extremo, a la máxima expresión del poder político de los últimos veinte años: Néstor y Cristina. Día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, un hombre anota, registra movimientos, sitios. Bolsos. Muchos bolsos con dólares. Los bolsos y los dólares: la debilidad K. Los lugares de partida son los domicilios de los empresarios; los de llegada, las residencias del poder político: Olivos, Casa Rosada y la mítica esquina de Uruguay y Juncal. El operativo literario de Centeno es notable por el cuidado del detalle. Ocho cuadernos marca «Gloria» encierran la clave íntima de un régimen de poder, y en particular, la clave del modo de acumulación de ese régimen de poder. Bolsas y bolsas de dólares. Se habla de millones de dólares. Los números saqueados son una lección acerca de la fetichización de la mercancía y la alienación del dinero, del capital. Fortunas que nunca podrán gastarse y disfrutarse. Pero se acumula. Una pulsión. Un deseo. Un éxtasis, diría Néstor; la merecida recompensa a una abogada exitosa, pensaría Cristina. El andamiaje funciona. Un auto negro que se desplaza silencioso por las calles de la ciudad se encarga de hacerlo realidad todos los días. Un chofer mientras tanto anota. Y lo interesante es que los cuadernos van ganando complejidad. A los datos puntuales de sus inicios, datos casi telegráficos, le suceden consideraciones, reflexiones, incluso audios de voz. Una verdadera obra de arte escrita por un hombre sin antecedentes literarios pero que sabe mirar, sabe escuchar y sabe reconocer lo que es importante.

 

III

Centeno no es un héroe. Lejos de serlo. Ni la policía, ni los políticos, ni las mujeres que alguna vez lo han querido lo consideran en esos términos. No será el primer autor comprometido en un aura de villanía. Del marqués de Sade vale su obra, no sus actos; lo mismo podría decirse de Celine, de Lovecraft o de Ungaretti. Centeno vale por sus Cuadernos, por la decisión tomada en la intimidad de su conciencia de empezar a escribir, empezar a contar una experiencia sensible. ¿De qué otra madera está hecha acaso la buena literatura? Como los clásicos autores de Cuadernos, las notas están tomadas «a mano». Una lapicera y papel. Alcanza y sobra. Lo demás lo pone la escena. La escena del poder. La decisión de un poder político devenido en cleptocracia y dominado por la adicción de apropiarse de recursos públicos. ¿Centeno dice toda al verdad? Dice la verdad que puede percibir. Y la expresa en palabras. Lo suyo no es un ensayo, una especulación reflexiva acerca del poder, lo suyo es una percepción de lo real, de esa realidad que lo cuenta a él como protagonista. ¿Por qué lo hace? ¿Para protegerse? ¿Para extorsionar? ¿Porque está aburrido? Los motivos pueden ser diversos, pero lo que interesa es la obra: esos ocho cuadernos que con un detallismo exquisito revelan, tal vez sin proponérselo de manera consciente, la red del poder, una red delictiva que es al mismo tiempo una realidad política y una realidad histórica.

 

IV

Centeno escribe. Sus cuadernos me recuerdan los cuadernos de Juan Manuel Berutti, el hermano del prócer, el mismo que durante años registró día a día lo que ocurría en esa ciudad de Buenos Aires que empezaba a ser la Argentina. Pero Centeno es más preciso que Berutti. Y si se quiere más dramático, más trágico. Berutti, habla del devenir cotidiano; Centeno, relata con la indiferencia de un apuntador un devenir cargado de acechanzas y riesgos. Berutti, si se quiere, habla de la sociedad, Centeno habla del poder, del poder kirchnerista. Y su percepción revela su costado íntimo, sórdido, pero no menos real. Centeno no miente, se ajusta al pie de la letra a los cánones del más riguroso realismo. Como los grandes escritores presiente la importancia de sus palabras. Y seguramente no ignora sus consecuencias. Sus palabras serán cotejadas hasta en los detalles. Cada cita, cada lugar, cada nombre será controlado. El universo recreado por Centeno no tiene fisuras. Los ladrones son ladrones, los corruptos son corruptos, los alcahuetes son alcahuetes. Y cada una de esas «virtudes» incluye su correspondiente nombre y apellido. Centeno dice que trasladaban alrededor de 300.000 dólares semanales y la afirmación es verdadera. Centeno nombra a Néstor, a Cristina, a Muñoz y los ubica en el lugar que corresponde. Después se suceden otros nombres: Carlos Wagner, Juan Carlos Lascurain, Gerardo Ferreyra, Víctor Manzanares, Cristóbal López, Lázaro Báez, Julio de Vido, José López. Algunos son protagonistas de otros filmes, otros recién se inician. Algunos ya no están: Fabián Gutiérrez, por ejemplo. En los «créditos» hay segundos y terceros actores, pero todos cumplen un rol preciso. Incluso hay lugar para que el portero del edificio de Uruguay y Juncal interprete su propio parlamento.

 

V

¿Centeno presiente las consecuencias de sus actos? No lo sabemos. Es probable que los acontecimientos lo terminaron envolviendo a él mismo. Es probable que en algún momento perdió el control de su obra magna. A mejores escritores les ha ocurrido algo parecido. No me consta que Centeno haya sospechado que su íntimo amigo entregaría los cuadernos a un periodista que les sacaría sus correspondientes fotocopias y las presentaría a la justicia. Tampoco sé si sospechó que alguna vez su ex mujer iba a encontrar los originales. Deliberado o no, las consecuencias se produjeron: más de 170 procesados, 31 arrepentidos, 520 pruebas periciales. La verdad de los cuadernos encandila, deslumbra, golpea. Nunca el poder quedó más en evidencia; nunca el rey y la reina estuvieron tan desnudos. La novedad escandalosa de todo esto no son los Cuadernos de Centeno; la novedad escandalosa es que la contundencia de las pruebas no han alanzado para que los responsables vayan entre rejas. La película no es una película, es un sueño, o una pesadilla, pero nada más. Sabemos que ciertas obras de ficción están precedidas por la clásica y jurídica advertencia: «Los personajes y situaciones de este texto son imaginarios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia». Sin embargo, en el caso que nos ocupa, el texto debería decir: «Los personajes y situaciones de estos cuadernos son reales y su semejanza con la realidad es absoluta».

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/328362-los-cuadernos-de-centeno-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *