Paroles

 

I
El discurso del presidente Alberto Fernández duró cien minutos. Más que un partido de fútbol y el tiempo ideal de un buen largometraje. No sé qué pasa con el cine o con el fútbol, pero sí sé que el discurso fue aburrido. Monótono y previsible hasta en los embustes. Diría que el único momento interesante de la función lo promovieron los legisladores del Pro cuando decidieron retirarse de la sesión sin disimular su fastidio. Es más, hasta Cristina se sacudió de su letargo y esbozó una sonrisa que en ella nunca se sabe si es una burla, una amenaza o un gesto crispado que anuncia futuras tormentas. Cien minutos. El compañero recorrió los más diversos temas e hizo las promesas más seductoras. Pero no dispuso, no digamos de diez minutos, no digamos de un minuto, digamos, por ejemplo, de diez modestos segundos, para referirse a la tragedia de Corrientes. Todo en esta vida puede disculparse. Después de todo, observaría un cronista atento, nadie está obligado a hablar de aquello que no le importa o, lisa y llanamente, estuvo ausente y por lo tanto no tiene absolutamente nada que decir. Tampoco fue muy enfático con la tragedia de Ucrania. Se entiende. El peronismo en cinco días sentó sobre este tema cinco posiciones diferentes. Maravillas del movimiento nacional. La más tentadora, la que más seduce a un peronista de pelo en pecho, es la neutralidad. La neutralidad entre verdugos y víctimas. Neutralidad o tercera posición. Sobre esos menesteres el peronismo la sabe lunga. En los años cuarenta parece que daba lo mismo estar con Hitler que con Churchill. Pero, oh casualidad, cuando concluyó la guerra, el «Cabo de la buena esperanza de los nazis» era la Argentina peronista. ¿Por qué no ilusionarse que cuando Putin sea derrotado (y lo será) la sarta de multimillonarios, gangsters y envenenadores que rodean a Putin encuentren en la Argentina su soñado lar de paz, como en su momento lo encontraron Adolf Eichmann, Josef Mengele o Eduard Roschmann, más conocido como «El carnicero de Riga»? Después de todo, el compañero Alberto Fernández no escatimó florituras verbales para agasajar al déspota ruso con la proverbial hospitalidad argentina. Una frase para concluir el capítulo. Pertenece a Madeleine Albright, primera mujer que se desempeñó como Secretaria de Estado de Clinton. Albright nació en Praga, motivo por el cual conoce muy bien las felonías de los burócratas del Kremlin formados en las dulzuras de la GPU y la KGB. Ese conocimiento la autorizó a decir de Putin luego de reunirse con él: «Es pequeño y pálido. Y es tan frío y carente de emociones que bien podría ser un reptil». Ese reptil fascina a Cristina.

 

 

II
Volvamos al discurso de Alberto Fernández. En primer lugar, a la puesta en escena y el lenguaje simbólico. Un extranjero advertiría sin necesidad de saber una palabra de español que el poder es de Ella y él es apenas un sumiso empleado. La manera de caminar, de ocupar el sillón, de mirar, de sonreír y de fruncir los labios no dejan lugar a dudas acerca de quién manda y quién obedece.  Para disipar cualquier malentendido, el acto lo inició ella, (y se ocupó de que ese «detalle» quede en claro), ordenándole que pida un minuto de silencio por Ucrania para dejarlo pagando a Mario Negri. Y al finalizar, luego de los extenuantes cien minutos, la que dio la orden de cerrar el micrófono fue ella. Más claro, echále agua. Por si alguna duda quedara, el discurso del presidente de «todos los argentinos», fue dirigido exclusivamente a ella. Si en lugar de haberlo leído por cadena nacional, se lo hubiera susurrado al oído el resultado habría sido exactamente el mismo. En todos los casos hay una relación de sumisión y obediencia, pero me atrevería a decir que todo ello está sostenido por lo que muy bien se podría calificar como una relación histérica, enervada en este caso por los filos desdentados del poder. Después está lo que se dice el «contenido» del discurso. Un tono de voz que oscilaba entre la calma y la burla; entre el descaro y el cinismo. Sobre los tonos de voz, hay mucha tela para cortar, pero en el caso que nos ocupa admitamos que aguda o grave, tenor o barítono, esa voz está muy pero muy devaluada. Tío Colacho diría sin demasiadas vacilaciones que el hombre es más mentiroso que «el Viejo de la bolsa». Tía Cata, pobre tía Cata que no gana ni para sustos, se persignaría y murmuraría un discreto y resignado «Cruz diablo».

 

 

III
Todas las críticas que se intenten hacer al discurso están permitidas, pero lo que nadie puede desconocer es que el compañero fue generoso en promesas, primores y auspicios. Arrancó con los 190 días de clases, anuncio que en la Argentina de Baradel podría calificarse indistintamente de mentira o descarada exageración. Se consideró el único presidente en la historia a quien la oposición no le votó el presupuesto, cuando es público y notorio que el peronismo a Cambiemos nunca le votó el presupuesto. Aseguró con fe de converso que la crisis se inició en 2018, cuando todos los economistas, incluso los del oficialismo, admiten que desde 2011 la economía nacional está estancada y la inflación es inmanejable. Prometió la apertura de diez mil empresas y exportaciones de alrededor de cien mil millones. Si vamos a mentir vamos a hacerlo en grande. Si vamos a cantar la falta envido la vamos a cantar con la certeza de que tenemos treinta y tres de mano, aunque yo sepa que solo tengo un cuatro de copas. Picardía nacional y popular que le dicen. Conclusión: la Argentina vive en el mejor de los mundos. Alberto no se llama Alberto, se llama Alicia. El País de Jauja es una ruinosa villa miseria al lado de estos pagos. No finalizaron allí los floreos y gambetas. Aseguró con la certeza del vendedor de autos usados sin papeles o la infalibilidad de una gitana leyendo la mano a un turista algo abombado, que la Argentina es el país campeón en vacunas contra el Covid. Y no conforme con ello, pronosticó, con la seguridad de Horangel, que se inicia una era de crecimiento económico, pleno empleo, buenos salarios, justicia social y repartos diarios y gratuitos en las esquinas de las plazas de todo el país de chocolates, caramelos y bombones. Con respecto del FMI, todavía no sabemos si hay un acuerdo o si están conversando. Por las dudas, el presidente de todos los argentinos se comprometió iniciarle acciones judiciales a Macri; el mismo presidente que muy suelto de cuerpo declaró en Comodoro Py que el saqueo de la obra pública destinado a favorecer al testaferro de Río Gallegos no es una acción judiciable. Como para convalidar aquello que para el peronismo el pasado es el futuro más auspicioso, aseguró que no habrá reforma previsional, mucho menos laboral. ¿Tarifas? Ni se tocan. El sueño del pibe. Tan creíble como el dietista que le aconseja al obeso que para adelgazar debe seguir almorzando con pastas, cenando con asado bien regado con tinto, disfrutando de masas y postres helados, más una buena picadita a la caída de la tarde con salame, queso y cerveza. Eso sí, ni hablar de reforma laboral y previsional, pero al Poder Judicial no le ahorró amenazas e infortunios. Al compromiso con Cristina hay que cumplirlo a rajatabla.

 

 

IV
Las ausencias de Máximo Kirchner, Wado de Pedro y Oscar Parrili fue la noticia más estruendosa de la jornada. La retirada de los legisladores del Pro no alcanzó para disimular la elocuencia de ese vacío. El discurso concluyó con un toque literario. El presidente leyó el primer párrafo de «Las dos ciudades» de Charles Dickens. La cita, ha sido usada muchas veces. Demasiadas. Pero en lo personal, me resulta estimulante que un peronista cite a Dickens. Y si además lo entiende y lo disfruta, mucho mejor. Algo hemos avanzado. Por lo menos desde el tiempo en que le hacían escribir ensayos a Sócrates y novelas a Borges. Y ya que nos hemos internado en los laberintos escabrosos y aguerridos de la literatura, me permito concluir con un poema de W. H. Auden que se me ocurre como excelente contrapunto, no sé si para Cristina o para Alberto. O para los dos. Dice así: «Una suerte de perfección era la que buscaba/ Y la poesía que inventaba era fácil de entender./ Conocía la locura humana como la palma de su mano./ Y estaba muy interesado en ejércitos y flotas./ Cuando reía, respetables senadores estallaban en carcajadas./ Y cuando lloraba, los niños morían en las calles».

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/343447-paroles-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

 

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