Lo más importante sigue sin resolverse

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/345863-lo-mas-importante-sigue-sin-resolverse-cronica-politica-opinion-cronica-politica.html]

I

 

Es raro. Típicamente argentino o tal vez típicamente peronista. Un acuerdo con el FMI propuesto por un gobierno de ese signo que resulta aprobado por la oposición. O, para ser más preciso, son los votos de la oposición los que deciden. A partir de allí todas las interpretaciones, incluso las más conspirativas y escabrosas, son posibles. ¿La derrotaron a Cristina? ¿La oposición mordió el anzuelo y cayó en una nueva celada peronista? ¿Ganaron los peronistas moderados o por el contrario obtuvieron el título de traidores? Vaya uno a saberlo. Por lo pronto, lo que parece quedar claro es que los resultados prácticos hacia el futuro no están a la altura de tantos esfuerzos, tanta energía política desplegada, tantas especulaciones. Para decirlo de una manera más frontal: ninguno de los problemas serios de la Argentina (y vaya que los tiene) se resuelven con este acuerdo. Es más, hay sospechas de que pueden llegar a agravarse. Desde el punto de vista del más descarnado realismo político reconozco que lo menos malo era votar por este acuerdo. ¿Había otra posibilidad? Creo que no. Lo otro era el default con la esperanza de iniciar un juicio al FMI en organismos internacionales. ¿Un disparate? Por supuesto, un disparate. Ya fue un disparate llegar al último minuto del partido para decidir algo que se debería haber decidido dos años antes en mejores condiciones. No lo hicieron. Al partido que firmó más acuerdos con el FMI desde su llegada en 1956 le resulta más cómodo despacharse con consignas que tomar decisiones políticas responsables. ¿Responsables o desagradables? Las dos cosas. Un estadista, un político que merece ese nombre, se pone a prueba no en las buenas, en la salida ostentosa al balcón a prometer con sonrisa ancha y dentífrica, que van a repartir chocolatines y galletitas, sino en las malas, cuando las circunstancias, los rigores de lo real, reclaman capacidad de persuasión, resistencia para sobrellevar las críticas y confianza en que se podrá llevar la nave a buen puerto. Para el concepto político de «fiesta» del populismo estas consideraciones son tan repelentes como el crucifijo para Drácula.

 

II

 

Responsabilidad. Palabra maldita para cierta tradición populista. Que el acuerdo con el FMI había que firmarlo era una verdad que ni la oposición ni el oficialismo desconocían. La cuestión de fondo es quién paga políticamente los costos de la firma. Al presidente no le quedó otra alternativa que hacerse cargo. Lo hizo de mala gana, tarde y mal, pero lo hizo. Una iniciativa que acompañó con la clásica retórica del caso: «Macri nos condujo a esta encerrona», «el FMI es un despreciable usurero», «y no nos han dejado otra alternativa, aunque, eso sí, hemos negociado con el FMi sin renunciar al orgullo nacional porque esta vez el acuerdo se hará sin ajustes, sin tarifazos, sin caída de salarios, etcétera, etcétera, etcétera». Como oyó: «Acuerdo con el FMI, pero sin ajustes y sin tarifazos», algo equivalente a decir que vamos a iniciar una dieta sin privarnos de pastas, vino, postres y suculentos asados los fines de semana. La oposición optó por jugar a «responsable» y apoyó la iniciativa del gobierno. Y no solo la apoyó, sino que garantizó con sus votos que el acuerdo se concrete. ¿Hizo bien? Parecería que sí. Pero en lo personal no estoy muy seguro. Entiendo el carácter de la alternativa de hierro que se presentaba, pero no me queda del todo claro si es aconsejable ser tan «responsable» con políticos que hoy dicen una cosa, mañana otra diferente, y pasado mañana, ni la de ayer ni la de anteayer, sino todo lo contrario. Como enseñan Robert Redford y Paul Newman en «El golpe»: es de una ingenuidad letal confiar en tahúres. Y las circunstancias se agravan en este caso muy en particular con una oposición que tiene muchas chances de ser gobierno en 2023. Veremos cómo se suceden los hechos, pero no es arbitrario sospechar que a quienes levantaron las manos para aprobar este acuerdo, dentro de dos años el peronismo los acuse de ser los responsables de la bomba de tiempo que se puso en marcha en marzo de 2022. No es la primera vez que lo hacen y seguramente no será la última.

 

III

 

En estos días se repite con frecuencia que la gran derrotada de estas jornadas fue Cristina. Puede ser, pero tampoco estoy del todo seguro. El kirchnerismo hoy fue derrotado en el Congreso, pero eso no quiere decir que hacia el futuro necesariamente sea así. La apuesta de los K es la misma que podría urdir una oposición salvaje: espera que el acuerdo naufrague asediado por las olas de propuestas populares, para luego presentarse ante la sociedad como clarividentes defensores del pueblo. No sé si les dará resultado, pero convengamos que en esta Argentina hasta lo más disparatado puede ser posible. A contrario sensu, también es admisible reconocer que al kirchnerismo, empezando por su líder, le llegó la hora del crepúsculo. Lo que estas jornadas parlamentarias demostraron es que el denominado peronismo moderado o peronismo de las provincias o como mejor quieran llamarlo, puede acordar con Juntos por el Cambio. Dicho desde otra perspectiva, excluida la minoría kirchnerista, los grandes acuerdos nacionales pueden ser posibles. Si esto fuera así, queda claro que la responsabilidad de la grieta es una exclusividad kirchnerista. Conclusión terminante que merecería ser matizada. En principio el kirchnerismo no es una mayoría política, pero es una minoría intensa con capacidad de constituir mayorías o impedir que una primera minoría electoral gobierne. Por lo menos así lo probó en los últimos años. Puede que ese estilo, esa cultura política que marcó con su impronta las dos primeras décadas de este siglo, esté declinando, pero existe, y, como diría uno de sus opositores más duros, «mantiene intacta su capacidad de hacer daño». Por otra parte, y esto va más allá de K o no K, existe lo que se denominaría un campo de la pobreza, muy amplio y muy activo cuyo despliegue de movilización y protesta se mantendrá intacto más allá de la existencia del kirchnerismo. Esto quiere decir que los problemas reales de la Argentina, la relación difícil entre acumulación y distribución, trasciende la presencia del kirchnerismo.

 

IV

 

¿Pero efectivamente el kirchnerismo ha roto con el gobierno? No lo creo. Es más, aseguraría que si bien hay algunas turbulencias en lo fundamental están de acuerdo. No sé si los une el amor o el espanto, pero en un punto a veces visible a veces invisible, están unidos. Las diferencias existen, sería necio desconocerlas, pero no sé si son decisivas. Por lo pronto, esas diferencias apenas alcanzaron a expresarse verbalmente porque en términos de poder no han provocado consecuencias importantes. Los muchachos de la Cámpora son muy retóricos, muy principistas, muy sensibles al dolor popular, pero en términos efectivos del poder no se privan de sus beneficios. Los más exaltados hacen catarsis con Alberto y compiten con trotskistas para ver quién es más revolucionario, pero «las cajas» no las largan ni ebrios ni dormidos. Al peronismo le encanta practicar ese juego de matriz totalitaria de ser oficialismo y oposición al mismo tiempo. Les encanta, entre otras cosas, porque les permite disfrutar de todos los privilegios del poder sin hacerse cargo de sus responsabilidades. Pero, y perdón por mi memoria obsesiva, ese jueguito me trae malos recuerdos. Memoria de viejo que mantiene con el pasado una relación cercana. ¿Ejemplo? Período 1973-76. El peronismo en el poder disputándose cuotas de poder. Fue una pesadilla. Los muchachos jugaban a ser oficialistas y opositores (la consigna «Cámpora al gobierno, Perón al poder», así lo habilitaba) pero en el camino se dedicaron a asesinarse cordialmente entre ellos. Y mientras tanto liquidaron las instituciones y fueron un factor decisivo para el retorno de los militares decididos a practicar un terror que el peronismo en el poder ya había empezado a practicar sin contemplaciones y sin escrúpulos. No estamos en 1973 y espero que nunca retornemos a esa pesadilla. Pero algunas señales son, si me permiten, algo inquietantes. ¿O acaso no lo es la consigna canturreada en voz baja por los K, «Alberto al gobierno Cristina al poder»? Dilemas que se le presentan a la memoria de un viejo. Mientras tanto, espero que la oposición no muerda el anzuelo, no pise el palito o no compre el buzón de la esquina.

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