DIECINUEVE
Según se mire, una clase de Sucesiones puede ser aburrida o interesante. El viejo que la dicta posee la virtud de hacerla aburrida, totalmente aburrida. Él es aburrido, por más que a mí me mira con esa sonrisita babosa que me resulta repugnante. Pobre. Si solamente fuera feo y viejo. Y yo lo tengo que aguantar dos horas, dos horas irremediablemente perdidas que las soporto porque si a esta materia no se la cursa no hay manera de aprobarla. Termina la clase. El rumor del curso. Algunos que se acercan al escritorio para chuparle las medias al profesor; otros que se quedan conversando entre ellos. Yo recojo mis cosas y salgo a la galería. Un curso perdido en toda la línea. Profesor inservible y ni un tipo en el curso que se pueda decir más o menos interesante, ¿Me estaré poniendo demasiado exigente? ¿O, como me dice Edith, estoy cada vez más insoportable? Vaya una a saber. Por lo pronto ahora me dirijo al bar a tomar un café y ponerme al día con los chismes. ¿Chismosa? Por supuesto. Y de las mejores. La más exigente y la más capacitada. No tengo pruritos en decirlo: me gusta estar informada, necesito hacerlo. Cuando Raquel, Susana o Emilio me preguntan cómo puedo hacer lo que hago, cómo puede irme tan bien en todo lo que emprendo, les respondo, con las variaciones del caso, más o menos lo mismo: soy la que soy porque siempre estoy informada, porque siempre sé lo que debo hacer o en qué lugar debo estar en este serpentario que es la facultad. Que nadie lo tome como pedantería, aunque a veces sé que lo soy, pero lo cierto es que a nadie le debería ir mal en la vida si conociera sus virtudes y sus defectos, sus posibilidades y sus límites. Después, todo lo demás es una cuestión de estilo, de clase, como le gustaba decir a mi tía que murió virgen cuando andaba por cerca de los noventa años, pero tenía una temible lengua de ofidio y un curioso y depravado sentido del humor. ¿Necesito decir que me gustan los hombres? Por supuesto que no, porque es evidente que me gustan. Pero antes, o en primer lugar, me gusto a mí misma. Soy linda, soy inteligente y sé lo que quiero. Me gustan los hombres, pero sé muy bien que una mujer que se precie no puede, no debe vivir pendiente de los hombres. Me gustan los hombres, repito, pero me cuido muy bien de enamorarme de ellos o caer en algunas de esas debilidades. Por supuesto, hay hombres que me gustan más que otros y personalidades que son más interesantes que otras, pero como alguna vez le dije a la profesora Galdós: en primer lugar estoy yo, Silvana Saravia. El amor, según se dice, es una pasión de dos. Pues bien, en esa pasión de dos, siempre me ocupo para que la más importante, sea yo. Me gusta que los hombres me esperen. Sobre todo los hombres que me interesan. Entro al bar y al primero que veo es a Montaner. Somos amigos, si es que la palabra “amigo” importa algo entre un hombre y una mujer. Él dice que somos amigos porque somos parecidos. Y tal vez no se equivoque. Es un perverso y un malvado, pero yo creo que más de una vez lo superé, victoria que él nunca admite porque no le gusta perder y, mucho menos con una mujer. Montaner. Alguna vez compartimos una cama. Fue hace un par de años. La pasamos bien, hasta que los dos descubrimos que nos gustaba jugar con cartas marcadas. No nos enojamos, no hubo reproches, ni lágrimas, ni ninguna de esas estupideces. Dios me libre. Pero la cama dejó de ser el lugar privilegiado de nuestros encuentros. Siempre se lo digo a mis amigas: hay que aprender a ser amiga de un hombre, de un hombre que valga la pena. Con Montaner más que amigos somos cómplices. Le sobran recursos para seducir mujeres, pero con mi ayuda todo le fue mucho mejor. Por su lado, él ha sabido retribuir mis favores con atenciones exquisitas. Me ve llegar y se pone de pie. Son pocos los hombres en esta facultad que se ponen de pie cuando llega una mujer. Él es uno de ellos; Kraus es el otro; Martini debe ser el tercero. Y no hay más. Montaner espera que me acomode a la mesa y va hasta la barra a pedir el café de siempre. Conversamos. Es lo que más nos gusta hacer y, a decir verdad, lo hacemos bien. Hablar con él es uno de los pocos privilegios que ofrece la vida. Es inteligente, encantador, su sentido del humor es exquisito y su perversidad no tiene límites. Cómo no caer rendida a los pies de un hombre así. ¿Enamorada? No, por Dios. Pero si yo no fuera quien soy me enamoraría de un tipo así. O si a una amiga le deseara lo mejor, le aconsejaría que eligiera a un tipo como Montaner. Pero esta noche quiero hablar con él un tema puntual, como le gusta decir a los abogados, tema que solo con él se puede conversar. Por estilo, por escuela empezamos conversando sobre cuestiones generales: el viejo imbécil de Sucesiones, la fiesta de esta noche en el Club Universitario; una mesa de exámenes para el turno que viene. Después me las arreglo para entrar en tema. Acomodo las cosas de tal modo para que sea él quien haga la pregunta que importa. ¿Cómo andan tus cosas con Kraus?, pregunta hecha en voz baja, porque Kraus está sentado a pocos metros. No le respondo en el acto. Nunca conviene hacerlo. Pero le doy a entender que el romance que tuvimos ya no existe. “Romance”. La palabra a Montaner y a mí nos causa gracia. Y supongo que a Kraus también lo divertiría. Montaner es uno de los pocos tipos en esta facultad que sabe detalles de nuestra relación. Aunque suene irónico, me cuido. Cuido mi reputación y no quiero que esa palabra se asocie a prejuicios estúpidos. Me explico. Soy una de las pocas mujeres en esta facultad machista que interviene en política. Los lugares y las responsabilidades que ocupo me los he ganado por talento, audacia y, si me perdonan, astucia. Yo sé lo que valgo como mujer, pero también sé los riesgos que corremos las mujeres cuando nos exponemos demasiado. Y la política, guste o no, es en primer lugar cosa de hombres y, en particular, para las mujeres, una peligrosa variable de exposición. Por lo tanto, como le dijera alguna vez a un amigo, no me regalo. Mucho menos permito que hablen de mí. Mejor dicho, no me preocupa que me atribuyan las peores cosas, pero sí me preocupa que alguna vez los rumores que circulan sean ciertos. Repito: me gusta la política, pero más me gustan los hombres. La afirmación merece relativizarse, porque en la vida las cosas nunca se presentan con tonos absolutos. Pero pasando en limpio, diría que la política para mi es una manera de sentirme mujer, sentirme cerca de los hombres que me importan y sentirme cerca, muy cerca del poder. Alguna vez leí acerca de las relaciones de la política con la guerra. Me interesó la comparación. Me sedujo esa relación de la política con la guerra, pero más me sedujo la sensación de saber que el amor puede ser una variable de la guerra. Y la guerra, una manera de vivir el amor.
-O sea que el romance concluyó -sentencia Montaner.
Le digo que sí sin abrir la boca.
-Vamos a lo que importa: ¿Te plantaron o lo plantaste?
Por eso me gusta conversar con él. Es el único hombre en la facultad que le encanta jugar con cartas marcadas, pero al mismo tiempo es el único hombre que piensa, premedita y actúa con la sensibilidad de una mujer. De una mujer tramposa se entiende.
-Te diría que arreglé las cosas de tal modo que quedó como que nos separábamos al estilo “un adiós inteligente entre los dos”.
-Pero si no me equivoco no debe de haber sido tan así.
-¿Y se puede saber por qué estás tan seguro?
-Porque si no fuera así no te la hubieras ocupado en contarme esta historia.
Impecable mi amigo. Pero no se lo reconozco, porque por más amigo que sea nunca conviene reconocerle a un hombre más talento que el que aconseja el sentido común.
-Te puedo admitir que estoy algo molesta.
-¿Porque te dejó plantada, porque te ganó de mano o porque mi amiga del alma está un poquito enamorada?
-No importa por qué, pero no me gustó cómo actuó.
-¿Y entonces?
-Entonces se me ocurrió que un amigo como vos podría ayudarme.
Arquea las cejas y se acomoda en la silla. Cruza las piernas y saca un cigarrillo que lo apoya en la mesa al lado del encendedor que alguna vez le regalé cuando entre nosotros había algo más que una amistad y algo menos que noviazgo.
-Sabés que estoy a tus órdenes- dice con ese tono cauteloso que yo le conozco tanto.
Entonces le explico que en la residencia de estudiantes donde vivo desde que llegué a la facultad, llegó una piba de la cual prácticamente soy algo parecido a su tutora. Es linda, es buena y, como corresponde, algo tonta. Por supuesto, es de izquierda. Una identidad transmitida por sus padres y a la que ella adhiere mansamente porque está educada para eso, para adherir mansamente a cada una de las ofertas que sus mayores le hagan en la vida. Pues bien, esa belleza parecida a la de una esfinge logró despertar las pasiones de nuestro amigo Kraus. Lo más lindo de todo, es que yo me enteré de estas peripecias amorosas por ella misma, que ignoraba lo que ocurría entre nosotros.
-¿Y vos qué hiciste?
-Lo que corresponde: le dije que se cuidara. Ella es el tipo de mujer a la que hay que decirle a cada rato eso, para después agregarle para confundirla un poco, que el hombre vale la pena. Es más, le conté algunas historias de Kraus que lo dejaban bien parado, aunque me las ingenié para darle a entender que no se apresurara, que se dejara cortejar y nunca perdiera de vista que su mejor arma era precisamente ese aire de nena buena, progresista y de izquierda, correcta y siempre previsible.
-O sea que le estabas pidiendo que te engañara.
-No, mi querido. Estaba dándole armas para jugar una partida con algunas chances. Engañada, si esa es la palabra que te gusta usar, estaba de antes, pero ahora contaba con una ventaja: yo sabía lo que él no sabía. Y vos sabés que cuando uno dispone de esa ventaja se hace muy difícil perder.
Montaner me escucha divertido. Le encanta que yo le cuente mis historias o algunas de mis conclusiones. Tanto le encantan, que él mismo una noche y con algunas copas de más, admitió que con mis relatos lo que hacía era avivar giles. Y el gil en este caso era él.
-¿Y yo qué tengo que ver con todo esto? – pregunta mientras se entretiene poniendo el cigarrillo en el paquete, fiel a su promesa de fumar lo menos posible,
-Acá es precisamente donde mi buen amigo entra en escena. La preciosura en cuestión, Norma, Normita como le decimos en casa, puede ser un bocado exquisito para un coleccionista de corazones puros como vos.
Hago una pausa para semblantearlo. Impasible. Pero no me preocupo, porque cuando Montaner pone su mejor cara de póker es porque el tema le interesa.
-Todavía no tiene veinte años, es linda, buenita, virgen, la presa ideal a corromper por un reaccionario como vos.
-Lo de reaccionario corre por tu cuenta, mi querida Silvana.
-Bueno, me corrijo, pero admitamos que está muy lejos de ser Carlos Marx.
-Eso es verdad, pero a vos te consta que lo poco que conozco de ese muchacho se lo debo a tus gentilezas, algo que siempre te estaré agradecido porque en los tiempos que corren no es necesario ser de izquierda para seducir a una mujer, pero sí es imprescindible estar al tanto de lo que a la izquierda le gusta.
-Ya te lo dije en su momento: Marx y Freud son imprescindibles para manejarse en este mundo.
Montaner saluda con la mano a Suñer que acaba de levantarse de la mesa en la que estaba conversando; después me pregunta si quiero tomar algo más. Le digo que no rechazaría un whisky. Va hasta la barra y regresa con dos vasos de whisky. Como lo conozco, sé que ese es el tiempo que necesita disponer para darme una respuesta. Así y todo se toma un poco más de tiempo. Siempre se lo toma.
-Lo siento, lo siento mucho Silvana, pero en esta no voy a poder acompañarte.
No le digo nada porque esperaba una respuesta parecida, pero dejo que siga hablando.
-En realidad Silvana no tengo ganas de enredarme con una pendeja. Me encantaría ayudarte, pero mucho más me encantaría que vos alguna vez en lugar de proponerme aventuras que yo puedo vivirlas solo, me propongas algo más estimulante.
-¿Algo así como completar entre nosotros lo que alguna vez dejamos pendiente?
-Algo así; creo que es lo que los dos nos merecemos.
-No me gusta volver al pasado; trae mala suerte.
-Está de más que te diga que el riesgo de tentar la suerte siempre vale la pena correrlo. Por otra parte, me parece mucho más interesante que perder tiempo con una pendejita tonta, a la que si conquisto no sumo ninguna emoción nueva a mi historial. Y si me rechaza sería un gol en contra imperdonable. Dicho con otras palabras, no tengo nada que ganar con tu Normita y mucho para perder.
-¿Y no se te ocurrió pensar que si por esta vez me hacés caso, podés recibir de mi parte la recompensa que estás buscando, recompensa que yo también creo que me merezco?
Ahora sí saca el cigarrillo del paquete toma el cigarrillo y lo enciende. Cigarrillos rubios, importados. No sé dónde los consigue ni me interesa saberlo.
-Puede ser, pero por ahora déjame pensarlo. Entiendo que quieras vengarte de Kraus sometiéndolo a la humillación de cornudo, pero quiero que sepas que en estos momentos estoy ocupado en una conquista que me interesa mucho.
-¿Ah sí? ¿Y le podés contar a tu amiga quién es la beneficiaria?
Duda un instante, pero es apenas un instante, después me pone al tanto de lo que está haciendo. Siempre lo hace.
-Creo que la conocés: Adriana Dresser. Hermosa, elegante, sensible y con plata, un detalle que nunca está de más tener en cuenta.
Claro que la conozco. Adriana Dresser. Creo que le quedan una o dos materias para recibirse y, sin atenuantes, es considerada la mina más linda de la facultad, una valoración que a regañadientes muchas mujeres no tenemos otra posibilidad que admitir.
-Pero Adriana está muy de novia con Miguel Vivanco, tan de novia que creo que ya han acordado recibirse y casarse.
-Si, claro, cuando se reciban…pero yo no pienso esperar tanto tiempo.
-Pero además ella es el tipo de mujer que nunca le daría bolilla a un depravado como vos.
-No estés tan segura mi querida…no estés tan segura.
-Te ofrezco servida una flor virgen y la rechazás. Y en su lugar te entusiasmás con lo imposible.
-Nunca me he entusiasmado con otra cosa; vos también eras imposible en algún momento.
-Y lo sigo siendo.
-No siempre.
-Ya lo hablamos Jorge, ya lo hablamos. Y no nos pusimos de acuerdo. Pero te guste o no, yo te elegí y no vos.
-¿Y qué fue lo que te gustó tanto?
-Mi galán preferido quiere algunos mimos verbales.
-Nunca vienen mal.
-Nunca hay una sola razón, pero para hacértela corta te diré que lo que en el acto me gustó de vos fue descubrir que éramos muy parecidos.
-¿Y eso lo supiste antes de que habláramos una palabra?
-Esa es una diferencia con vos: no necesito hablar con un hombre para saber quién es.
-Yo tampoco necesito hablar con una mujer, un golpe de vista me alcanza y me sobra.
-Sospecho que mi sistema de selección es un poco más complejo que la mirada morbosa de los hombres.
-Sospecho que no es tan así. Sospecho que vos y yo pertenecemos a la raza de quienes creemos que la verdad está en la superficie.
-Todo lo que digamos no alcanza a explicar por qué vos y yo estuvimos juntos un momento…salvo esa mirada mía…porque si te acordarás, en principio vos y yo éramos el agua y el aceite.
-Cómo ni me voy a acordar: yo era un burguesito reaccionario y frívolo y vos, la flor de la izquierda.
-Puede ser, pero lo que aprendimos enseguida fue que vos ni eras tan reaccionario ni yo era la flor más pura de la izquierda.
-¿Y quién te dice que con Adriana no ocurra lo mismo?
-Difícil. Es una mujer de un sola causa y de un solo hombre. Mira que yo conozco los chismes de esta facultad y a una mujer como a tu Adriana no me iba a privar del lujo de investigarla.
-¿Y?
-Y nada. Su alma está más limpia que el de mi Normita. Pero limpia o no, no sé cómo vas a llegar a ella. No sale de noche, no va al Comedor Universitario, raras veces viene al bar. Estudia, está con su novio y el resto del tiempo lo pasa en su casa o con sus amiguitos de toda la vida que son tan prolijos y correctos como ella y viven o en el barrio sur de la ciudad o en Guadalupe, sobre la Costanera Vieja, claro está.
-Sin embargo, tengo una oportunidad y la voy a aprovechar. Está preparando Privado y me las ingenié para anotarme en el curso y ponerme de acuerdo con ella para estudiar la materia.
-Pero si vos te faltan unas cuantas materias para llegar a Privado.
-Me extraña Silvana que me salgas con eso. Cuando te digo que me las ingenié es porque moví influencias para anotarme como regular.
-¿Y vas a perder un cuatrimestre cursando una materia que objetivamente no podrás rendir?
-Otra vez te desconozco. No voy a perder nada. Por el contrario, voy a ganar. Además, alguna vez rendiré Privado, por lo que todo lo que estudie ahora no me vendrá mal.
Admirable mi amigo, pero maldita la gracia que me hacían sus confidencias. Porque una cosa es que yo lo habilite para alguna conquista, cosa que hice en varias ocasiones, pero otra muy diferente es que juegue solo y, además, me lo cuente. Suspiré con disimulo. Los hombres, malditos sean.
-¿Y con el novio qué vas a hacer? No es tonto, ella lo quiere y se la pasan todo el día juntos tomados de la mano.
-Eso ya está resuelto. Es verdad que no es tonto, pero está muy lejos de ser muy despierto. Además, lo más importante ya lo hice.
-¿Y se puede saber qué es lo más importante?
-Se va, se va de Santa Fe y se va de la Argentina. Se va por cuatro meses a Europa. Mejor dicho, ya se fue.
-¿Cómo es eso?
-Vos sabés que él es uno de los que participa en esa entidad que organiza viajes estudiantiles a Europa. Pues bien: hablé con Martini que me debía un par de favores y arreglamos las cosas para que saliera sorteado, motivo por el cual este buen muchacho hace unos días salió de viaje.
-Pero regresa.
Si claro, regresa. Pero yo dispongo de cuatro meses para hacer mi trabajo, un tiempo, te adelanto que nunca le dediqué a una mujer.
-Gracias por lo que me toca – se lo digo un poco en broma un poco en serio.
Miro la hora. Se hace tarde y, además, Kraus acaba de levantarse de la mesa y salir del bar, motivo por el cual tampoco tiene mucho sentido seguir exhibiéndome con Montaner.
-O sea que no me das ninguna esperanza- digo.
-No entiendo.
-De lo que hablamos al principio: necesito que seduzcas a Normita, a Norma González…pero por lo que escucho observo que debo renunciar a toda esperanza.
-Creo que es al revés; la que no me da esperanzas sos vos.
-Es que te veo muy ocupado últimamente como para pensar que necesitás que yo te dé esperanzas.
Salimos del bar, caminamos por la galería y casi cuando llegamos al hall se para, como si se acordara de algo o se quisiera despedir pero no está seguro de hacerlo. Teatro. Eso es lo que es: un actor, un excelente actor que estudia con esmero cada uno de sus gestos.
-Por ahora no te digo ni que sí ni que no. Pero quiero saber que si decido que sea sí, sea recompensado como corresponde.
Lo anuncia. Esa costumbre de nunca hacer nada por nada. Lo más lindo de todo es que yo sabía muy bien, me animaría a decir que lo sabía antes que él que iba a terminar poniendo esas condiciones.
-Eso dalo por descontado – contesto.
-Arreglá para presentármela alguna vez, después veremos si pasa algo.
-No te hagás el modesto conmigo; seguro que va a pasar algo.
-¿Y por qué estás tan segura?
-Porque te conozco. Porque confío en tu talento. Y porque alguna vez, no hace mucho, me dijo que le gustabas.
-Veo que tiene muy buen gusto.
-Sos tan fanfarrón.
-No me creas, en el fondo soy un tímido.
-…dijo el conde Drácula y se inclinó sobre el cuello de la hermosa doncella al borde del orgasmo.
Me escucha y se ríe divertido. Sabe que lo entiendo y sabe que lo respeto. Montaner pertenece a la clase de tipos convencidos de que vinieron a la vida para disfrutarla. Tiene con qué sostener esas aspiraciones y, a juzgar por los resultados, mal no le ha ido. Vanidoso, pedante, amoral, sin embargo no es fatuo. Mi secreto, me dijo una vez, es jugar en mi cancha y con mis reglas de juego. Esas no son las reglas de la competencia, le dije por el gusto de buscarle la boca. Son las únicas reglas que conozco; lo otro es lotería, ruleta rusa o tirarse al vacío sin paracaídas.