Tiempos difíciles

 

 

 

De manera discreta, y a veces no tan discreta, los gobernadores peronistas están gestionando el desdoblamiento de las elecciones de 2023. De «manera discreta» quiere decir que esto ocurre cuando los gobernadores suponen o están persuadidos que su gobierno nacional en términos electorales les hace perder votos. En su momento se supuso que estos gobernadores constituirían un espacio político interno en el peronismo, capaz de respaldar la hipotética moderación albertista. Como los hechos se encargaron de probarlo con sobrada elocuencia, esto no ocurrió, confirmándose el principio de que las provincias nunca van más allá de lo que el poder nacional les permite, aunque en este caso todo se complica un poco más por el carácter bicéfalo del poder y muy en particular por las refriegas internas que hoy lo sacuden. En ese contexto el comportamiento de los gobernadores es más o menos conocido y previsible: acompañarán al presidente y si es necesario a Cristina hasta la puerta del cementerio. Y, como en el juego del Gran Bonete, cada uno se dedicará a atender su juego. ¿Será tan así? Hay razones para sospechar que es por lo menos una de las posibilidades políticas, aunque en la Argentina que vivimos adelantar desenlaces es siempre una hipótesis riesgosa.

 

II

 

Imposible saber a ciencia cierta si los actuales problemas sociales y económicos que afectan a la Argentina provienen de la ruptura del bloque político oficialista o, a la inversa, son los rigores de la economía y la incapacidad para darle una respuesta satisfactoria, los que alientan la ruptura. Si el huevo precede a la gallina o a la inversa, es un juego de solución imposible, pero en política lo cierto es que discurrir acerca de qué o quién gravita más no impide desconocer la complejidad de la situación y, en particular, la impotencia de un gobierno para asegurar las exigencias de la gobernabilidad. Las disidencias internas del peronismo en el actual contexto parecen ir más allá de las habituales diferencias entre los socios de una coalición. Los kirchneristas ya se han ocupado en expresar en diferentes tonos que las políticas de Alberto Fernández y su equipo llevan a la derrota de 2023, precedida por un agravamiento de las condiciones de vida de los sectores de menos recursos. Alberto, por su parte, apuesta a que los recientes acuerdos con el FMI permitan relanzar la economía y, como consecuencia de este supuesto bienestar, proclamar su reelección. Estas disidencias incluyen matices con sus idas y venidas, pero una vez más «la contradicción fundamental» entre cristinistas y albertistas parece ser la dominante. ¿Son reales estas diferencias o, como señalan algunos opositores, hay más de simulación que de realidad? Tal como se representan los hechos y se manifiestan los protagonistas, daría la impresión que son reales, más allá de los esfuerzos de los habituales mediadores para intentar disimularlas o advertir que la ruptura del acuerdo Cristina-Alberto significaría una derrota electoral segura para 2023, cuando no un colapso político más grave. Las polémicas en el seno del poder oficial pueden conocerse leyendo los diarios, revistas o programas televisivos oficialistas. Allí se puede apreciar que las disidencias no son artificiales y que en algunos casos, si le vamos a creer a algunos de sus intelectuales, no tienen retorno, aunque en estos temas, en el peronismo nunca hay certezas absolutas.

 

III

 

Las disidencias también se manifiestan en la oposición, aunque en tanto no están comprometidos con los rigores del poder pueden disimularlas. En principio, no es nada novedoso que en una coalición política, como es Juntos por el Cambio, haya disputa por liderazgos. Y al respecto no hay mucho que agregar, porque mientras en una coalición sus integrantes estén convencidos de que la permanencia allí es la mejor estrategia política, o en su intimidad reconozcan que más allá de disidencias y enojos el único límite es no retirarse de la mesa bajo la certeza que fuera de ella hay mucha soledad y mucho frío, la salud de esa coalición está más o menos garantizada. Por lo pronto, esta pareciera ser por ahora la sensación térmica de los socios de Juntos por el Cambio. Por ahora. Y la advertencia importa, porque es un secreto a voces que las disidencias se han ido acentuando, entre otras cosas porque da la impresión que el antikirchnerismo ya no alcanza para mantenerlos unidos. O por lo menos no alcanza como antes. Más allá de desenlaces posibles, lo que no se puede desconocer es que el escenario político forjado desde hace una década, alrededor de dos coaliciones en competencia, se está modificando, por lo que a nadie le debería llamar la atención que se alteren los alineamientos conocidos. El futuro inmediato dará respuestas alrededor de la consistencia o fragilidad de estos acuerdos, pero a nadie se le escapa que si las condiciones sociales y económicas continúan agravándose los escenarios políticos se alterarían, y en todo caso habrá que prestar atención a la mayor o menor gravedad de esas turbulencias. En estos días hubo una reunión en la casa de Urtubey cuyo objetivo es reeditar la célebre «tercera posición». Allí estuvieron presentes Randazzo, Morales, Javkin, Schiaretti y Monzó, entre otros. No es la primera vez que se intenta elaborar una estrategia política «antigrieta», del mismo modo que no sería la primera vez que esta estrategia fracase. Por lo pronto, es por lo menos interesante que desde el campo político aparezcan nuevas posibilidades de debate. Los tiempos apremian. La sociedad argentina expresa con diferentes tonos y registros su disconformidad con el actual orden político, una disconformidad que corre el riesgo de alcanzar a oficialistas y opositores. Sería deseable que este malestar no estalle en un «que se vayan todos», pero para que los deseos se traduzcan en hechos es necesario hacer algo. Fácil decirlo, difícil lograrlo. Los argentinos deben entender que no habrá salidas fáciles o milagros repentinos, una certeza que debería incluir en primer lugar al campo político para actuar en consecuencia.

 

IV

 

La novedad de estas horas es la condena judicial al ex gobernador peronista de la provincia de Entre Ríos, Sergio Urribarri. Era hora. Las diversas causas por corrupción contra el ex gobernador de la provincia de Entre Ríos se iniciaron hace más de diez años. Ese hábito argentino de una justicia que se expresa a través de una exasperante lentitud. Uribarri hace rato que debería haber sido condenado. Y el gobierno nacional peronista jamás debería haber «tolerado» que un «compañero» comprometido hasta la pestañas con la corrupción sea «premiado» con un cargo de embajador en Israel. En este contexto, la condena a Urribarri es una buena noticia para una sociedad que por diferentes motivos descree de la justicia, sobre todo cuando sus tribunales deben fallar contra quienes se valen del poder para asegurar su impunidad. La causa Urribarri es clásica en el manual de la corrupción: poder político discrecional, saqueo de recursos públicos, enriquecimiento de familiares y amigos, y todo en nombre de la causa nacional y popular. En algún momento, Urribarri fue un posible candidato presidencial de Cristina. Clásico romance K. La relación política entre Cristina y Sergio fue siempre excelente, y en las fotos se los ve muy alegres y felices. A decir verdad, motivos para estar tristes no tenían. Tenían poder, tenían fortuna y el futuro pintaba color de rosa. Urribarri después de todo no hacía nada diferente a lo que en la mesa chica del poder kirchnerista se viene practicando desde hace dos décadas.

 

 

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