Entre fulleros y estadistas

 

 

I

 

Hay que reconocerles talento, inspiración. Admitamos que a nadie se le hubiera ocurrido dividir su bloque para «colar» un representante más en el Consejo de la Magistratura. La oposición puede enojarse y no le faltan razones para ello, pero visto desde una perspectiva literaria la obra en su estilo y ejecución es impecable. A la hora de tramar «relatos inspirados», los peronistas han demostrado con serena elocuencia que las picardías electorales de los conservadores de los años treinta son, comparadas con las de ellos, inocentes juegos de niños.

 

II

 

Crear, significa conjugar diferentes variables del asombro. El peronismo en estos menesteres es sin duda creativo. Los senadores a la noche se acostaron con la certeza de que hay un bloque peronista y a la mañana se despertaron con dos. Aplausos. Lo sucedido me recuerda la maniobra que urdieron en 1992 con la figura del «diputrucho». Juan Kenan creo que se llamaba el prócer. Sobre el tema el peronismo hizo mutis por el foro. Discípulos obedientes de aquel diplomático inglés que no se cansaba de aconsejar: «Nunca pidas disculpas, nunca des explicaciones».

 

III

 

Convengamos que la reciente maniobra del kirchnerismo en la Cámara de Senadores es más elaborada. El kirchnerismo, ya se ha dicho, es una etapa superior del menemismo. Lo mismo, pero una elaboración más exquisita del relato. Alguna vez escribió Ricardo Piglia: «Narrar, decía mi padre, es como jugar al póker. Todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad». Como Henry Kissinger, Ella podría decir sin ruborizarse: «Lo ilegal lo hacemos inmediatamente; lo inconstitucional nos demora un poco más».

 

IV

 

¿Cómo trasladar el postulado literario de Piglia al campo de la política? La alternativa incluiría algunas modificaciones. Supongamos a modo de ensayo: «Para el peronismo la política es como jugar al truco. Todo el secreto consiste en parecer verdadero cuando en realidad se está mintiendo». Ser kirchnerista en estas lides consistiría entonces en transformar un cuatro de copas en un as de espada y a las treinta y tres de mano en dos negras. Ella puede.

 

V

 

Pablo Escobar fue un mafioso politizado que en algún momento estuvo a punto de ser diputado nacional con una campaña electoral en la que defendía a los pobres y fustigaba a los ricos, ricos a los que siempre despreció, entre otras cosas porque sus fortunas eran muy inferiores a las que él había acumulado. «Prefiero una tumba en Colombia que una cárcel de lujo en Estados Unidos», exclamaba con arrebato nacional y popular. Y con la certeza secreta de que en Estados Unidos se le haría complicado coimear políticos y carceleros con la facilidad que podía hacerlo en su Colombia. Escobar no inventaba nada. Hacer del antiyanquismo de opereta una coartada es una singular habilidad de nuestros aguerridos líderes populares latinoamericanos. No es necesario forzar la fantasía para imaginar en qué partido político argentino Escobar se hubiera sentido cómodo.

 

VI

 

De todos modos, algunos de sus proverbios nos brindan algunas pistas. Yo recordaba las escenas de la Rosadita, o las peripecias nocturnas del revoleo de bolsos, o el momento mágico en que Néstor abraza con pasión mística a la caja fuerte, y no pude impedir evocar aquella sentencia que fue tan comentada en su momento: «Conmigo para lo único que te vas a ensuciar las manos es para contar plata».

 

VII

 

Otrosí digo. Especulaciones de analistas alrededor de si los gobernadores peronistas o los míticos albertistas en algún momento deciden tomar distancia de Ella. No lo hacen porque no quieren, no pueden o no saben. Lo real impone sus fueros. Y Ella impone sus condiciones. Como Pablo Escobar, Cristina podría decir de sus súbditos, sin inmutarse: «Te observan, te critican, te envidian y al final te imitan».

 

VIII

 

No estaría en condiciones de asegurar qué juicio elaborará la historia sobre Alberto Fernández. Sospecho que el balance no será compasivo, pero acerca del futuro nadie puede estar seguro. Como contemporáneo, su rol, su personalidad y su historia no me resultan agradables. Oriana Fallaci dijo alguna vez de un político que a juzgar por sus palabras no le merecía mucho respeto: «Se contradecía cada cinco minutos. Siempre juega a la traición y a la mentira. Te miente, incluso cuando le preguntás la hora».

 

IX

 

¿Cómo concluiría la relación entre Cristina y Alberto? ¿Un adiós inteligente entre los dos? ¿Un estremecimiento de odio? Vaya uno a saberlo. Mi memoria literaria recuerda esa novela de Dashiell Hammett y en particular aquella mujer que le dijo al gangster que entregó a la justicia: «Te voy a entregar. Lo probable es que te den cadena perpetua. Esto quiere decir que podrás recuperar la libertad dentro de veinte años. Te estaré esperando. Y si te ahorcan (sonrisa fugaz), siempre te recordaré».

 

X

 

Los biógrafos de Napoleón aseguran que su genio era más político que militar. Sus apuntes en los márgenes de su edición de «El príncipe» de Maquiavelo parecen aprobar esta hipótesis. El genio de Napoleón en el campo de la política es tal porque mantiene actualidad. A los argentinos, el Corso algo nos dice cuando sentencia que «el campo de batalla es una escena de caos constante y el ganador será quien controle ese caos». Solo los lectores superficiales pueden creer que está hablando de temas castrenses. Y a más de un dirigente opositor, amigo de colaborar con el gobierno en nombre de la responsabilidad, le recomendaría más que un consejo, un susurro de Napoleón: «Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error».

 

XI

 

Elecciones en Francia. Todo parece indicar que Macrón será reelecto. Muchos franceses elegirán, una vez más, lo menos malo. Es lo que suele pasar en la mayoría de los procesos electorales. Una vez, o dos en la historia contemporánea, los franceses eligieron a quien creyeron que era el mejor. Charles de Gaulle fue el hombre. André Malraux fue su ministro de Cultura. Malraux podría haber sido el héroe de la izquierda luego de la recuperación de París, porque reunía todos los atributos para serlo, pero optó por ser el colaborador de De Gaulle. ¿Por qué? Porque, según él, encarnaba las tradiciones más virtuosas y los sueños más altos de Francia.

 

XII

 

De Gaulle mantenía con Francia una relación única. Una relación que iba más allá de los franceses y excedía su propia humanidad. Por lo menos así lo veía Malraux. «Mi querido y viejo país -le dijo a los franceses- aquí estamos una vez más juntos frente a una dura prueba». Creía en Francia, pero no se hacía ilusiones con los franceses. «He tratado de sacar a Francia del barro -le dijo a Malraux- pero ella regresará a sus errores». «No puedo evitar que los franceses sean franceses», sentenció. ¿Nosotros podremos evitar que los argentinos sean argentinos?

 

XIII

 

De De Gaulle, todos recordamos sus palabras sobre Jean Paul Sartre. En esas palabras, en ese tono y en ese instante está conjugada la grandeza de un jefe de Estado. Y a esas palabras las recordamos porque en esas frases late una visión de la historia, de la nación y del poder. Cuando sus colaboradores le dijeron que iban a encarcelar a Sartre por sus proclamas callejeras por Argelia, exclamó: «Ni siquiera a Luis XVI se le ocurrió encarcelar a Voltaire. Apresar a Sartre sería ofender a Francia, que los prefiere a ellos equivocados que a nosotros acertados. Francia jamás encarcelará a su Voltaire».

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/350369-entre-fulleros-y-estadistas-carnets-opinion.html]

 

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