Bastón, bastoneros y tigres de papel

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/350655-baston-bastoneros-y-tigres-de-papel-cronica-politica-opinion.html]

I

 

Que el poder no lo otorga automáticamente la tenencia del bastón de Rivadavia, es una verdad que el primero que la padeció fue el propio Rivadavia. Juan Manuel de Rosas, en cambio, supo ejercer el poder real y efectivo sin necesidad de un «cuadernito», como calificaba con su afilada sonrisa a una posible Constitución. Fue el mismísimo Alberdi quien desde el exilio le reconoció a Juan Manuel estos atributos y admitió que por el peor de los caminos, y tal vez con los métodos más detestables, cumplió con un objetivo decisivo para la formación de una nación: les enseñó a los argentinos a obedecer. Alberdi agregaba luego que esa obediencia al déspota debía en el futuro regularse a través de un ordenamiento legal que incluya un sistema de controles para moderar el poder, es decir, una república. Después de Caseros, Alberdi escribe las «Bases…» y entre otras recomendaciones insiste en la necesidad de un poder presidencial fuerte, un poder que llega a asimilar al de un rey, controlado por un Congreso bicameral y una Corte Suprema de Justicia. Ese régimen presidencialista sería acotado temporalmente por una estricta disposición que prohibía la reelección. Sus escrúpulos institucionales no le impedían a Alberdi reconocer que el poder era una relación de dominación lo suficientemente compleja como para reducirlo al bastón presidencial. Liberal clásico -tal vez un neoliberal avant la lettre- estaba persuadido de que en la nación no podía existir un poder más importante que el Estado. Además de las Bases, Alberdi teorizó acerca de los alcances y límites del federalismo y las posibles rentas estatales. El núcleo decisivo de la obra de Alberdi son sus reflexiones acerca del poder político en un orden económico capitalista fundado en la propiedad privada de los bienes de producción y cambio en un mundo donde la división internacional del trabajo le asignaba a la Argentina más que un destino una excepcional oportunidad que había que saber aprovechar. Para ello se imponía un orden político que garantizase estos objetivos. A partir de 1862 -luego de Cepeda y Pavón- hubo presidentes que supieron estar a la altura de los desafíos de su tiempo, es decir supieron ejercer el poder. Hablo de Mitre, Sarmiento, Avellaneda y Roca.

 

II

 

Valgan estas breves consideraciones para admitir que efectivamente no se equivoca Cristina Kirchner cuando sostiene que el bastón presidencial no contiene todo el poder. No se equivoca ni dice nada nuevo. Héctor Cámpora fue titular del mítico bastón y a nadie se le escapa que el poder real estaba en Puerta de Hierro o en Gaspar Campos y no en la Casa Rosada. A su vez, Néstor Kirchner llegó a la presidencia con menos del veinticinco por ciento de los votos, pero supo construir relaciones de poder mucho más sólidas que las que, por ejemplo, ejerció Fernando de la Rúa con el doble de votos. Alguna vez se teorizó acerca de las diferencias entre gobierno y poder. Se tienen los atributos del gobierno, pero se carece de autoridad para ejercer el poder, un poder concentrado en grupos económicos, corporaciones sindicales e instituciones civiles, políticas y religiosas. Arturo Frondizi a la hora de evaluar su presidencia, siempre planteó que pudo acceder al gobierno pero nunca pudo ejercer plenamente el poder. En otra clave política, Arturo Illía decía algo parecido. Asimismo, lo que vale para Cámpora, vale también para Alberto Fernández. Si Cámpora se remitía a Puerta de Hierro, Fernández, en otro contexto y con contradicciones más marcadas, se remite al Instituto Patria. Su autoridad presidencial estuvo condicionada de entrada. Alguna vez habrá que abrir un debate acerca del rol de los vicepresidentes. En términos históricos esta institución quedó estigmatizada desde el momento en que Sarmiento dijo que a su vice, Adolfo Alsina, solo le correspondía tocar la campanilla que daba inicio a las sesiones en la Cámara de Senadores. Ironías al margen, los presidentes argentinos o recelaron de sus vices atribuyéndoles posibles o imaginarias conspiraciones, o se ocuparon para que sean figuras políticamente irrelevantes. Lo novedoso en la actualidad, lo que inaugura un estilo político que sería deseable que no se consolide, es que la vicepresidente designa al presidente, estableciéndose una suerte de poder Ejecutivo invertido: la vice dispone de más poder que el presidente. Nunca visto.

 

III

 

Cuando Cristina recordó -en su arenga pronunciada en el centro cultural que ella decidió que llevara el nombre de su marido- el carácter por lo menos relativo del poder simbolizado en el bastón presidencial, no solo estaba diciendo una verdad que la mayoría de los politólogos comparten, sino que en términos de lucha política le estaba recordando puntualmente sus límites al presidente de la Nación. ¿Quién dispone del poder en el actual gobierno? No es una pregunta que admita respuestas sencillas, pero en principio una pista posible sería de dilucidar quienes ocupan las principales palancas del Estado. Al respecto una reciente investigación estima que el kirchnerismo ocupa más del setenta por ciento de los cargos; el «albertismo», algo así como el veinte por ciento, y los seguidores de Sergio Massa se reducen a un seis por ciento. ¿Queda claro quiénes están en condiciones efectivas y prácticas de tomar más decisiones? Cristina lo sabe y lo practica. Hasta donde puede o hasta donde la dejan. «Vamos por todo», es la consigna que mejor la expresa. Y si los objetivos siempre estuvieron claros, también fueron claros los enemigos o los obstáculos. Lo dijeron siempre y lo siguen diciendo: esos enemigos son la Justicia y la prensa. Es decir, los jueces que no se someten y los periodistas que no escriben lo que ellos mandan.

 

IV

 

Que el concepto de poder del kirchnerismo es autocrático, es una verdad que en voz baja hasta los propios kirchneristas admiten. El principio de legitimidad de ese poder es el voto popular, principio que en la letanía populista se expresa en la consigna: «El pueblo nunca se equivoca». Como los jueces no son votados, y los periodistas, mucho menos, el kirchnerismo estima que estos actores carecen de legitimidad democrática, cuando no, encarnan a los poderes concentrados de «la antipatria». Maduro, Ortega, Putin, Orbán, piensan exactamente lo mismo. Ahora bien, ¿efectivamente el kirchnerismo ejerce el poder real en la Argentina? No estoy del todo seguro. Es más, estimo que en un régimen de poder cuyo fundamento de legitimidad absoluto es el voto, alguna crisis provoca el hecho de que esos votos no son tantos como la mitología aconseja. Paradójicamente, el kirchnerismo se sostiene en el poder gracias a los principios de legalidad y legitimidad institucional que ellos mismos repudian o subestiman. Es decir, conviven con una oposición que no disimula las críticas, pero que no sale a la calle agitando helicópteros o para arrojar doce toneladas de piedras para oponerse a un proyecto de ley. El control de las denominadas «cajas» perfecciona el poder kirchnerista, aunque para su desdicha en las actuales sociedades de masas se hace muy difícil, por no decir imposible, gobernar apoyado exclusivamente en el control de las «cajas».

 

V

 

Habitualmente se dice que el populismo entra en crisis cuando le faltan recursos para repartir. La crisis en este caso se insinúa con más fuerza cuando, además, se suman a los rigores de la economía una sociedad que ya no parece dispuesta a favorecer al populismo con sus votos. Importa decir entonces que el kirchnerismo, como corriente interna del peronismo, es una minoría, pero una minoría intensa. El protagonismo de Cristina se explica tal vez por su talento, pero sobre todo por la incapacidad del peronismo para plantearse algo diferente. Nos guste o no, Cristina es quien es políticamente porque es la que expresa al peronismo real del siglo XXI con más nitidez. Decía que con poca plata y pocos votos el populismo es tan vulnerable como Drácula frente a un crucifijo. Desde esa perspectiva, Cristina es objetivamente lo más parecido a un tigre de papel. El problema es que en ese juego de imágenes y sombras, de espectros y espejismos que suele ser la política, los peronistas y más de un opositor no están del todo convencidos acerca de la vulnerabilidad del felino.

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