Déspotas, censores y verdugos (carnets)

 

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/351326-despotas-censores-y-verdugos-carnets-opinion.html]

I

Vladímir Putin y Serguéi Lavrov. El presidente y el canciller. Un pasado común: el Partido Comunista y el desempeño en los laberintos del estado totalitario. Sobrevivieron al derrumbe de 1989. Solo el ejercicio de dos virtudes permiten ese logro: la traición y el crimen. Nada nuevo bajo el sol. La historia cuenta que a fines del siglo XVIII, en una fiesta en París, René de Chateaubriand le comenta a un ministro: «Acabo de presenciar una imagen que estremece como una pesadilla». Y con un discreto movimiento del rostro señaló la puerta del salón. Talleyrand y Fouché ingresaban juntos. El canciller traidor y el jefe de policía. «La traición y el crimen tomados del brazo».

 

II

 

Hay una foto en la que Lavrov y Putin están juntos, Los dos de traje y corbata. La expresión impasible. Putin mira a un costado; Lavrov insinúa algo parecido a una sonrisa. No creo forzar las nociones del realismo, si dijera que ante ese espectáculo de exhibición corporal del poder se hubiera habilitado una frase parecida a la que se le ocurrió a Chateaubriand. Putin y Lavrov. Uno ordena la carnicería en Ucrania; el otro la justifica con buenos modales. A Putin le gustan las artes marciales; a Lavrov, la pesca submarina. Putin es aficionado a las mujeres; Lavrov a la literatura.

 

III

 

Sexo y poesía. Putin: violencia y sexo. Lavrov escribe poemas y su debilidad literaria es J.D. Salinger. Misterios del alma. ¿Cómo disfrutar del «Cazador oculto» o de «Franny y Zooey», y al mismo tiempo justificar y convivir con ciudades y hospitales y escuelas destruidas por las bombas? La curiosa maldición «Salinger». El asesino de John Lennon al momento de perpetrar el crimen tenía un libro de Salinger en su mochila. Trotsky frecuentaba la mejor literatura de la humanidad, pero las lecturas de Shakespeare y Dante no le impedían dar la orden de ametrallar obreros y campesinos en nombre de la revolución.

 

IV

 

En Wansee, a las orillas de un lago paradisíaco (donde alguna vez se suicidó Heinrich von Kleist junto a su amante), en enero de 1942 se reunieron quince oficiales nazis para decidir la Solución Final, es decir el extermino total de los judíos. De los quince nazis, trece eran universitarios y Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, se jactaba de disfrutar de la música de Mozart, Wagner y Bach, y de la musicalidad de los poemas de Rilke y Hölderlin, placeres estéticos que no le impidieron celebrar la orden de quemar cerca de 25.000 libros en más de veinte universidades de Alemania. El escritor, poeta y ensayista Klaus Magnus Enzensberger escribe un excelente poema para evocar al Che Guevara. Y en uno de sus versos dice: «El altruista escribió a favor del «odio que debía convertir a los hombres en una violenta, fría y efectiva máquina de matar», siendo tan delicado que su lectura favorita eran los poemas (a Baudelaire se lo sabía de memoria)».

 

V

 

Quemar libros, cesantear docentes, cerrar escuelas. Faena de autoritarios de los más diversos signos. El oficio de muerte presente en todos los casos. A Heinrich Heine se le atribuye haber dicho, un siglo y medio antes de las fogatas en Alemania por orden del Führer, que se empieza quemando libros y se continúa quemando personas. De las llamas en las universidades a las cámaras de gas en los campos de exterminio hay una continuidad inevitable y fatal. La historia cuenta que cuando a Sigmund Freud le preguntaron qué opinaba sobre la quema de sus libros ordenada por los nazis, respondió con su discreto sentido del humor: «Algo ha progresado la humanidad; hoy queman mis libros, en la Edad Media me hubieran quemado a mí». Equivocado. Totalmente de acuerdo con Friedrich Schiller cuando dice: «Si el pueblo revolucionario entrara en mi casa decidido a quemar los libros de mi biblioteca, lucharía contra él hasta mi último aliento».

 

VI

 

Los argentinos no tenemos motivos para admirarnos demasiado por aquellos actos de barbarie. En 1919, casi quince años antes de que Hitler accediera al poder en Alemania, los niños bien de la Liga Patriótica se dedicaron a la dulce tarea de quemar libros en Plaza Once y Crespo. Quema que fue acompañada de incendios a bibliotecas, locales partidarios y palizas a judíos. Y estos actos de barbarie ocurrían durante un gobierno democrático y en el país que exhibía uno de los índices de alfabetización más altos del continente.

 

VII

 

Entre 1943 y 1945 no se quemaron libros, pero los prohibieron. Y de este higiénico operativo cultural no se salvaron ni las letras de tango. Martínez Zuviría y Giordano Bruno Genta sabían lo que hacían. A la lista de libros prohibidos, se sumó la cesantía de cientos de docentes por no compartir el credo oficial o por proclamar su condena al nazifascismo y su adhesión a los Aliados. «Alpargatas sí, libros no», provocaba sus previsibles consecuencias. En 1966, a la cesantía de docentes se sumaron los bastonazos a estudiantes y profesores. «La noche de los bastones largos», tituló un conocido periodista de aquellos años al operativo policial ordenado por la dictadura de Onganía y perpetrado por el comisario Fonseca. Se estima que más de setecientos docentes se fueron del país después de esa gesta oscurantista de militares salvadores de la patria.

 

VIII

 

La otra gesta de barbarie que honra nuestro pasado se perpetró durante el régimen peronista abierto en 1973. Se la conoce como la Misión Ivanissevich, un peronista de ortodoxo de la primera hora. Se cesanteó, se persiguió y se asesinaron docentes y estudiantes en las aulas devenidas en salas de torturas. Un nazifascista confeso como Alberto Ottalagano fue designado rector de la Universidad de Buenos Aires. En la Universidad Nacional del Litoral, un rector de apellido Martínez proclamó en una sesión del paraninfo la conocida consigna de Millán de Astray: «Viva la muerte». En Bahía Blanca, el rector fue un fascista rumano. Remus Tetu se llamaba. En la UBA, en la facultad de Filosofía y Letras, fue designado decano el padre Sánchez Abelenda, un cura integrista, discípulo del cura Julio Meinvielle, que iniciaba las clases colocando dos pistolas en el escritorio. Y que al momento de hacerse cargo del decanato ordenó que se arroje agua bendita en los claustros para alejar los demonios del liberalismo, el marxismo, los cristianos herejes y la masonería.

 

IX

 

Los apuntes en un carnet te pueden llevar de Putin y Lavrov a Ivanissevich, Ottalagano y Sánchez Abelenda. Cosas que pasan. Ese devenir por la historia y por los fragmentos de la historia tiene su encanto. Se trata de hallar en un episodio, en una anécdota, algunas claves políticas y culturales de una época. Se supone, o se quiere creer, que la humanidad no repetirá algunos horrores del pasado. La invasión de Putin a Ucrania y la masacre de población civil nos demuestran, con el lenguaje de la sangre y la muerte, que siempre hay gente decidida a tropezar con la misma piedra o enlodarse en la misma charca. Concluyo con una frase de Jean Paul Sartre referida a esa pasión de absoluto que suele agitar la sangre de los autoritarios: «Nadie sintió más profundamente que Hegel y que Melville que el absoluto está allí, alrededor de nosotros, temible y familiar, que lo podemos ver blanco y pulido como hueso de oveja a poco que apartemos ligeramente los velos multicolores con lo que lo hemos recubierto.». Ingmar Bergman, lo dice con otras palabras: «Es como el huevo de la serpiente, tras la fina membrana puede distinguirse las formas del animal».

Noticia de: El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/351326-despotas-censores-y-verdugos-carnets-opinion.html]

 

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