I
Hay jueces que la historia registra por su sabiduría jurídica, por la calidad de sus fallos, por los libros escritos, incluso por su coraje cívico. Me temo que Lino Mirabelli, juez de San Isidro, será reconocido en el futuro como el juez que fundó el principio del presidente «de a ratos», o el presidente con mandato alternado. Pues bien, de aquí en más, y gracias a la perspicacia de Mirabelli, el presidente puede permitirse alguna que otra interrupción como, por ejemplo, una fiesta en Olivos. «Marchaba con su legión de mentiras en formación alerta y ordenada a librar cualquier escaramuza con la verdad», escribió alguna vez Robert Graves
II
El presidente Alberto Fernández aceptó el fallo de Mirabelli sin pestañear. Y procedió a gestionar un crédito para pagar la multa. La fiesta en Olivos en plena pandemia, celebrada por el gobierno que se jactó de implementar la cuarentena más larga del mundo, resuelve el dilema moral con una multa, estilo infracción de tránsito. Fiesta que, dicho sea de paso, negó con proverbial elocuencia hasta que las fotos y las filmaciones no le dejaron más alternativa que admitir que su querida Fabiola decidió festejar su cumpleaños. «Ese hombre de cuyo nombre no quiero acordarme está en la Casa Rosada», dijo Borges. Yo tampoco quiero acordarme, pero lo cierto es que está. En la Casa Rosada y en Olivos.
III
Es notable el presidente que a los argentinos nos ha tocado en suerte. Profesor de la facultad de Derecho, sus declaraciones en la materia -sus declaraciones y sus silencios- me recuerdan aquella frase que Paul Groussac escribió acerca de Crisóstomo Lafinur cuando renunció a su cátedra universitaria por sus compromisos oficiales: «Dejó la cátedra justo en el momento en que empezaba a saber algo del tema que dictaba».
IV
Raro este presidente: capaz de propinarle una pateadura a un borracho en el suelo, pero incapaz de responder con la caricia de un pétalo de rosa los insultos, burlas y descalificaciones de quienes lo acompañan en la fórmula electoral que lo llevó al poder. ¿Elegancia o impotencia moral? Vaya uno a saberlo. Un presidente muy preocupado porque en la reunión de la Cumbre de las Américas no están invitados sus amiguitos de Nicaragua, Venezuela y Cuba, pero no tanto como la indignación que le provoca las ventas de armas a Ucrania o las críticas a su amigo Vladímir Putin por parte de los países miembros de la OTAN. Raro. Se resiste a viajar a Miami, pero no parece tener inconvenientes para viajar al Chaco y reunirse con su amigo Jorge Capitanich para debatir acerca de la unidad política del Frente de Todos. «Desgraciado el pueblo donde se aprecia la estupidez, pero aún más desgraciado aquel pueblo donde los vicios se toleran como costumbre», expresó Bernardo de Monteagudo.
V
Celebración del 25 de Mayo. La mejor idea que se le ocurrió al presidente fue viajar a la Antártida. Mientras tanto, en Israel la fecha patria la preside el compañero embajador y ex gobernador peronista de la provincia de Entre Ríos, Sergio Urribarri. Los ocho años de condena te los debo para la próxima vez. Argentina peronista en sus mejores manifestaciones éticas y estéticas. Mientras Urribarri nos representa en el mundo, en la provincia de Entre Ríos la fiscal Cecilia Goyeneche, la que bregó para probar que el compañero ex gobernador era un malandra, es destituida. De algunos jueces y de algunos legisladores del sistema político entrerriano calza muy bien lo que dijera Orson Welles para referirse a la cobardía moral de sus colegas en tiempos de la caza de brujas del senador Joseph McCarthy: «Cuando tuvieron que optar entre sus ideales y las piletas de natación de sus mansiones, optaron por sus piletas».
VI
Hasta el día de hoy me sigo preguntando qué relación mantiene Javier Milei con el concepto libertario. Dos o tres videos que me tomé el trabajo de ver para conocerlo, me conmovieron sus gesticulaciones, sus tonos de voz, sus ademanes, el «revoleo» de los ojos y la musicalidad de sus insultos. Con todo respeto, Milei no me recuerda a Hitler, me recuerda más a un remedo del «Gran dictador» de Chaplin. También confieso que me cuesta asociar la palabra «libertario» con su admiración por Carlos Menem, a quien no ha vacilado en calificar como el mejor presidente de la historia. Menem seguramente hubiera compartido esa calificación, pero conociendo el paño, pago doble contra sencillo que jamás hubiese terminado de entender por qué un libertario apoya a alguien que hizo del estado una maquinaria implacable de poder, además de un botín para enriquecerse él y sus amigos. Agregaría, a continuación, como detalle menor, que Menem no debe de haber tenido la menor idea de lo que quiere decir «libertario».
VII
Tampoco me parece demasiado coherente que quien predica en contra de «la casta», y es de alguna manera el que ha instalado esa palabra en el lenguaje político, sea el mismo que permite que sus compañeros de causa, incluido él, usen los pasajes de avión otorgados por la muy casta Cámara de Diputados. Acosado por los periodistas, dio algunas explicaciones que no deben de haber satisfecho ni siquiera a su querida hermana; y a continuación dijo que ese dinero lo devolvería cuando decida sortear su dieta de legislador. Todo bien, pero pregunto a continuación: ¿Si no hubiera habido una denuncia acerca del empleo «casto» de los pasajes, habría dicho una palabra?
VIII
Soy una persona mayor, como toda persona mayor algo conservadora, por lo que digo que así como a los jugadores de fútbol les exijo que hagan goles; a los cantantes, que cultiven su voz; a los escritores, que experimenten con el lenguaje y a los zapateros, que arreglen zapatos, a los presidentes les pido que gestionen, que ejerzan la responsabilidad para la cual fueron votados. Me molesta, me fastidia, que un presidente se ponga a bailar chacareras como lo hacía Menem; cumbias de Gilda, como lo hizo Macri el día que asumió la presidencia, es decir el día que debía anunciar el desastre que nos dejaba el kirchnerismo; Cristina ensayando pases de baile, mientras los trabajadores eran reprimidos y Alberto Fernández intentando remedar al compañero Lito Nebbia. Me molesta, porque lo que intentan improvisar no solo lo hacen mal, sino porque sospecho que nos subestiman o nos quieren tomar por tontos, es decir, transmitirnos a bajo costo una imagen al estilo «yo soy como ustedes». ¿Está mal? Claro que está mal. Una cosa es que el presidente se piense como un ciudadano más en una república que reivindica el principio de la igualdad («ved en el trono a la noble igualdad») y otra cosa es que en una democracia representativa el presidente imposte roles para intentar achicar la supuesta distancia entre gobernantes y gobernados. ¿Pero no es que hay que achicar esa distancia? En una democracia que merece ese nombre hay que hacerlo, pero no bailando chamamé, cumbia o rock nacional, porque eso es el remedo, la caricatura o la farsa de la igualdad.
IX
Los radicales celebran su convención en la ciudad de La Plata. Es una de las añejas tradiciones del partido político más antiguo del país. Por ahora me reservo mi opinión acerca de los precandidatos presidenciales. Alcanza con decir que algunos me gustan y otros me disgustan. Pero lo que me importa no es Manes o Losteau o Morales, lo que me importa como observador es que más de trescientos delegados nacionales de un partido político mantengan el hábito democrático de reunirse a deliberar acerca de los destinos de la nación. Puede que en la sesión no faltan los clásicos sillazos o alguna trompada largada al azar. Seguramente en esos días los bares y hoteles de las inmediaciones de la convención estarán poblados de radicales hablando de política, de acuerdos, de rupturas. Alguna vez le escuché decir al historiador Luis Alberto Romero: «No soy radical, pero me interesaría vivir en un país más justo y más libre que el actual, y me gustaría que en ese país haya un lugar destacado para un partido como la UCR». Impecable. Y adelanto, para evitar equívocos, que no soy afiliado radical pero desde 1987 los voto disciplinadamente, responsabilizándome de dos defecciones: no lo voté a Leopoldo Moreau (voté a Lilita Carrió, pero hubiera votado lista completa si el candidato hubiese sido Rodolfo Terragno). Y tampoco lo voté a Roberto Lavagna, porque la volví a votar a Lilita Carrió, mucho más radical que Lavagna, a pesar, incluso, de ella misma.