I
El cantor y letrista Carlos Puebla popularizó en los años sesenta canciones de apoyo a la revolución cubana y a sus grandes héroes. Uno de sus estribillos más conocidos fue «Con OEA o sin OEA ganaremos la pelea». Cuba entonces había sido expulsada de la OEA con el voto de trece países, la abstención de seis y la oposición de uno: México. Entre las abstenciones estaba Argentina, entonces presidida por Arturo Frondizi. En el clima insurreccional de los años sesenta, la OEA recibió insultos en forma de estribillos y consignas. No recuerdo quién la calificó como «Ministerio de Colonias». Para muchos jóvenes, para muchos intelectuales, para muchos políticos latinoamericanos de entonces, Cuba era un modelo, una épica y una forja. Que la OEA expulse a los guerrilleros que habían derrotado al dictador Fulgencio Batista a través de lo que Sartre calificó como «el huracán sobre el azúcar», no hacía más que convalidar la grandeza de Cuba y la miseria de los yanquis y sus sirvientes locales. Las simpatías hacia Cuba se extendieron más allá de los años sesenta. Las revoluciones portan un prestigio que moviliza esperanzas, subjetividades, pasiones. Cuba no fue la excepción, por el contrario, hay motivos para decir que junto con la revolución rusa de 1917, y más allá de diferencias históricas, fueron las revoluciones que mejor encarnaron la utopía de la izquierda de «tomar el cielo por asalto». Hasta su muerte, Fidel Castro siguió convocando multitudes en sus giras por el mundo, pero sobre todo por América latina. Sin ir más lejos, cuando estuvo en Buenos Aires y Córdoba, la platea se desbordó de un público constituido mayoritariamente por melancólicos de un tiempo pasado que seguía siendo contemplado con simpatía, con nostalgia, como suelen ser evocados desde la madurez las pasiones juveniles.
II
En el contexto de la guerra fría, y con gobiernos norteamericanos decididos a apoyar dictaduras militares, cuando no promover invasiones con sus infalibles marines, no debería llamar la atención que Cuba fuera considerada por un sector importante de la opinión pública internacional como una nación heroica, como un David insolente enfrentado a un Goliath devenido en «tigre de papel». Los barbudos de Sierra Maestra reunían las condiciones de los héroes: eran jóvenes, eran valientes y eran hermosos. Además, parecían encarnar las ideas más avanzadas y justas de su tiempo. Sesenta, casi setenta años después, estas valoraciones han dejado de ser la verdad revelada. Hoy Cuba apenas entusiasma a un puñado de partidarios de regímenes autocráticos. La magia, el encanto de quienes prometían forjar el paraíso en la tierra se perdió y se perdió para siempre al ritmo de los fracasos económicos, la represión, los privilegios para una burocracia insensible y ávida de riquezas. Los jóvenes barbados degradaron en gerontes, algunos algo chiflados, que lo único que le pueden ofrecer a su pueblo es más pobreza, más humillaciones, más desencanto. Después de casi siete décadas de dictadura absoluta, no hay margen para los embustes del «hombre nuevo». Cuba es pobre, es sojuzgada y la responsabilidad exclusiva de esta tragedia social la tienen sus gobernantes comunistas. Cuba, y esto importa decirlo, es más atrasada, más injusta, y más oprimida que antes de la revolución. Cuba no se está equivocando ahora; Cuba, la Cuba de Fidel, estuvo siempre equivocada. La diferencia es que en los años sesenta sus errores, sus excesos se contextualizaron en el marco de una épica que no fue tal y ya llevaba en su seno el huevo de la serpiente. Y esto, con independencia de los errores y torpezas de Estados Unidos.
III
Entiendo los entusiasmos de aquellos tiempos. Y las entiendo entre otras cosas porque las viví o, si se quiere, fui una víctima más de ese espejismo que marcó a toda una generación y por el cual muchos, demasiados, dieron su vida. Ahora bien, casi setenta años después, creer lo mismo que se creía en los sesenta es, en el más suave de los casos, anacronismo, cuando no, ceguera intelectual o imbecilidad política. En Cuba, lo único que sobrevive de su pasado, a lo único que se mantiene fiel es a su vocación represiva. ¿Y la reforma agraria? ¿y la reforma educativa? ¿ y la reforma urbana? ¿ y la reforma sanitaria? Un fracaso total. En el mejor de los casos, buenas intenciones incineradas en las llamas impiadosas del voluntarismo, el error y los privilegios. Aconsejo leer las novelas de Leonardo Padura, con su personaje Mario Conde, para conocer el cotidiano de esa sociedad donde todo parece flotar, como en las pesadillas, en ruinas, en degradación, en desesperanza. En 1962, el mundo en algún momento se detuvo con el corazón en la boca por Cuba y su crisis de los misiles que nos colocaron al borde del abismo de una guerra nuclear. En 2022, Cuba no le importa a nadie, salvo como paradigma de lo que no se debe hacer. En efecto, el régimen comunista sobrevive, martirizando a su pueblo o condenándolo a la resignación. Sobrevive como sobrevive la infame Corea del Norte, pero ha perdido encanto, belleza y sobre todo ha perdido vocación de expresar un orden justo para la humanidad. La paradoja más patética del régimen, es que una de sus principales fuentes de ingresos provienen de los dólares que los «despreciables gusanos» envían desde Miami a los parientes recluidos en lo que un analista calificó como un trágico y grotesco manicomio.
IV
Valgan estas amables consideraciones para poner en contexto a la OEA, a la Cumbre de las Américas y la realidad política americana y latinoamericana. El mundo ha cambiado y ha cambiado mucho desde la euforia verde oliva de los sesenta. Puede que la OEA haya cometido errores, pero los argentinos en particular sabemos que fue una comisión de la OEA, la CIDH, la que denunció las violaciones de los derechos humanos perpetrada por la dictadura militar de Videla, mientras que, curiosamente, Cuba y la URSS mantenían hacia esa dictadura una sigilosa pero visible tolerancia. Hoy, año 2022, ¿hay alguna duda respecto del carácter autocrático y corrupto del régimen de Maduro, de esa narcodictadura? ¿Y hay alguna duda acerca del horror del régimen fundado en Nicaragua por ese matrimonio que exhibe entre otras hazañas un padrastro violador de su hijastra con la complicidad abierta de la madre? De toda esa infamia, Alberto Fernández ha decidido constituirse en abogado. Sumemos a estos datos elocuentes de nuestra desgarrada realidad latinoamericana, las ambigüedades, cuando no la complicidad del gobierno argentino con el régimen criminal y racista de Putin. ¿Y con respecto a China?, pregunto. ¿Los peronistas admiran su supuesta eficiencia económica, o lo que admiran es la eficacia de una dictadura que no vacila en asesinar estudiantes, disidentes religiosos y explota mano de obra servil o semiservil alojada en confortables campos de concentración?
V
El gobierno argentino ha decidido, no hoy sino desde que existe como tal, ser solidario con las autocracias del mundo y si esa solidaridad no se expresa en términos más contundentes no es por su moderación o sus escrúpulos humanistas, sino porque un amplio sector de la opinión pública argentina se resiste a ver a la patria devenida en furgón de cola de despreciables satrapías. Alguien preguntaría: ¿pero acaso México no mantuvo una posición de independencia frente al imperio? En primer lugar, diría que en la actualidad y con una cifra de asesinados por las bandas de narcotraficantes, (en más de un caso con complicidad del Estado) que superan las 200.000 personas, para no mencionar los miles y miles de mexicanos que huyen hacia Estados Unidos en busca de una vida más digna, México no es un ejemplo deseable para nadie. Pero dejando de lado esos «detalles», digamos que desde los tiempos de Lázaro Cárdenas -o desde antes- México mantuvo hacia Estados Unidos una política dual: por un lado, cuestionar su política exterior, y por el otro, acordar con los «gringos» por debajo de la mesa. México, recuerdo, fue el único país que en los inicios de la guerra civil española apoyó a los republicanos y luego de la derrota abrió sus fronteras a los exiliados que constituyeron allí el gobierno de la república en el exilio. También, y a partir de 1976, abrió sus fronteras a los exiliados argentinos y en general a los exiliados y perseguidos por las diversas dictaduras que asolaron a la humanidad. Incluso, a un señor llamado León Trotsky. Pero de todas estas peripecias que jalonaron el siglo veinte con sus vibraciones históricas y sus pasiones redentoras, el señor Alberto Fernández y su venerable jefa no tienen absolutamente nada que ver.