I
Quienes ejercemos el hábito, la costumbre o el vicio de seguir diariamente los acontecimientos políticos, nos resulta imposible impedir que el presente nos inspire imágenes del pasado que seguramente deben elaborarse para adquirir validez, pero no por ello dejan de ser sugestivas. ¿Ejemplo? Máximo Kirchner en Escobar. Habla y fustiga a sus «compañeros» abrazados a la humanidad del ministro Guzmán. Concluye la frase y los militantes del Movimiento Evita se retiran del acto. ¿Máximo los echó de la plaza como el 1º de mayo de 1974 hizo Perón con los Montoneros? La asociación puede ser calificada de arbitraria. Máximo no es Perón y Navarro no es Firmenich. Ninguna duda al respecto. Pero el escenario es inevitablemente evocativo. La plaza, el escenario y la disputa facciosa con el discurso agresivo y la retirada como desacato o afrenta. Folclore peronista. Por ahora no corre sangre. Por ahora.
II
Otro sí digo. En los tiempos de Frondizi los argentinos vivíamos con el Jesús en la boca por los sucesivos planteos militares. El apriete militar era de una monotonía exasperante. Durante cuatro años, este ejercicio «cívico-castrense» se practicó sin pausa. Los informativos de la radio los transmitían como partidos de fútbol. Y los oyentes apostábamos a favor o en contra. «Este es el último», decían algunos; «es el penúltimo», decían otros, «Frondizi los va a seguir jorobando», replicaban sus partidarios. El desenlace de esta gimnasia golpista es conocido, pero para el caso, y recurriendo otra vez a la fantasía asociativa, las peripecias de la relación entre Cristina y Alberto me evocan aquellos años de fines de la década de los años cincuenta. Cristina no es Toranzo Montero y Alberto no es Frondizi. Faltaría más. Pero lo que hay en común son los planteos. Alberto vive asediado por planteos. Se los merece o se los buscó, pero es así. En tiempo del gobierno desarrollista, el vicepresidente Alejandro Gómez intentó hacer algo parecido a lo que ahora hace Cristina con Alberto. Pero Frondizi, lo sacó como chicharra de un ala. El político que recurría a la astucia, la inteligencia, la habilidad, para eludir los torpes zarpazos militares, no vaciló un instante en sacarse de encima a un vice que, por buenas o malas razones, intentó atribuirse roles que no le correspondían. Sesenta años después, los militares no hacen planteos, pero sí lo hacen los kirchneristas. Y Alberto no dispone ni de la lucidez, ni de la capacidad de decisión, y mucho menos del talento, de Arturo Frondizi.
III
Escribo esta nota el viernes a la mañana. Me temo que cuando el sábado se publique en el diario, la principal noticia de la semana esté ausente, lo cual es un fiasco periodístico. Viernes 8 de julio de 2022, a la tarde, habla la Señora desde El Calafate. La tarima se levantará en la sala de un cine, pero muy bien podría levantarse en una pista de baile, en un templo evangélico, en el bar de la esquina o en un potrero. Lo que importa es que habla Cristina y no hay en el peronismo, y en el actual poder político, una voz más importante. Hay que decirlo una vez más: Cristina no es la líder del kirchnerismo (eso es obvio); Cristina es la líder del peronismo, la que mejor lo expresa, la que mejor lo representa desde hace por lo menos veinte años. A no sorprenderse: solo en el peronismo puede establecerse un liderazgo de esta catadura. Alberto mientras tanto está sumergido en el silencio. Yrigoyen también era silencioso, pero no necesito abundar en consideraciones para establecer las diferencias entre el silencio de Yrigoyen y el silencio de Alberto. El viernes a la tarde la voz del poder real del actual gobierno estará en El Calafate, «su lugar en el mundo». Alberto podrá pasear como un personaje de Shakespeare por los pasillos de la Casa Rosada o por los jardines de Olivos, pero me temo que al único que le pueden interesar esas caminatas es a Dylan. ¿Hasta cuándo podrá sostener esta situación? ¿O es que alguien lo imagina como un Cid Campeador, capaz de ganar batallas montando en un brioso caballo cuyo único defecto es llevar un jinete sin vida? Recuerdo -y otra vez la memoria- cuando después de esa suerte de «Noche de los cuchillos largos» que fue el 20 de junio de 1973 en Ezeiza, un vicegobernador peronista (más amigo de los militares que de los peronistas) declaró que había llegado la hora de sincerar el poder, es decir, que Cámpora se vuelva a su casa y que Perón asuma el poder. Y así fue en efecto. En el camino el peronismo nos agasajó a los argentinos instalando por unos meses al señor Raúl Lastiri como presidente, pero honras más honras menos, la pregunta que hoy correspondería hacer sería la siguiente: ¿habrá algún gobernador, intendente, ministro o capanga sindical que diga que ha llegado la hora de sincerar? ¿Corresponde o no corresponde constitucionalmente? No creo que a los peronistas esta pregunta les haga perder el sueño. Pero políticamente, y atendiendo los hábitos históricos del peronismo, toda trapacería política siempre es posible sin que nadie se ruborice por ello. ¿Les conviene una decisión hipotética de este tenor a los argentinos? Lo único que puedo decir al respecto, es que desde hace rato las tramas que se urden en el poder político oficial para los argentinos son fatal y sistemáticamente malas noticias.
IV
La vocera presidencial Gabriela Cerrutti se fastidia porque los periodistas preguntan acerca de la estabilidad del presidente. Razones tiene para hacerlo. Hay preguntas fatalmente tóxicas. Preguntar si el presidente va o no a renunciar es afirmar que esa investidura por lo pronto está empezando a ponerse en tela de juicio. Cerrutti puede enojarse, pero está claro que los periodistas no son arbitrarios. La estabilidad de Alberto Fernández se discute, está en la calle. Podrá ser un rumor, un chisme o una certeza, pero lo cierto es que el tema circula y a un periodista le corresponde preguntar lo que en la calle se rumorea. Los veteranos periodistas de los diarios norteamericanos a este tema lo conocían muy bien. Y la pregunta era impecable en los términos que estaba presentada: «A nuestros lectores (o a nuestros oyentes) les interesaría saber si el presidente Alberto Fernández va a renunciar». Perfecto. Ya no es la pregunta insidiosa o de mala fe de un escriba, es la pregunta de un periodista profesional que dispone del «privilegio» de acceder a algunos espacios del poder para hacer las preguntas que cualquier hombre de la calle haría en este caso. A título personal, a la señora Cerruti le diría que en lugar de enojarse con los periodistas, debería enojarse con sus compañeros peronistas responsables de esta «merienda de negros» en el que están transformando el poder político oficial.
V
A Frondizi lo querían derrocar los militares, no sus correligionarios de la UCRI. A Illia lo querían derrocar los militares y los sindicalistas peronistas con Vandor y Alonso a la cabeza. En todos los casos, sus adversarios y en algunos casos sus enemigos, eran externos. Lo notable del escenario que nos toca vivir es que los principales rivales de Alberto Fernández, sus adversarios más enconados, los que lo han calificado con los términos más duros y soeces son sus «amigos» kirchneristas. Esa costumbre de los peronistas de transformar sus rencillas internas en drama y tragedia nacional.