I
En una reciente entrevista con el periodista Luis Novaresio, Beatriz Sarlo recuerda una reunión con Néstor y Cristina. Estaban presentes, también, Tulio Halperín Donghi, Julio Bárbaro y Alberto Fernández en su calidad de Jefe de Gabinete. Estamos hablando de los tiempos en que Néstor era presidente y su estrategia de transversalidad pretendía extenderse al campo intelectual. ¡Qué tiempos aquellos! Tiempos en los cuales muchos considerábamos que lo más importante era impedir el retorno de Carlos Menem, el retorno de la Comadreja de Anillaco con su avasallante corrupción, su inveterada amoralidad y su cholulismo multicolor. El atávico rechazo a Menem, fue el motivo por el cual yo estuve a milímetros de votarlo a Kirchner en 2003, si efectivamente hubiera habido una segunda vuelta. Recuerdo que en la primera vuelta voté a Lilita Carrió, porque ni ebrio ni dormido se me hubiera ocurrido votar a un fauno como Leopoldo Moreau, que se había impuesto internamente a Rodolfo Terragno violando urnas, adulterando votos y corrompiendo fiscales. La deserción de Menem en la segunda vuelta fue vergonzosa y ridícula, pero en el fondo de mi corazón debo reconocer que gracias a esa deserción no voté a Kirchner, anuncio que en su momento se lo había hecho a Jorge Obeid: «Por primera y por última vez en mi vida voy a votar a un peronista», le dije. Menem lo impidió. Y le estoy agradecido.
II
Está claro que para Beatriz Sarlo, la señora Cristina no es Rosa Luxemburgo y le falta un toque decisivo de carisma, sensibilidad y encanto para ser Evita. De todos modos, Beatriz se cuida mucho de denostarla en términos agresivos, no es el estilo de ella. Lo que más se permite es alguna que otra ironía, licencias que sí son una de las virtudes de su estilo. En el caso que nos ocupa, la más incisiva y si se quiere la más hilarante, ocurre cuando menciona el momento en que llega Cristina a la reunión, toma la palabra y le dicta una clase de historia a Tulio Halperín Donghi. ¿Audaz, temeraria, ignorante o ridícula? Estimo que estas cuatro virtudes acompañan a alguien que desde la nada intelectual intenta ofrecerle -a quien es considerado por generaciones de historiadores como el gran maestro- una clase acerca de las virtudes y defectos de algunos protagonistas de la historia argentina del siglo XIX. Según tengo entendido, Beatriz fue quien convenció a Halperín para asistir a esa reunión que, repito, se celebró en los años que Néstor era presidente. Poco importan las intenciones de Néstor o las posibilidades que Beatriz le otorgaba a esa reunión que, repito, ocurrió hace más de quince años. Cualquiera de las especulaciones que hagamos al respecto, no alcanzan a desdibujar algunas de las escenas efectivas de esta reunión, «Yo acá no vengo nunca más», le dijo Halperin Donghi a Beatriz apenas salieron de la Casa Rosada. Sus buenas razones tenía, después de haber disfrutado de un brevísimo e ilustrado curso de historia argentina.
III
Los dioses me permitieron una sola vez estar con Cristina. En realidad, quien lo permitió fue Jorge Obeid, entonces candidato a gobernador. Estamos hablando del año 2003. Néstor ya era presidente y ella era mucho más que la primera dama, al punto que Obeid la invitó para que apoyara su candidatura a gobernador en la provincia de Santa Fe. La conferencia que dictó Cristina fue en el Paraninfo de la UNL, pero la conferencia de prensa se celebró en el Consejo Superior, es decir en el primer piso y al lado del despacho del rector. Compartimos un breve mano a mano. Obeid nos presentó y un poco en broma, un poco en serio, le advirtió acerca de mi condición de antiperonista. El Turco podía tomarse esas licencias conmigo en nombre del afecto que nos unía. Ella, por su parte, no se sorprendió para nada de la noticia, y, por el contrario, elevó la apuesta: «Hay muy buenas razones para no ser peronista», recuerdo que me dijo e hizo un comentario breve acerca de los tiempos de Isabel, Herminio Iglesias y Menem. Yo, ni una palabra. La miraba y trataba de entenderla a través de esa observación de detalles visuales que nunca alcanzan para hallar la clave íntima de una persona, pero algunas señales inspiran.
IV
De esa reunión, que seguramente ella olvidó, pero yo no, pasaron casi veinte años, ¿Qué impresión tuve? Digámoslo rápido y de una buena vez: una linda mujer. Por lo menos entonces lo era. Recuerdo el pelo suelto y un piloto gris. No entiendo de modas y de marcas, pero no me pareció que ni el vestuario ni el maquillaje estuvieran avasallados por la desmesura. Tampoco registré excesos verbales. Cordial y atenta, aunque estaba claro que era consciente de las expectativas que despertaba y, además, conocía muy bien los rituales escénicos del poder. Nada que reprocharle al respecto. No se hace política, y mucho menos se ejerce un liderazgo, ignorando esos detalles decisivos. Después, no estoy seguro si los errores los cometí yo o los cometió ella. O los cometimos los dos. En cierto momento de la entrevista dijo: «Como recomendara Dostoievski: pinta tu aldea y serás universal». Una frase dicha al pasar. Una cita equivocada. Podría haberme quedado callado. La discreción así lo sugería. Después de todo, cualquiera puede equivocarse en una cita. Pero sucede que no me quedé callado. Le dije, con el mejor de los tonos posibles, que el autor de esa frase era don León Tolstoi y no don Fiodor. No le gustó. Y al Turco Obeid tampoco. A Cristina la corrección no le gustó e intentó discutirla. Insistí en que el detalle no tenía importancia, pero la frase era del autor de «La guerra y la paz» y no del autor de «Crimen y castigo». Arregló el entuerto a su manera. «Bueno…Tolstoi o Dostoievski…no importa…en cualquiera de los casos se trata de un ruso». A su manera y a lo peronista. No terminaron allí los yerros, por el contrario, recién empezaban. En algún momento dijo: «El general Perón, sostiene que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen». Equivocada, me dije a mi mismo, pero esta vez me quedé callado. La frase no es de Perón, mi querida Cristina, es de Joseph de Maistre, un lúcido y tenaz enemigo de la revolución francesa. Pero la Señora, no conforme con atribuirle a Perón una frase que no le pertenecía, agregó: «Pero yo digo: los pueblos tienen los gobiernos que se le parecen». Pensé que esta buena señora en materia de citas era una máquina implacable de cometer errores, agravados en este caso porque esta vez la autoría de la frase se la atribuía a ella, cuando cualquier lector atento en la materia sabe que esa frase es de André Malraux.
V
Pregunto: ¿Por qué esa ansiedad de los peronistas para precipitarse en el error? Menem logró la hazaña de transformar a Sócrates en autor de libros y a Borges en autor de novelas. Cristina, en la media hora que estuve con ella, tropezó con tres errores gratuitos. Y digo gratuitos, porque no estaba dictando una clase de historia o de teoría política, o de literatura, sino participando de una conferencia de prensa en uno de los venerables recintos de la universidad, motivo por el cual debería haberse preocupado por ser más cuidadosa. No estaba en La Matanza, como ella mismo dijo en su momento para advertir sobre las inconveniencias de ciertas ligerezas verbales. ¿Por qué se equivocan con tanta frecuencia? ¿Tan a pecho se han tomado la consigna fundacional: «Alpargatas sí, libros no»?
VI
Beatriz Sarlo, de todos modos, no fue muy severa con Cristina. Admitió, y lo comparto, que sus discursos están bien construidos. No es Perón, o aquel político de Ecuador que decía: «Dadme un balcón y una plaza y os daré un presidente», pero sus frases están correctamente elaboradas. Y dice lo que quiere decir y en el tono que lo quiere decir. También comparto con Beatriz que su carisma está muy lejos del de Evita o del de los grande líderes carismáticos de nuestra historia, aunque habría que observar a su favor que en los tiempos que corren, tiempos de desencantos y banalización, esos liderazgos carismáticos, tal como los hemos conocido, no son posibles. Sin lugar a dudas que Cristina es la dirigente más representativa del peronismo real y efectivo de estas dos primeras décadas del siglo XXI. La paradoja es que la política que mejor representa al peronismo es considerada al mismo tiempo la más corrupta y la que encabeza los mayores y más intensos niveles de rechazos en la sociedad. Cristina es efectivamente la representación del liderazgo real del peronismo, pero habría que preguntarse si no es también la que expresa con más nitidez su crepúsculo.