Ayer fue «Nunca más»; hoy es «Corrupción o justicia».

Los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola pidieron doce años de prisión para Cristina Kirchner y una sanción parecida a sus presuntos colaboradores y cómplices. Más allá del impacto judicial y político y más allá de las manifestaciones públicas, lo cierto es que por el momento nadie va a ir preso. Los imputados se defenderán a través de sus abogados y luego los jueces dictarán sentencia. Después vendrán las apelaciones en diferentes instancias, por lo que estamos hablando de tiempos judiciales que, como bien se sabe en estos pagos, suelen ser largos. Menem algo conocía de estos menesteres. Y en particular sabía –Cristina Kirchner también lo sabe– que los poderosos no suelen pagar por sus fechorías.

Sin embargo, y más allá de las prescripciones jurídicas, la sensación en la calle es que este lunes 22 de agosto se tomó una decisión trascendente. Hubo un pedido de condena; algunos lo festejaron, otros lo repudiaron. Dicho de otro modo: la opinión pública se expresó y al respecto hay que decir que mayoritariamente esa opinión pública consideró que el alegato y el dictamen de los fiscales fueron justos. El 80%, dicen las encuestas. Ironías de la vida. El kirchnerismo protesta contra fiscales y jueces que, según ellos, carecen de legitimidad porque no los eligió nadie, pero gracias a ese recaudo republicano los dirigentes que ellos defienden disponen de una libertad de la que no dispondrían si se decidiera que la libertad o la cárcel de los imputados dependiera del voto popular.

Todo conflicto intenso incluye paradojas. Cristina Kirchner acusa que la sentencia ya está escrita. Quiere decir que la aviesa conspiración de magistrados, medios de comunicación y corporaciones económicas ya la ha condenado con independencia de pruebas y presunciones de inocencia. Y la ha condenado porque, supuestamente, estos intereses ajustan cuentas contra quienes los han enfrentado en defensa de las clases populares. Es una interpretación. O, más que una interpretación, un acto de propaganda política, un relato, como les gusta decir. Pero a la hora de las interpretaciones bien podría decirse que efectivamente la “sentencia” ya estaba escrita. Por lo menos para la opinión pública. Luciani explicó durante largas jornadas los datos que probaban que la vicepresidenta fue la jefa de una asociación ilícita, pero, sin desmerecer la exposición del fiscal, hay que decir que, en sus trazos gruesos, todos estábamos, desde hace por lo menos 15 años, al tanto de estas acusaciones. La “sentencia” estaba escrita, pero los autores del texto no fueron Luciani ni Mola, sino los acusados. Me recuerda la anécdota de Picasso cuando responde la pregunta de un jefe nazi acerca de si él era el autor de “eso”, es decir, del Guernica. Picasso le respondió: “Yo no fui, fueron ustedes”. ¿Se entiende? El libreto, el guion real que hoy nos ocupa, se empezó a escribir hace casi 20 años en una remota ciudad del sur entre una pareja de políticos ambiciosos y un empleado bancario, más algunos colaboradores diligentes. Las primeras escenas se interpretaron en Santa Cruz, pero luego el escenario fue el país entero. Y del elenco actoral no voy a dar nombres porque todos los conocemos. Como Picasso, Luciani podría decir: “Yo no hice nada, los autores y los actores son ustedes”.

El dictamen de los fiscales enfureció al kirchnerismo o, para decirlo de manera más precisa, al peronismo, al punto de que todas las instituciones reales del peronismo de 2022 se pronunciaron a favor de Cristina Kirchner. La CGT, el Partido Justicialista, el Presidente, los ministros, los intendentes. Con esa “espontánea” predisposición para recrear mitos agotados, imaginaron escenas de 1955 o movilizaciones populares de 1945. De la Libertadora al 17 de octubre. El mito del eterno retorno en versión “Viejo Vizcacha”.

Veremos hasta cuándo se sostiene esta solidaridad entre peronistas, pero no está de más tenerla presente, aunque solo sea en homenaje a la historia y sobre todo cuando, en un futuro tal vez no muy lejano, un peronismo reciclado jure en nombre de sus mejores tradiciones partidarias que nunca fueron kirchneristas y que el kirchnerismo fue un objeto extraño a la causa peronista, una indeseable y hasta detestable infiltración.

El dictamen de los fiscales impactó en la dura piel del peronismo al punto de que la misma señora que se negó a responder preguntas cuando jurídicamente le correspondía e invocó en defensa de su causa el inapelable tribunal de la historia esta vez pidió hablar. No estaba autorizada jurídicamente para hacerlo, pero como se trata –y esto importa tenerlo en cuenta– de una de las personas que disponen de más poder en la Argentina, habló desde su despacho de vicepresidenta, con todas las cámaras del país registrando sus palabras y sus gestos. Una hora y media habló la señora que asegura que no le garantizan el derecho a la defensa. En lo fundamental, nadie escuchó argumentos que ya no conociera. De todos modos, la retórica del poder dispone de sus giros sorpresivos, de su singular encantamiento y sobre todo del acceso a información que le está vedada al común de los mortales. Cristina Kirchner insistió una vez más en que no la están juzgando a ella, sino a su formidable gobierno, y la condena no será contra ella, sino contra los pobres y los jubilados y las clases medias a quienes la conjura de los enemigos del pueblo ha jurado destruir. Inútil recordarle a la “abogada exitosa” que en un estado de derecho no se juzgan colectivos sociales, sino conductas individuales; incluso en el juicio que nos ocupa, cada uno de los imputados –desde Cristina hasta José López, pasando por Julio De Vido y otros– responde por delitos singulares. Innecesario y hasta injusto y de mal gusto escudarse detrás de un pueblo imaginario que, en términos reales, está atravesando las penurias de una economía desquiciada, un orden social cada vez más injusto y un régimen de poder fracturado e impotente, vicios y desgracias de los que, en la mayoría de los casos, ella es responsable.

Pero lo curioso fue que el centro político-jurídico de su estrategia discursiva apuntó a explicar que su secretario de Estado, uno de los integrantes de “la mesa chica” del poder kirchnerista, José López, fue algo así como un socio o un cómplice de los principales colaboradores de Macri. Gracias a la explicación de la señora de Kirchner, ahora nos enteramos de que los célebres bolsos revoleados por encima de los muros de un convento eran dólares destinados a los colaboradores de Macri. Increíble el argumento, increíble la audacia. Solo faltó que dijera –aunque de alguna manera lo sugirió– que López fue un funcionario de Macri. El argumento: “Ah, pero Macri…” elevado a su más exquisita expresión retórica.

De todos modos, la furia del peronismo se entiende o, por lo menos, hay motivos para entenderla. El dictamen de Luciani los agravia menos por el pedido de una condena que seguramente los imputados no van a cumplir tras las rejas, sino porque pone en evidencia el “mecanismo”, el itinerario, la grafía de la corrupción kirchnerista. Con elocuencia de tribuno, Luciani nos ha sugerido que el rey (o la reina) está desnudo. Lo sabíamos, lo sospechábamos o lo presumíamos, pero el alegato nos brinda minuciosamente los detalles. El rey o la reina están desnudos, esa es la imagen que forjaron los fiscales. Ahora se sabe cómo operaban, cómo procedían en esa labor que no es exagerado calificar como saqueo de los recursos nacionales. Como dijo una exministra del actual gobierno kirchnerista: “Robamos muchachos… robamos…”.

Hay motivos para suponer que el lunes 22 de agosto hemos sido testigos de un acontecimiento histórico. Ayer fue Strassera, hoy es Luciani; ayer se condenaron los crímenes de una dictadura militar y al mismo tiempo al militarismo; hoy se condena un régimen, y se pide condena para los protagonistas de un régimen corrupto. Ayer se dijo: “Nunca más”, hoy se dice: “Corrupción o justicia”.

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