I
De Sergio Massa se dicen muchas cosas a favor y en contra. No sé qué gravita más en ese singular termómetro, pero es un secreto a voces que como político el marido de la señora Galmarini juega en esta coyuntura una partida fuerte, porque si le va bien será el nuevo candidato a presidente por el peronismo, pero si le va mal le espera el ostracismo en un país donde políticamente la máquina de picar carne suele ser muy eficaz. Irle bien a Massa significa bajar la inflación y mejorar las condiciones sociales de los argentinos. Es lo que acaba de decir en estos días este dirigente que dispone de una singular facilidad para recrearse en la repetición de lugares comunes. La saga de lugares comunes incluye algunas metáforas que reiteró con el énfasis de quien cree que está improvisando una originalidad. En la ocasión, Massa advirtió sobre las «aves carroñeras», para referirse a empresarios que aprovechan situaciones difíciles para obtener beneficios. La frase no la inventó Massa, claro está, pero además hay que decir que efectivamente en el mundo empresario las aves carroñeras existen, y en todo caso hay que discutir su porcentaje en la bandada y, en particular, saber qué medidas dispondría el estado, o el señor Massa, para ponerle límite a los caranchos sin sacrificar en el camino a canarios, palomas, zorzales y gorriones.
II
A Massa habría que advertirle que recurrir a metáforas incluye algunos riesgos porque este recurso literario dispone de la virtud de dar lugar a revelaciones a veces múltiples, a veces inesperadas. «Empresarios carroñeros», supone a burgueses ventajeros, inescrupulosos y despiadados. La interpretación es lineal, directa y a esta altura de la literatura política, un lugar común que, como todo lugar común, suele ser obvio. Sin embargo, si se presta atención a la frase, es posible advertir que hay lugar para una interpretación un poquito más compleja. Para que los pájaros carroñeros merodeen es porque su sensible olfato ha percibido el olor a podrido o a cadáver que flota en el aire. Dicho de una manera lineal, hay empresarios carroñeros porque la economía argentina los atrae. Y no es para menos: inflación, indigencia, desocupación, economía en negro, moneda nacional devaluada y un gobierno con creciente pérdida de autoridad política, son datos más que elocuentes para que «algo podrido huela en Dinamarca». Sería muy interesante conversar con Massa acerca de la identidad de esos empresarios carroñeros, pero sería pertinente preguntarle si tiene algo que decir de funcionarios y políticos carroñeros, a muchos de los cuales los conoce, los disfruta y probablemente los padezca, que se alimentan de los restos del estado y de los recursos nacionales.
III
No sé cómo le irá al seleccionado argentino en Qatar. Escribo cuando faltan 24 horas para el partido con México y no me compete, y mucho menos tengo ganas, anticipar resultados o deseos. Desde el punto de vista político, que es el que me importa como periodista, que el combinado argentino salga campeón del mundo o sea descalificado el sábado no cambia demasiado las cosas. Si perdemos, habrá unos días de luto, pedirán la cabeza de algún directivo de la AFA, nos regodearemos en nuestras crónicas desdichas nacionales, pero el gobierno no estará ni más ni menos desprestigiado que lo que ya está. Y si por esas casualidades de la vida, Argentina sale campeón del mundo, abundarán las fiestas, aumentará el consumo etílico, los funcionarios se esforzarán para sacarse fotos con los jugadores, pero la algarada no durará más de una semana. Después, retorna lo cotidiano con sus luces y sombras, pero en el caso que nos ocupa, con sus sombras. Dos veces fuimos campeones del mundo: con la dictadura militar en 1978 y con Alfonsín en 1986. Los severos y tiesos uniformados no se privaron de recurrir a las modalidades más vulgares de la demagogia, pero nada de ello alcanzó para que pocos años después sus principales festejantes y cabecillas estuvieran entre rejas. Alfonsín fue más sobrio y discreto. Recibió a los campeones en la Casa Rosada pero no salió al balcón a brindar esos espectáculos que tanto seducen a los populistas. Y sin embargo, la victoria argentina con el gol histórico de Maradona a los ingleses, no alcanzó para que al año siguiente el radicalismo fuera derrotado en las urnas. Conclusión: un campeonato mundial alegra a mucha gente, pero esa alegría no se manifiesta en adhesiones políticas. Esta verdad, algunos políticos se resisten a admitirla. Suponen que si se fotografían con Messi o se abrazan con Charly García o, en homenaje a los santafesinos, se suben al palco y bailan con Los Palmeras, el pueblo los va a premiar con su voto. Es raro; tan despiertos y tan ligeros para algunos menudeos y tan ingenuos y tan cándidos en otras.
IV
Las cenizas de Hebe de Bonafini reposan al lado de la pirámide de mayo. Fue su voluntad y es justo que así sea. El gobierno nacional decretó tres días de luto; en la cámara de diputados se le rindieron homenajes, aunque el legislador José Luis Espert no se sumó a la ceremonia o, mejor dicho, se sumó diciendo lo que pensaba de Hebe de Bonafini, un pensamiento que, más allá de la pertenencia de decirlo en una ceremonia de declaración de honores y más allá de adjetivaciones contundentes, comparten, palabras más, palabras menos, muchos argentinos. Se dice que se hicieron gestiones para que el seleccionado argentino juegue en Qatar con el correspondiente luto, pero daría la impresión que la moción fue rechazada categóricamente. Hebe de Bonafini es conocida por todos los argentinos, pero en los últimos años hizo los méritos necesarios, corrupción incluida, para que sea rechazada por una mayoría de argentinos. Hebe de Bonafini no fue llorada por todos; solo fue despedida por el peronismo y en particular por el kirchnerismo. Puede que algunas facciones de izquierda revolucionaria se hayan sumado al luto, pero lo decisivo fue la presencia del kirchnerismo, detalle que a nadie le debería llamar la atención, porque la propia Hebe de Bonafini se reconocía en esa bandera, y ese reconocimiento era tan intenso que no vaciló en anunciar que Madres de Plaza de Mayo dejaban de ser una institución de derechos humanos para transformarse en una organización política liderada por Cristina. Si esto es así (y efectivamente es así) no nos debe llamar la atención que la despedida haya sido de signo kirchnerista, aunque al respecto habría que señalar algunas sugestivas ausencias como las de Horacio Verbitsky y Estela Carlotto, entre otras, porque a la hora de practicar el ejercicio de la riña la señora Bonafini no reconocía ni límites ni instituciones. Por último, admitamos que si Madres de Plaza de Mayo fue la representación de todos los que en los años de plomo estábamos contra la dictadura militar, algo pasó para que unas décadas después una fracción del peronismo, casualmente la misma cuyos líderes máximos jamás hicieron algo por los derechos humanos, sean los únicos que la despidan. Y lo que pasó se expresa en el pasaje de una institución universalista de derechos humanos protagonizada por mujeres cuya condición distintiva era la de madres, a un proyecto de poder liderado por Cristina y cuya titular histórica no disimulaba sus simpatías por Chávez, Castro, la ETA, o su placer por el martirio de las víctimas de las Torres Gemelas, cuando no su deseo morboso de someter a la hija de Macri, una nena de cinco años, a los rigores de las pistolas Taser.