I
Me enteré del asesinato del fiscal Alberto Nisman el domingo 18 de enero de 2015, alrededor de las 20 horas, mientras preparaba la valija para viajar a España, viaje previsto para al día siguiente. Más allá de la sorpresa de la información, lo que me quedó claro de entrada, como le quedó claro a todos los argentinos, es que lo habían asesinado porque precisamente el lunes formalizaría en el Congreso las denuncias acerca de las capitulaciones del gobierno kirchnerista ante la teocracia de Irán. A la mañana siguiente viajé a Buenos Aires y a la nochecita subí al avión rumbo a Madrid. Mientras viajaba escribí la nota para El LItoral que después, en Barajas, envié por wifi. La nota se titulaba: «Algo se rompió para siempre». Y en uno de sus primeros párrafos digo: «Los años de la dictadura, los crímenes de la ultraizquierda y Montoneros y las salvajadas de las Tres A nos habían vacunado contra el crimen político. Pues bien, esa vacuna agotó sus efectos el domingo 18 de enero de 2015».
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Me alojé en el Hotel Europa, sobre la calle del Carmen y «pegado» a la Puerta del Sol; al frente, quinto o sexto piso, hay un pequeño cartel que nos recuerda que en uno de esos departamentos, allá por los años veinte del siglo pasado, vivió Jorge Luis Borges. El Hotel Europa es un edificio construido en 1860, muy bien reciclado y, según la leyenda, en uno de esos cuartos nació el pintor cubista Juan Gris. Héctor Guyot, encargado de la página política de La Nación, me envía un correo para pedirme que escriba una nota acerca de Nisman. Recuerdo que en homenaje a nuestro mutuo gusto por la poesía le envié un brevísimo poema de Juan Manuel Inchauspe: «Cómo puede la tristeza cubrirlo todo sin dejarse ver». La nota para La Nación la escribí tomando una caña en la terraza del hotel. Fue publicada el 24 de enero con el título «Del crimen político al estado mafioso». Digo en uno de los párrafos: «Lo único que sabemos con seguridad es que el fiscal Alberto Nisman está muerto. Hasta hace unas horas ignorábamos si se había suicidado o lo habían matado; ahora la Señora presidente nos confirma que fue asesinado».
Quiero detenerme en ese «detalle». Fue el gobierno nacional, a través de la Señora, el que sostuvo durante unos cuantos días la hipótesis de que Nisman fue asesinado. Ocho días después del crimen, la Señora habla desde Olivos en cadena nacional, se presenta ante las cámaras toda vestida de blanco, y con un pie enyesado que apoya en un banquito o algo parecido. Allí asegura que la verdadera operación contra el gobierno no es la denuncia del Memorándum firmado por Timerman con los integristas de Irán, sino «el muerto que nos tiraron».
II
Después de tres días en Madrid alquilo un auto y viajo a Granada. Llego a la noche y en los informativos se sigue hablando del crimen y no del suicidio. Ya pasaron cinco días de la muerte de Nisman y aún el gobierno nacional no modificó su hipótesis inicial. Al otro día visito la Alhambra. Es maravillosa, pero además no puedo disimular mi orgullo cuando miro el mural donde está escrito un poema de Borges dedicado al palacio. Juro estar incontaminado de toda pasión nacionalista, pero admito que una leve ola de orgullo me recorre el cuerpo cuando veo el nombre de Borges en la entrada de la Alhambra con ese poema magnífico que se inicia con estos versos: «Grata la voz del agua a quienes abrumaron negras arenas; grato a la mano cóncava el mármol circular de la columna; grato los finos laberintos del agua entre los limoneros…». Cómo no sentirse orgulloso de nuestro viejo. Turistas de todo el mundo le sacan fotos y lo leen. Borges visitó La Alhambra en 1976 acompañado de María Kodama. Había estado en Granada en su juventud, pero ahora era la visita de un ciego. Para los interesados, el poema está publicado en «El libro de la noche».
El lunes 26 de marzo miro en mi computadora el primer mensaje de la presidente ratificando la hipótesis del crimen. Fiel a su estilo, ni una palabra de condolencias a la familia del fiscal, aunque más no sea a sus hijas. Exquisita sensibilidad populista. No tengo presente en que momento el gobierno cambió el discurso del crimen y se aferró sin fisuras a la hipótesis del suicidio. ¿Qué los llevó a cambiar? No lo sé. Admitamos que no es normal que en un momento de crisis, como fue la muerte del fiscal, la voz oficial del gobierno sostenga una hipótesis y luego la cambie sin decir agua va. Dirán que se presentaron otras evidencias, otras certezas. Lo siento, pero no les creo. Todos sabemos que a Nisman lo mataron por lo que estaba haciendo y lo que prometía hacer. Todos lo sabemos.
III
Después de casi una semana en Granada y de visitar la casa de la familia Rosales donde Federico fue secuestrado para luego ser muerto sin que hasta la fecha se sepa con certeza quienes o por qué lo mataron, marcho a Cádiz. Me alojo en un hotel frente a una plaza gaditana cuyos bares alguna vez fueron frecuentados por Manuel de Falla. Cádiz para mí es un tesoro histórico. Aquí vivió San Martín desde 1803 hasta 1811. En esta ciudad forjó su identidad militar, se hizo masón y fue el edecán del general Francisco Solano, el lúcido y valiente oficial asesinado salvajemente por la chusma que lo acusaba de colaborar con los franceses. San Martin en la ocasión salvó su vida de milagro y siempre se lamentó de no haber hecho más por socorrer al hombre que más respetaba en el mundo. Poco afecto a las demostraciones ampulosas de afecto, San Martin guardó en su billetera hasta el día de su muerte un retrato con el rostro del bravo y desdichado general. En Cádiz continué manteniéndome al día acerca de lo que sucedía en la Argentina. Recuerdo una señora que a la hora del desayuno me preguntó: «¿Qué pasa en la Argentina que asesinan al fiscal que iba a incriminar a la presidente?». Buena pregunta, le contesto. El miércoles 28 de enero escribo en la mesa del bar del hotel otra nota para El Litoral, nota que saldrá al otro día. «Espero que los funerales de Nisman no sean también los funerales de la investigación del crimen». Sin embargo, la peor de las hipótesis se cumplió. El gobierno se las arregló para desenfundar la coartada del suicidio, tal vez para proteger a algunos de sus funcionarios en la oscuridad; tal vez para proteger a los sicarios de Irán; tal vez las dos cosas. «En la Argentina, la superficie exhibe las condiciones mínimas de un estado de derecho, pero en sus sótanos, madrigueras y cuevas el olor es nauseabundo». Como se podrá apreciar luego, los perfumes del olor no solo levitaban en los sótanos del régimen populista.
Después de escribir recorro las calles de Cádiz, mañana, tarde y noche. Una ciudad para disfrutar y para amar. En Cádiz se redactó la gran constitución liberal de 1812, la Pepa, la constitución detestada por los déspotas con corona y sin corona, Orgullos compartidos: Cádiz, Filadelfia y Santa Fe son las cunas históricas de las constituciones modernas. También en Cádiz vivió sus últimos melancólicos años Bernardino Rivadavia. Desengañado de los argentinos, reclamó que sus restos no fueran trasladados a Buenos Aires. Ni en eso lo obedecieron. En 1857 llegaron al país los restos de quien los historiadores clericales y revisionistas lo acusaron de vendepatria, aunque el supuesto vendepatria murió pobre, engañado por sus sobrinas y traicionado por su propio hermano, quien para conquistar la buena voluntad de los españoles lo acusó de ser el responsable del ocaso del imperio colonial hispano. Pobre Rivadavia: insultado en la Argentina por vendepatria, será al mismo tiempo acusado en España de haber sido el cabecilla de la rebelión contra el orden colonial, además de un enemigo de Dios. Las noches de Cádiz son espléndidas, y muy en particular si se las disfruta desde una cantina acompañada de un buen vino o una caña; mientras desde las sombras llega el rumor persistente del mar. Nisman de todos modos sigue presente. En una tienda de ropa, un señor que registra mi tonada Argentina me pregunta cómo anda la Argentina. Y la empleada que me atiende, una jovencita de no más de 25 años, le responde: «Y cómo le parece que va a andar…la presidente se lo cargó al fiscal». A miles de kilómetros de la Argentina la evidencia de la verdad encandilaba.