I
Ni las fiestas de fin de año ni la conquista de un título mundial de fútbol logran apartarnos de las rutinas políticas, y en algunos casos de las miserables rutinas políticas que desde el poder se traman diariamente. Nadie debería sorprenderse que así sea, porque es bien sabido que la fiesta, cualquier fiesta, puede distraer o alegrar pero no sustituye los rigores de la política, es decir, los rigores económicos, sociales de una nación. Muy linda la fiesta, pero como dice el tango «el mundo sigue andando». Y la marcha del mundo en estos tiempos es más portadora de inquietudes y miedos que de tranquilidad y esperanza. Argentina, por supuesto, no es la excepción. Y este gobierno peronista se encarga con esmero de verificar esta hipótesis. ¿Esto quiere decir que el peronismo está agotado? Yo no sería concluyente. Algo parecido se dijo con Isabel, después con Herminio Iglesias, en algún momento con Menem y ahora con los Kirchner. ¿El peronismo goza de buena salud? Está achacado, ha perdido jovialidad, sus ojos están empañados, pero sigue siendo poderoso. Dispone de votos, dispone de poder y esto se expresa en intendencias, provincias, sindicatos, movimientos sociales, empresarios. El peronismo es poderoso pero no invencible. Es más, su poder registra una notable decadencia. El kirchnerismo es la expresión en el siglo XXI de esa decadencia en la que a la corrupción escandalosa se suma el agotamiento de las recetas populistas para sostener adhesiones. Al respecto una aclaración importa: un modelo puede estar agotado, pero ello no necesariamente lo inhibe para continuar en el poder arrastrando a la nación en una larga e implacable decadencia. En todas las circunstancias, aceptemos que con el peronismo habrá que aprender o resignarse a convivir como en nuestra vida cotidiana nos resignamos a convivir con tantas cosas desagradables que nos acompañan a pesar nuestro. Se lo decía a un amigo un poco en broma un poco en serio: al peronismo no hay que proscribirlo, hay que ponerle límites. El peronismo existe, dispone de poder y lo seguirá disponiendo, pero por encima de él existe algo superior que se llama pueblo argentino, el mismo que salió a la calle a celebrar la victoria nacional en Qatar.
II
En las actuales circunstancias Lenin se hubiera preguntado «¿Qué hacer?» Una pregunta que para él se respondía con una afirmación categórica: la revolución social liderada por el Partido Comunista. Nosotros estamos un tanto más complicados, entre otras cosas porque no disponemos de las certezas ortodoxas de un fanático. Algo sabemos de lo que hay que hacer, pero sospecho que sabemos mucho más de lo que no hay que hacer. ¿Alcanza eso para gobernar? Habrá que verlo. La Argentina reclama un cambio económico y social. Un cambio, no una revolución. Esto quiere decir, modificaciones graduales, en más de un caso complicadas, modificaciones que exigen de dirigentes políticos capaces de ejercer el liderazgo, es decir, ser creíbles, y, al mismo tiempo, disponer del talento para tomar decisiones y saberlas sostener no en cualquier condición sino en el marco de un estado de derecho. Menuda tarea. Complicada pero no imposible. Nadie habla de ingresar al reino de la felicidad (dejemos esas promesas para los demagogos), sino simplemente de hacer funcionar el capitalismo en las actuales condiciones históricas. Para ello se impone una reforma estatal profunda y la presencia de burguesías fuertes adaptadas a las exigencias globales del siglo XXI; burguesías fuertes que deben actuar en un país donde, aunque Macri no lo crea, existen sindicatos y sociedades que no están dispuestas a ser sacrificadas en nombre de promesas que se harían efectivas dentro de medio siglo. El peronismo se va acostumbrando a la idea de que las urnas no le serán favorables. Toda su estrategia apunta a patear la pelota para adelante con la ilusión de que la crisis le estalle al próximo gobierno. Yo no puedo predecir en qué condiciones llegará el país a los comicios de octubre. Sí opino que sería deseable que la sociedad termine de convencerse a través de la lucidez o de la pedagogía del rigor que el peronismo solo puede ofrecerle «sangre, sudor y lágrimas» a cambio de nada.
III
Los conflictos políticos de esta semana son más de lo mismo. Más de lo mismo en la historia del peronismo. Quienes tenemos memoria histórica lo sabemos. No deja de ser paradójico, y hasta patético, que se rasguen las vestiduras acerca de operativos de espionaje ejercidos desde la oposición. Al respecto, seamos claros: espiar desde el estado es una faena que con más delicadeza o torpeza la han hecho la mayoría de los gobiernos, pero admitamos que ha sido el peronismo quien lo ha hecho con más persistencia, oficio y eficacia. El peronismo nació en 1943 de una conspiración tramada entre el ejército, los servicios de inteligencia y la flamante policía peronista liderada por el coronel Filomeno Velasco. «Que viva la cana, que viva el botón; que viva Velasco, que viva Perón», fue una de las consignas combativas del flamante peronismo de los años cuarenta. El golpe de 1943 vino a hacer realidad en la Argentina lo que Uriburu no pudo efectivizar en 1930. Uriburu y quienes lo acompañaron, entre otros, un jovial capitán trepado al estribo del auto del dictador, un lugar al que solo acceden los íntimos. Clericales ultramontanos, coroneles que se enternecían escuchando las diatribas de Hitler y Mussolini, jefes sindicales ávidos de poder y riqueza, tránsfugas políticos decididos a venderse al mejor postor o al mejor coronel y servicios de inteligencia adiestrados para el oficio de la delación, el espionaje y de ser necesario la muerte. «Cóctel atroz de restos de mesas diferentes», dijo en una tribuna de la Unión Democrática un conocido dirigente socialista. Hay una galería de fotos que permite reconocer visualmente al peronismo, pero la más distintiva, la que mejor lo representa, es la que registra el momento en que el general llega al aeropuerto de Ezeiza en noviembre de 1972. Esa foto es de terror. No falta nadie. Miren la expresión de Osinde, las sonrisas serviles de Rucci y Cámpora, la expresión tenebrosa y conspirativa de Abal Medina. Miren los hombres con lentes ahumados, gabardinas y bigotitos; presten atención al rostro que reúne todos los requisitos para incluirlo dentro de la categoría de ario puro, el rostro del hombre que está discreto detrás de Rucci. Me refiero al hombre alto, rubio, de labios plegados y mirada vidriosa. Se trata de Milo Bogetich, coronel croata, nazi confeso, criminal de guerra, uno de esos personajes que fascinaban a Perón, integrante de la mesa chica del operativo retorno que supuestamente nos garantizaría la liberación y el socialismo nacional, aunque, como después lo supimos, su tarea fue la de organizar las Tres A, una banda de sicarios financiada por el estado peronista y decidida a asesinar a mansalva a jóvenes «imberbes» y opositores políticos que no se comportaran como es debido.
IV
Tampoco nadie debería sorprenderse de que un presidente peronista rechace un fallo de la Corte. Cuando el peronismo asumió el 4 de junio (oh casualidad) de 1946 una de sus primeras iniciativas políticas fue iniciarle un juicio político a la Corte Suprema de Justicia. ¿Causa? Haber legitimado golpes de Estado, cosa que era cierto o por lo menos cierto a medias. Pero después venía el grotesco: la Corte Suprema también era culpable de haber dado marco legal a los golpistas de 1943, es decir a los mismos que ahora le iniciaban el juicio político. Realismo mágico escrito y vivido unos cuantos años antes de que a García Márquez se le ocurriera transitar por ese género. ¿Qué les molesta de esta Corte? Que no se someta al poder político como se someten los jueces de Santa Cruz, por ejemplo, o como se sometía Nazareno y su pandilla con Menem. ¿Qué más? Lo más importante: están furiosos porque un tribunal dictó seis años de condena efectiva a la Jefa. Todo este bochinche, todos estos atropellos a las instituciones, todas estas maniobras de espionaje se explican por una sola causa: hay que salvar a Cristina. El estado de derecho, las instituciones, la convivencia civilizada entre argentinos dependen de una mujer que junto a su marido fue la titular del régimen cleptocrático más descarado e infame de nuestra historia.