El combate de San Lorenzo

Otro aniversario de la Batalla de San Lorenzo. En mis tiempos, los chicos de la escuela sabíamos más de esa batalla que de San Martín o del proceso libertador. Digamos que a la hora de hablar de la Batalla de San Lorenzo, abundan los lugares comunes y escasean las informaciones más o menos interesantes. La mitología escolar, aunque esté inspirada en las mejores intenciones, impide acceder a la verdad. El propósito de la historia consiste, precisamente, en sustituir los mitos por el conocimiento. Para ello, es preciso estudiar y, como le gustaba decir a Sartre, “habituarse, si es necesario, a pensar en contra de uno mismo”.

En los actos escolares, una de las marchas a la Bandera dice “… a San Lorenzo se dirigió inmortal”. La estrofa es a duras penas una licencia poética, porque en San Lorenzo no se levantó ninguna bandera azul y blanca. Según se sabe, la primera vez que flameó nuestra enseña fue en la Batalla de Salta, ocurrida el 20 de febrero de 1813.

Lo que también se sabe es que los españoles recibieron a los Granaderos al grito de “Viva el rey” y los patriotas pelearon al grito de “Viva la revolución”, un detalle interesante por parte de los patriotas, porque hasta meses antes todos mataban y morían en nombre del rey.

Más allá de leyendas, algo de verdad hay en la famosa anécdota protagonizada por Juan Bautista Cabral. El propio San Martín lo menciona en su parte de batalla, escrito debajo del célebre árbol de San Lorenzo, aunque en ningún momento reconoce su grado de sargento, como lo recuerdan las efemérides patrias.

Parece cierto que un oficial español, tal vez el propio jefe de las tropas españolas, Juan Antonio de Zabala, haya intentado ultimar a San Martín. Éste va a reconocer que, en algún momento, “me vi bien apurado”. En efecto, recibió dos heridas, una en la cara y otra en el brazo. No eran heridas mortales, pero tampoco eran para subestimarlas, sobre todo porque ponían en evidencia que a la hora del combate San Martín no le esquivaba al bulto.

Importa decirlo. El trato a los derrotados era benigno. San Martín fue muy generoso con los prisioneros y, muy en particular, con el jefe realista, Zabala. El gesto fue más allá de la supuesta bondad de los soldados criollos. San Martín intentaba ganar para la causa a los godos. Recordemos que para 1813 la ruptura con España no se había consumado, si bien la tendencia independentista era cada vez más fuerte.

Cuando en 1814 Fernando VII retorne a España y se transforme en un déspota absolutista y reaccionario, la independencia será la única alternativa de la revolución; pero para el momento de la Batalla de San Lorenzo la contradicción estaba planteada entre monárquicos y revolucionarios, una contradicción que también se expresaba en el interior de España.

Éste fue uno de los motivos políticos del buen trato de San Martín a los prisioneros. No se equivocaba, o por lo menos no se equivocaba demasiado. Cuando tres años después inicie en Mendoza la organización del Ejército de los Andes, uno de los oficiales que se ofrecerá para sumarse a las tropas libertadoras será Zabala.

San Lorenzo no fue una batalla, fue un combate. Más realista, un historiador asegura que, en realidad, fue una “atropellada”. Las marchas y los himnos después hicieron el resto. Lo demás es responsabilidad exclusiva del Billiken. La operación militar duró menos de media hora. La estrategia de San Martín consistirá en atacar a los españoles a través de una maniobra envolvente: dos columnas de caballería que avanzarán por derecha e izquierda. Una, a su mando, y la otra, al mando del capitán Justo Bermúdez, muerto luego en combate.

Napoleón fue quien introdujo esa novedosa táctica militar en reemplazo del ataque directo. San Martín demostrará en San Lorenzo que dirigía una fuerza militar profesional. El dato trasciende a la técnica: operaciones de este tipo sólo se podían hacer con soldados convencidos de la justicia de una causa.

La diferencia política de Napoleón con los ejércitos aristocráticos consistía, precisamente, en que sus tropas estaban integradas por soldados que defendían las conquistas sociales y políticas de la Revolución Francesa. En cambio, los ejércitos de la nobleza estaban conformados mayoritariamente por mercenarios. Cabral, Baigorria, Bermúdez, Gatica, entre otros, no fueron casualidades en el Regimiento de Granaderos.

El combate fue breve, pero el saldo de muertos, alto: cuarenta bajas entre los españoles, dieciséis soldados entre los criollos. El resultado a favor de los patriotas podría haber sido más contundente si la columna izquierda de los Granaderos hubiera coincidido en el punto de convergencia con la otra, encabezada por San Martín.

El flamante Segundo Triunvirato le había ordenado a San Martín que movilizara a sus Granaderos. Se trataba de poner punto final a las incursiones de los realistas en las costas del Paraná. Alrededor de 120 hombres salieron de Buenos Aires, pasaron por San Pedro y San Nicolás y, para los primeros días de febrero de 1813, ya estaban en el convento de San Lorenzo. Los desplazamientos se hicieron de noche, por razones de seguridad. Cerca de Rosario se sumó a los Granaderos un contingente de algo menos de cien hombres, al mando del santafesino Celedonio Escalada, un dato poco conocido, que merece tenerse en cuenta.

Para los amantes de las teorías conspirativas, también es digno de tenerse en cuenta el extraño encuentro de San Martín con Guillermo Parish Robertson, un conocido comerciante inglés que luego será algo más que un comerciante. La anécdota ha dado lugar a las teorías conspirativas más estrafalarias; pero que las conclusiones sean disparatadas, no quiere decir que las premisas no sean verdaderas.

En San Lorenzo, los Granaderos tuvieron su bautismo de fuego. Las tropas disciplinadas por San Martín prefiguraron proezas que luego realizarán a lo largo del continente. El triunfo de San Lorenzo fue festejado en Buenos Aires. Mientras tanto, San Martín, al otro día, recibió a un jinete que le traía un mensaje con las felicitaciones de alguien que también estaba peleando contra los españoles: José Gervasio Artigas.

San Lorenzo se produce en una coyuntura favorable para la causa patriótica. Belgrano terminaba de ganar en Tucumán y, dos semanas más tarde, habría de derrotar a los españoles en Salta. En la Banda Oriental, los patriotas sitiaban a los realistas y en ese clima de victoria el Triunvirato convocaba a lo que después se conocería como la Asamblea del año XIII. Unos meses más tarde, el panorama político y militar habría de complicarse y todo se pondría color castaño oscuro cuando Fernando VII regresara al trono.

A modo de síntesis, podríamos decir que el Combate de San Lorenzo fue valioso por el prestigio que le otorgó a San Martín, prestigio que él sabrá aprovechar muy bien para sus futuros pasos políticos. Pero allí concluye su importancia. Las incursiones de los españoles van a continuar durante todo el año 1813 y recién van a desaparecer cuando los criollos tomen Montevideo.

San Lorenzo fue el único combate que San Martín libró en lo que luego se iba a conocer como la República Argentina. El dato es histórico, pero en aquel momento para San Martín carecía de importancia, porque su visión política era americanista. Queda claro que San Lorenzo no definió la independencia de la Argentina. Como batallas locales, fueron mucho más importantes las de Salta y Tucumán que la de San Lorenzo.

El reconocimiento que se le hace a José Francisco de haber liberado a tres naciones es verdadero, pero por razones distintas a las oficiales, en tanto que la participación militar de él fue decisiva para la Argentina no por San Lorenzo, sino por la estrategia americanista de dar la batalla contra el enemigo realista, en un territorio mucho más amplio que el estrecho escenario local. San Martín es grande por San Lorenzo, pero fundamentalmente es grande por su visión política y sus correspondientes objetivos militares.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *